En épocas de marginación y estigmatización como las que les está tocando vivir a las fumadoras, suena a reconfortante desobediencia acudir al capítulo Toda mujer moderna tiene un hobby de la -ya consultada por esta sección- enciclopedia Para ser hermosa, para ser amada. La autora, Gloria Darling, cita a autoridades –en materia de lo que debe hacer una chica chic– como Cary Grant (“Los dedos femeninos que aprisionan el fino cilindro de dorado tabaco, me impresionan cuando se lo acercan cadenciosamente a los labios”) o Ronald Colman (“¿Acaso la mujer no toma copetines? ¡Pues que fume también!”).
También las divas de la pantalla opinan a favor de esta actualmente desprestigiada práctica: Loretta Young confiesa su motivación: “Fumo por elegancia, nada más que por elegancia”; y Mirna Loy: “Fumo porque el humo sienta bien a mis ojos de almendra”.
Sin ánimo de promocionar el tabaco -la Virgen Santísima nos libre- debemos advertirles que el manual de Darling afirma que “la mujer moderna no puede prescindir del cigarrillo, un accesorio de indiscutible coquetería: le permite lucir sus manos lánguidas, sus uñas primorosamente laqueadas con el esmalte de más reciente creación. El cigarrillo le da ocasión de mil gestos encantadores”. Por otra parte, el rubio tabaco le procura a muchas damas, lo mismo que a los caballeros, “un estímulo para trabajar, un sedante para los nervios, una distracción en horas de melancolía”. Por si todo esto no alcanzara para alabarlo, siempre y cuando el consumo sea moderado, el cigarrillo estrecha la camaradería entre ambos sexos, los acerca en gustos. Y no hay mayor gesto de galantería que el de un señor que se apresura a encender el cigarrillo (y acaso alguna otra cosa u órgano vital) de una señora “que lleva a sus labios delineados con rouge ese cilindro prometedor de placeres compartidos”. Epa, Gloria, cuánto atrevimiento.
Desde luego, en vez de dejarse patotear por los no fumadores, las amantes del humo en volutas deben aprovechar “la oportunidad de lucir preciosas joyitas en forma de encendedores o cinceladas boquillas incrustadas de piedras preciosas, con los que desplegarán mimosas actitudes que las volverán aún más enigmáticas e interesantes”.
¿Es que se puede aspirar a algo mejor –sin tragar el humor, preferentemente– para encarnar plenamente el eterno femenino en la plenitud de su seducción? Si así lo hicieren, amables lectoras, podrán entonar junto a Saritísima Montiel este insinuante tanguito alusivo...