Ritornelo en mi mente

 

Por Marina Soto

Home of the Brave

A veces la memoria funciona en constelaciones, cada recuerdo una estrella que se conecta con otras mediante una justificación absolutamente personal, algo que solo la propia persona que recuerda puede entender. A veces un recuerdo alberga un universo en sí mismo, a veces es un astro solitario, pero potente.

El otro día estaba haciendo yoga cuando las nubes oscuras de la madrugada se transformaban en claridad. Por algún motivo que no sé si puedo explicar del todo, las conexiones mentales me encaminaron hacia el personaje de Ryan Reynolds en Adventureland, que en una escena dice que tocó con Lou Reed, pero después cita mal el nombre de la canción Satellite of Love y la llama Shed A Light On Love (algo así como “iluminá el amor”). Cada tanto me viene este momento puntual de la película a la mente y el título equivocado me parece una idea hermosa. Tal vez Lou podría haber escrito Shed A Light On Love post Laurie Anderson, post su incursión en el tai chi.


Evocar (o invocar, acaso) a Laurie Anderson siempre me lleva como un ritornelo, me hace acordar a Home of the Brave, una película del 86 que es la filmación de un show multimedia de la artista, que mi mamá me llevó a ver de chica. No tengo ni idea de cómo llegó a la Argentina, no me acuerdo bien de qué año era, pero sí estoy segura de que tenía menos de 10 (o sea que eran finales de los 80), de que fuimos a una sala de cine gigante (el Maxi, una de las más hermosas que tuvo esta ciudad). Había poca gente, con suerte cuatro, cinco personas; muy probablemente era una función privada. Hoy me entero de que a ese film lo trajo un distribuidor idealista, realmente cinéfilo -fan, asimismo, del género fantástico y de terror, socio del Bela Lugosi Club- llamado Carlos Gaffet. 

Laurie Anderson es una artista enorme y por cierto única, pero desde ese momento su nombre quedó -para mí- automáticamente ligado a esta cinta y las imágenes que me hace evocar: ella con traje blanco, el violín, la pantalla de fondo. Home of the Brave, además, tiene un monólogo que siempre amé. Ya en esa época, Anderson se metía con el código binario y sus metáforas y preguntaba por qué todo el mundo quería ser el número uno, pero nadie quería ser un cero. Yo no tenía ni idea de nada de lo que hablaba, pero algo debe haber habido en la mezcla de spoken words, arte audiovisual, performance. Algo que me transmitió de la importancia del mensaje, porque a casi cuarenta años cada tanto me acuerdo del speech de ceros y unos, y me vuelvo a quedar un rato pensando…