Un tiempo después, durante un Zoom
organizado por el Día Internacional de la Mujer, Caitlin Moran conversó con una
de sus hijas, dos amigas suyas y cuatro compañeros de clase. Hablaron de
feminismo, aunque pronto la conversación empezó a centrarse en los chicos, que
hablaron de soledad, del miedo a relacionarse con chicas o de las expectativas sexuales
marcadas por el porno. Los chicos, visiblemente sorprendidos, agradecieron el
espacio: confesaron que nunca habían dicho nada de eso en voz alta, ni en casa
ni con sus amigos. Pero la revelación no terminó ahí. Al poco tiempo, varias
chicas empezaron a escribirle a Moran para advertirle de algo más inquietante:
aunque sus compañeros se mostraron educados y respetuosos durante la
videollamada, en los grupos de WhatsApp llamaban «cáncer» al feminismo,
«feminazis» a las feministas, y bromeaban sobre violaciones.
Tras presenciar semejante experiencia,
Moran empezó a darle vueltas: tal vez esa furia masculina no nazca tanto del
desprecio como de la carencia. La carencia de un espacio en el que los chicos
puedan hablar de lo que sienten sin necesidad de escudarse en el sarcasmo, el
desprecio o la pose. Si existiera una comunidad masculina capaz de acoger la
vulnerabilidad –como la que muchas mujeres han encontrado en torno al
feminismo–, es posible que mucha de esta violencia, sencillamente, no
encontrara lugar. Pero hoy, ese espacio no existe. Y lo que no tiene salida,
termina estallando por los márgenes. Así fue que decidió explorar este
tema en el libro ¿Y los hombres qué?.
En una conversación con su marido,
Moran encontró una imagen reveladora de esa falta de comunidad emocional entre
los hombres. Él le explicó por qué, a pesar del tiempo, Oasis sigue siendo el
grupo favorito de millones de chicos: sus canciones, escritas por Noel
Gallagher desde una infancia marcada por la violencia y la precariedad, hablan
de encierro, de nostalgia, de no saber cómo expresar lo que duele. Pero quien
las canta es su hermano Liam y líder polémico de la agrupación, desde
la furia. Esa es, para él, la clave: hay ternura en las letras, pero rabia en
la voz. Uno de sus versos más coreados resume esa contradicción: «Me gustaría
decirte muchas cosas / Pero no sé cómo». Y ahí están, dice él, miles de hombres
cantando al unísono esa línea como si fuera una consigna, una fuga, un grito
que no encuentran dónde alojar. De nuevo el silencio, la carencia de palabras
para hablar de lo íntimo, de lo vulnerable.
«Nosotras tenemos el feminismo»,
afirma Moran, sin presumir de una propiedad: se refiere a la comunidad que se
ha gestado alrededor de poder expresar la propia vulnerabilidad, buscar apoyo y
cariño en la hermandad, convertir el mundo en un espacio más cómodo y
agradable. Los hombres no tienen este espacio, aunque algunos secretamente lo
deseen. Si el único lugar que hay para expresar su vulnerabilidad, su dolor y
su incomodidad es en un concierto con dos hermanos que fueron leyenda, gritando
que no saben cómo expresarse, algo va mal. ¿Y si es necesario un nuevo espacio
donde gritar?
El feminismo nos atañe a todas y todos
Recuperamos la entrevista que Marita Alonso hizo a
Caitlin Moran en 2022 cuando Anagrama publicó su libro Más que una mujer. En
esta conversación ya se puede ver el germen de lo que sería ¿Y los hombres qué?, pues
la autora mencionaba la necesidad de que el feminismo fuera
ejercido tanto por mujeres como por hombres, también reflexionaba
sobre la dificultad de entender la separación cultural entre hombres y
mujeres y apuntaba la importancia de tener referentes positivos en la
televisión, cine y literatura. Una entrevista que es un excelente complemento
para expandir el universo de Caitlin Moran.