Por Marina Soto
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Home of the Brave |
A veces la memoria funciona en constelaciones, cada recuerdo una estrella que se conecta con otras mediante una justificación absolutamente personal, algo que solo la propia persona que recuerda puede entender. A veces un recuerdo alberga un universo en sí mismo, a veces es un astro solitario, pero potente.
El otro día estaba haciendo yoga cuando las nubes
oscuras de la madrugada se transformaban en claridad. Por algún
motivo que no sé si puedo explicar del todo, las conexiones mentales me
encaminaron hacia el personaje de Ryan Reynolds en Adventureland,
que en una escena dice que tocó con Lou Reed, pero después cita mal el nombre
de la canción Satellite of Love y la llama Shed
A Light On Love (algo así como “iluminá el amor”). Cada tanto me viene
este momento puntual de la película a la mente y el título equivocado me parece
una idea hermosa. Tal vez Lou podría haber escrito Shed A Light On Love post
Laurie Anderson, post su incursión en el tai chi.
Laurie Anderson es una artista enorme y por cierto
única, pero desde ese momento su nombre quedó -para mí- automáticamente ligado
a esta cinta y las imágenes que me hace evocar: ella con traje blanco, el
violín, la pantalla de fondo. Home of the Brave, además, tiene un
monólogo que siempre amé. Ya en esa época, Anderson se metía con el código
binario y sus metáforas y preguntaba por qué todo el mundo quería ser el número
uno, pero nadie quería ser un cero. Yo no tenía ni idea de nada de lo que
hablaba, pero algo debe haber habido en la mezcla de spoken words, arte
audiovisual, performance. Algo que me transmitió de la importancia del mensaje,
porque a casi cuarenta años cada tanto me acuerdo del speech de ceros y unos, y
me vuelvo a quedar un rato pensando…