Por Guadalupe Treibel
Por razones por completo ajenas a mis deseos musicales, me vienen persiguiendo canciones machistas. No importa qué plataforma use: casetes, CDs, Spotify o ese túnel sin fondo que es YouTube. Pongo play, y ahí están. Como fieras selváticas al acecho. La otra tarde, sin ir más lejos, bastó sintonizar la radio para que Cacho Castaña me gritara un deplorable clásico: “Si te agarro con otro te mato / te doy una paliza y después me escapo”. Así, de sopetón. Sin introducción instrumental, sin anestesia.
Intenté una retirada estratégica al darle play, ingenuamente, a un casete de la llamada música ciudadana del arcón familiar. En el primer track: Edmundo Rivero, Amablemente. El hombre descubre a su pareja en otros brazos, disculpa al gavilán porque “el choma no es culpable en estos casos”. Y enseguida, “con toda educación, amablemente, le fajó treinta y cuatro puñaladas”. Treinta y cuatro. Amablemente. Hasta las series de crimen verdadero son mas sobrias con el despliegue de violencia física explícita. Le doy fast forward, y aparece otro tango, Tortazos, cuyo nombre anticipa el castigo masculino por el abandono.
Buscando oxigenar los oídos, cliquée un video al azar en YouTube para toparme con los Tekis coreando, como si tal cosa y chochos de la vida “Qué le voy a hacer a esa mujer, qué le voy a hacer, la voy a matar, la voy a matar”. Y la multitud bailando entre serpentinas y espuma, como si no se estuviera narrando un femicidio a ritmo de carnavalito. En comparación, el Chaqueño Palavecino -siguiente en la lista- parece un niño de pecho cuando, en Amor salvaje, propone un secuestro exprés cual gesto romántico: “Te llevé sin preguntarte ni tu nombre, con mi brazo encadenado a tu cintura, asalté tu intimidad y tu ternura...”.
Al rato, me tomé el colectivo, y Spotify -en aleatorio- me jugó otra carta fatal al sugerir una bachata de Romeo Santos, susurrando posesivamente “No te asombres si una noche entro a tu cuarto y nuevamente te hago mía... Eres mía, mía, mía, no te hagas la loca, eso muy bien ya lo sabías”. Mirando por la ventanilla, me cuestioné seriamente: ¿habrá modo de interponer una perimetral a la aplicación?
Ya de visita en casa de mi madre, me recibió su intérprete preferido desde los parlantes del living room. Con la seguridad de un gentleman ibérico en bata de seda, Julio Iglesias alardea en Fuiste mía: “Tu experiencia primera, el despertar de tu carne, tu inocencia salvaje, me lo he bebido yo”. Y remata sin el menor prurito: “Labios de niña que mis labios los estrenaban, cuerpo de espiga de palma recién plantada”.
Pedí ¡next! y, para rematar “dignamente” la velada, se hizo presente José Alfredo Jiménez en la voz de Luis Miguel: “Te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo. Yo sé que mi cariño te hace falta porque quieras o no, yo soy tu dueño”. Sin comentarios...
Cuando creo que ya lo escuché todo, mamá pone un cedé de Pimpinela, y la persecución de canciones de alta misoginia alcanza el cenit con Como la tele, donde Joaco es la pobre víctima incomprendida que no logra entender a las estúpidas mujeres, pese al empeño. ¿Su solución definitiva? “Tendrían que ser como la tele, que trae manual de explicación, prenderlas a control remoto, callarlas tocando un botón...”. Claro que ser configuradas no sería suficiente garantía para este muchacho, por eso “si te fallan o hacen rayas, mandarlas a devolución”.
El complot temático del día me dejó de cama. Sintonizo un mantra instrumental que promete la limpieza para la mente. Ommmmm...