Fantasía y resiliencia en la infancia de Frida Kahlo

Por Juan Carlos Fontana

Si bien se han realizado varios films sobre la muy conocida pintora mexicana Frida Kahlo (Coyoacán, México, 1902-1954), éste es el primero en formato de dibujo animado. Quizás una de las películas inspiradas en la biografía de esta artista que más se recuerde sea la que dirigió Julie Taymor, en 2002, protagonizada por Salma Hayek, con Alfred Molina en el papel de Diego Rivera, el célebre muralista con quien ella se casó.


Hola, Frida se enfoca en la niñez de la artista, junto a sus padres y su hermana, y ya anuncia los primeros lineamientos de lo que sería la compleja vida de la pintora mexicana. No solo por la realización de sus admirables cuadros, sino también por su valentía para sobrellevar dolencias físicas que la mantuvieron postrada buena parte de su existencia. La pequeña Kahlo -según se cuenta en esta cinta- se contagió a los seis años de poliomielitis; más tarde, en su adolescencia, sufriría un accidente provocado por el choque de un micro en el que viajaba, cuyas consecuencias, con el tiempo, fueron deteriorando su columna vertebral.

Esta producción está avalada por su sobrina nieta Cristina Kahlo y por el Museo Frida Kahlo, de México, pero lo esencial del relato deriva de la adaptación del libro Frida, Cèst moi, de Sophie Faucher, ilustrado por Cara Carmina. El hilo narrativo recorre la infancia de Frida, a través de una animación que evoca el icónico estilo pictórico de la artista que oscila entre figuras de amplios trazos que remiten a elementos de la naturaleza: hojas, flores, árboles. Además, se incluyen figuras esotéricas cuando se muestran algunos de sus retratos. La película guía al público por la vida de una niña talentosa, adorada por sus padres, que no olvida la herencia de la abuela zapoteca -cultura ancestral mexicana- por parte de madre, y la herencia alemana de su padre fotógrafo, que sufre de epilepsia.


La enfermedad paterna llevó a la futura artista, en sus primeros años, a alimentar el proyecto de estudiar medicina. Pero luego de pasar por su propia enfermedad y la obligada necesidad de hacer reposo aislada, se decidió por la pintura,  arte donde podía desplegar su frondoso imaginario de colores y figuras que iba bocetando en un cuaderno: una guía ineludible de su fantástico mundo de fantasía que, asimismo, la habría impulsado, según el guión del film, a crear a una amiga imaginaria, con la que dialogaba cuando estaba a solas, se confortaba con  sus consejos para sobrellevar los momentos de mayor dolor, o los procesos difíciles de desesperanza que atravesó, sugeridos mediante la “visita inesperada” de una dama de negro, la muerte.

Con cierta reminiscencia de la cultura oriental, que Frida Kahlo supo cultivar, el film acierta en atribuir a las figuras humanas los típicos grandes ojos de las historietas asiáticas y el animé. La historia no solo remite a cuestiones de género sino que insinúa atisbos de ese machismo típicamente mexicano, acentuado por aquellos años, que Frida lo sufre en la escuela, donde algunos compañeros le hacen bullying, burlándose de la deformidad de una de sus piernas, ocasionada por la poliomielitis. El relato trata con buen tino de formular una lección de vida, encarada con coraje y un fuerte instinto de resiliencia. Resulta un aporte realmente favorable la grata música de Laetitia Pansanel-Garric, que incluye elementos del folclore mexicano.

NR: El 27 de septiembre pasado, en el barrio de Coyoacán, en la capital mexicana, abrió sus puertas la Casa Kahlo, en la vivienda de infancia de la artista. Allí, la colección de objetos y algunas pinturas revelan la ternura de su corazón y el humor chispeante que irradiaba, más allá del dolor y la crudeza de algunas de sus obras. Asimismo, se puede apreciar en la exposición la delicadeza de los gustos de Frida y el gran amor por las tradiciones locales, amén de varias fotografías tomadas por su padre. Guillermo Kahlo.

Frida niña fotografiada por su padre