Jenny Saville: Tierna es la carne

Jenny Saville. Crédito The New Yorker

Por Guadalupe Treibel

Con la naturalidad de quien no necesita probar nada, Jenny Saville marca el compás de la pintura contemporánea este 2025. En marzo, el Albertina Museum de Viena inauguró Gaze, una muestra súper concurrida que combinó obras recientes con piezas clave de su trayectoria. Entre las cuales, la serie Fates: figuras femeninas desbordantes aparecen con piernas de más y torsos desplazados, como si distintos tiempos y espacios se plegaran en un único cuerpo. “Si viajás en subte, todos están con la mirada fija en un dispositivo. Esas realidades -la física y la virtual- conviven: una se mueve entre ellas casi sin darse cuenta”, explicó la británica, y enseguida desactivó cualquier lectura efectista: “Lejos de crear escenas monstruosas, busco mostrar cuánta humanidad hay en esas multiplicidades”.

Unos meses después, en junio, la National Portrait Gallery de Londres le dedicó por primera vez una gran exposición individual: Jenny Saville: The Anatomy of Painting, recorrido exhaustivo por más de tres décadas de trabajo que viajará en octubre al Modern Art Museum of Fort Worth, en Texas. Entre las obras más comentadas, Matrix, retrato del artista queer intersex Del LaGrace Volcano que recuerda a El origen del mundo de Courbet: reproduce el cuerpo desnudo en primer plano, rostro barbado incluido, obligando a reconsiderar de quién se trata y a quién está mirando.

De su serie Fates

Saville suele trabajar sola, sin asistentes, durante jornadas largas y silenciosas, entre paredes cubiertas de fotografías que ella misma saca, impresas a gran escala, dibujos y estudios anatómicos que funcionan como un archivo vivo. Utiliza ese material como el andamiaje sobre el que avanza por capas, combinando observación clínica con intuición artística. En sus lienzos, la carne ocupa el espacio con una presencia arrolladora: los cuerpos, densos y tangibles, parecen respirar, enredados, a veces perdidos pero siempre resistentes. De esas superficies surge una vulnerabilidad compartida que conmueve y desafía.

El New Yorker la define como “the body artist”: una pintora que ha hecho del cuerpo -sobre todo del femenino- su territorio central. Su obra no es decorativa ni intenta idealizar: explora lo que significa habitar un cuerpo, con toda su materialidad, fragilidad y potencia. En sus telas, el gesto amplio convive con el detalle quirúrgico; lo íntimo con lo monumental.

Prueba de su vigencia, un hito que acaparó miradas en 2018: la venta histórica en Sotherby’s Londres que la coronó como la -entonces- artista femenina viva más cara del mundo. Hasta cinco postores se batieron a simbólico duelo por Propped, de más de dos metros de altura, en una carrera que duplicó el valor estimado de venta y alcanzó los 12,4 millones de dólares. Así llegó a nuevas manos este retrato frontal, descarnado y empático de una mujer desnuda, de carnes sueltas y exuberantes, radicalmente distinta de las figuras jóvenes y bellas que dominaron buena parte de la historia del desnudo femenino pintado por hombres. Aparece sentada, mirando un espejo nublado en el que están grabadas, al revés, las palabras de la filósofa feminista Luce Irigaray: If we continue to speak in this sameness—speak as men have spoken for centuries, we will fail each other... (Aproximadamente: “Si persistimos en esta única voz -la que han hablado por siglos los varones-, acabaremos defraudándonos entre nosotras”).

Propped

Creado cuando aún era estudiante en la Glasgow School of Art, el cuadro integró la colección personal de Charles Saatchi y no se exhibía desde la recordada muestra Sensation de 1997, que lanzó a los Young British Artists. A diferencia de varios de sus contemporáneos (Tracey Emin, Damien Hirst), Saville devolvió la pintura figurativa al centro de la escena con una lanzada gestualidad y una mirada personalísima, que se desmarca de estereotipos estéticos. 

“Pinto la carne porque soy humana. Si trabajás en óleo, como yo lo hago, es algo natural. La carne es la cosa más hermosa para pintar”, dijo alguna vez esta creadora nacida en Cambridge en 1970. Su obra -mayormente figurativa- explora la forma con brutal honestidad. Usa pinceladas gruesas, pesadas, amplifica detalles anatómicos y se detiene en la textura de la carne, en la fisicalidad que otros prefieren borrar. Entre sus piezas más célebres está el autorretrato Branded (1992), donde distorsiona su propio torso y sus pechos en una imagen oscilante entre el orgullo y lo grotesco.

Dignísima heredera de Lucian Freud, su pintura dialoga con Velázquez, Tiziano y Rembrandt, de quienes toma estructura y luz; con Francis Bacon, de quien absorbe la tensión emocional; con Willem de Kooning y Cy Twombly, que le enseñan a liberar el trazo. Aunque oscila entre figuración y abstracción, Saville siempre regresa al cuerpo humano como territorio central. “Vale la pena el viaje hasta llegar a la figura; para mí, el campo más interesante”, confirmó en una entrevista reciente. No hay moralina en sus cuadros ni condena a la cirugía ni nostalgia por físicos “naturales”: lo que parecer obsesionarla es cómo pueden cambiar y las historias que se inscriben en ellos.

A lo largo de los años, Saville observó a cirujanos en acción, recorrió morgues, retrató parejas entrelazadas, siguió el crecimiento de sus hijos, pintó personas que desafían abiertamente con sus disidencias... “Lo que nunca ha variado en su trayectoria es la necesidad de enfrentarse al cuerpo humano, de retorcerlo, de dislocarlo sin separarse de la verdad”, escribió el periodista Peio Riaño, celebrando cómo su pintura “aniquila la tiranía de los físicos abrillantados por el Photoshop”. Sus obras se proponen revelar el cuerpo como un campo de tensión entre identidad, percepción y representación: un territorio visceral que ella ha expandido, vuelto urgente, insoslayable.  

Chapter (for Linda Nochlin)

Matrix

Stare