Por Mariela Sexer
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Quisiera estar en casa
entre mis libros
mi aire mis paredes mis ventanas
mis alfombras raídas
mis cortinas caducas
comer en la mesita de bronce
oír mi radio
dormir entre mis sábanas.
Quisiera estar dormida entre la tierra
no dormida
estar muerta y sin palabras
no estar muerta
no estar
eso quisiera
más que llegar a casa.
Más que llegar a casa
y ver mi lámpara
y mi cama y mi silla y mi ropero
con olor a mi ropa
y dormir bajo el peso conocido
de mis viejas frazadas.
Más que llegar a casa un día de éstos
y dormir en mi cama.
Idea Vilariño / Poesía completa (Barcelona, Lumen, 2008)
El 9 de abril tuve un infarto. Llamé a emergencias por un dolor en el pecho y fui en ambulancia con sirena de Boedo a la Clínica Los Arcos de Palermo. Al llegar a la guardia el cuadro por el que me habían traído se había "enfriado", según las palabras del médico que me hizo un ecodoppler para luego desaparecer toda la tarde. Al final del día, luego de dejarme en observación y hacerme algunos análisis de sangre, apareció otro médico que me dijo que me tenía que quedar internada en Unidad Coronaria. Muy suelto de cuerpo pronunció la palabra "infarto" y ante mi estupor empezó a hacer preguntas para reforzar su diagnóstico. ¿Fuma? ¿Es diabética? ¿Tiene antecedentes? ¿Tiene hipertensión? Ante las respuestas negativas a todas sus preguntas, se aferró a mi peso y dio por concluido el diagnóstico. Al día siguiente me hicieron una angiografía que, según otra médica, seguramente iba a terminar en que me tuvieran que poner un stent. No sucedió, las arterias no estaban tapadas y el diagnostico fue "minoca", un tipo de infarto que afecta principalmente a mujeres a partir de los cincuenta años, que se produce por espasmos de las arterias coronarias, causando un flujo sanguíneo deficiente al corazón. El tratamiento para que no vuelva a ocurrir es tomar medicación, alguna de por vida, como estatinas y aspirinetas, y otra temporalmente (eso espero). Hacer más actividad física y tener una alimentación más saludable. Rezar y encomendarse a las fuerzas del cielo para no volver a pasar por eso también puede ser otro recurso.
Tengo la gran suerte gracias a mis padres de no haber alquilado nunca. Todas las casas en las que viví fueron mías o de mi familia, por lo que no me he mudado tantas veces en cincuenta y tres años. Y todas las veces que lo hice fue para mejor, por decisiones vitales felices. Este también es el caso, aunque nos achiquemos; si todo sale bien, en un mes estaremos viviendo en una casa más chica pero más linda de lo que alguna vez soñamos.
Reflexionando sobre lo que implica mudarse, me di cuenta de que nunca me costó imaginarme viviendo en otro país o en otra ciudad. Al contrario, es una experiencia que me hubiera gustado concretar y todavía no renuncio a la posibilidad de vivir alguna vez en Tandil. Siento que me adaptaría fácilmente a otras geografías. No tengo mayor apego por los lugares, todo lo referente a la patria me resulta un poco ajeno. Si tengo que definir mi patria podría situarla en mi casa. Es dentro de mi casa donde ejerzo la soberanía, independientemente del lugar geográfico donde se ubique. Es por eso que me cuesta imaginarme prestándola, que otro duerma en mi cama. Admiro a la gente desprendida que hace intercambios de casa y no sufre pensando en otro habitando sus espacios.
No encuentro tan estresante el momento preciso de la mudanza en sí mismo. Ese día culmina todo un proceso muy agotador, por lo que estoy segura de que voy a sentir mucho alivio.
Visto en perspectiva la venta y la compra de una casa, es un proceso que tiene algo surrealista. Cuando necesitas vender para comprar, como le ocurre a la mayoría de los mortales, las variables inciertas se multiplican al infinito disparando múltiples factores de agobio.
El primer paso es tasar tu propiedad, saber con cuánto dinero contás para encarar la búsqueda de tu nuevo hogar. Es el momento inicial de este proceso en donde interviene un agente que tiene una mala fama ganada a lo largo de los años.
El agente inmobiliario muchas veces te ofende sin saberlo cuando habla con desdén de la casa en la que pusiste mucho amor. Igual mejor que falte y no que sobre, porque si te la sobrevalúan, seguro será más difícil venderla. Publicarla a precio de mercado acelerará el proceso. A algunos luego los tenés que perseguir para que te pasen la tasación. Mal comienzo, si no te lo entregan rápidamente no hay garantía de que se ocupen luego de venderla. Inexplicable porque su negocio es ése. No cobran hasta que no venden.
En su defensa, debo decir que Internet y WhatsApp mejoraron mucho los procesos y tuve dos muy buenas experiencias con agentes inmobiliarios (consultas por privado). Gente muy profesional que hace bien su trabajo.
Por otro lado, hay que encontrar adónde mudarse, entonces: ¿buscamos antes de que alguien visite nuestra casa?, ¿esperamos a tener una oferta?, ¿qué pasa si vendimos y no encontramos algo que nos guste? Todas preguntas que son disparadores del dichoso estrés.
En el supuesto de que todo se dé satisfactoriamente y los plazos sean cortos, que nos señen la casa y que señemos la que queremos comprar, se abre un periodo de otra incertidumbre. Quizás no tan incierta pero no menos estresante. ¿Estarán en regla todos los papeles de la casa que queremos comprar?, ¿tendrán los servicios al día?, ¿le otorgarán el crédito en tiempo y forma a nuestro comprador?, ¿nadie se arrepentirá en el proceso? Hilando aún más fino en mentes pesimistas como la mía, ¿el comprador llegará sano y salvo al día de la firma? Todo puede pasar porque, a diferencia de cualquier otra compra, por la envergadura de la operación los plazos no son inmediatos. Y, además, hasta que la plata no pasa de manos y la escritura se concreta, nadie vendió ni compró nada.
Mudarse puede ser caótico, pero también puede ser liberador. En la película Stephen Frears Esperando al bebe, un nene metía algo en las patitas de un enchufe, hacía estallar la instalación eléctrica y cuando le preguntaban porque lo había hecho contestaba: porque entra. En una casa grande los objetos se acumulan por eso, porque entran.
En nuestra casa nueva no entra todo lo que tenemos. Es una buena noticia. No necesitamos todo lo que tenemos. Tirar, vender, donar y regalar es la parte menos cansadora del proceso. Estrenar casa y objetos es una fuente de felicidad. Me quedo con la frase Casa nueva, vida nueva. Agradezco tener vida y afectos para llegar a mi nuevo hogar.