Me alegraste la semana, Teatro Alternativo

 

Por Marina Soto

Quiso la diosa que teje el destino que en una misma semana tuviera la suerte de ver dos obras excelentes en todo sentido, con puntos en común y otros complementarios, ambas por igual recomendables. Contemos entonces, querida musa, sobre la justa cólera del divino Dionisos y también sobre el valiente ingenio del chaqueño Javi.

Las bingueras de Eurípides

Las chicas solo quieren jugar al bingo

Las bingueras de Eurípides es una inteligente e inesperada relectura de Las bacantes, que resignifica la historia original transformando la hubris de Penteo en abuso de poder y necesidad de control (particularmente de las mujeres) a través de la violencia. Dionisia, un ser misterioso de imponente presencia que provoca a la vez inquietud y fascinación con una leve -y muy adecuada- ambigüedad de género (apropiadamente interpretada por Mar Bel Vázquez), organiza un bingo ilegal donde las mujeres van a divertirse en busca de un momento de liberación, hermandad y tal vez -con suerte- ganarse algo de guita. Corren las bolillas, las pastillas, los chistes sexuales y el doble sentido, hay juerga, baile y un momento en el que pueden ser ellas mismas sin prestarle atención a las convenciones sociales. Dionisia les da el espacio, las protege, las arenga hasta la llegada de “el Suarseneguer”, una suerte de policía obsesionado por hacer caer el espacio ilegal a fuerza de violencia machista.

La obra, originalmente escrita por la española -de Cádiz- Ana López Segovia y adaptada con destreza por Francisco Civit (para acercar algunas cuestiones al público local), es ágil, entretenida, con grandes momentos humorísticos y musicales, hasta que llega el trágico final que, aunque ajustado a las circunstancias de la historia, es intrínsecamente fiel a la obra de Eurípides. Si bien la puesta está orgánicamente atravesada por la música (una evocación al teatro griego de la antigüedad), hay un crescendo en los números musicales a medida que avanza el bacanal y se va acercando el terrible desenlace. Las logradas actuaciones, todas muy destacables, y aquí vale subrayar que se trata de una obra que propone un elenco numeroso, considerando lo que suele -y puede- ofrecer el teatro independiente. Elenco en el que además de los protagonistas (Dionisia, Mercedes, Dori, Rosa, Servando y el Suarseneguer) tenemos un coro con actrices y actores que interpretan a su vez distintos personajes secundarios y se van pasando los diversos instrumentos. La escenografía (un grupo de sillas y un telón de guirnaldas) es funcional y adecuada para el nutrido elenco; se destacan también el vestuario y la iluminación, sin dejar de mencionar, obviamente, la sobresaliente dirección de Civit.

Pibitxs del río. Crédito Federico Pérez Losada

Cumbia, pero de la buena

Pibitxs del río es, a simple vista, bien distinta de Bingueras. Mientras que la versión de la tragedia de Eurípides es coral y con muchos personajes en escena, Pibitxs es un monólogo a cargo de una actriz que da vida al protagonista (si bien cada vez que asume la voz de otro personaje, genera una metamorfosis impresionante). Javi (Javier González, Ojo chino, Ponja, Cabeza), un joven chaqueño de 23 años nos cuenta su desgracia cuando, debido a una peste, quedó separado de su novia y su hija, que están en Formosa. Los separa la frontera, los vigilantes y el Bermejo, un río que como un monstruo insaciable devora todo lo que en él cae, y no siempre lo devuelve. Aunque nunca en la obra se hace referencia a ningún tipo de mitología, la travesía de Javi tiene mucho de gesta heroica, ya que ante la indiferencia y maldad de los polis de frontera, a Ojo chino no le queda otra que entrenar fuerte y zambullirse en el Bermejo: una catábasis para enfrentar las entrañas de ese terrible río, rojo profundo y lleno de fantasmas como el infierno mismo, apostando a emerger victorioso, renacido en héroe.

Al igual que en Bingueras, los recursos del teatro independiente brillan en Pibitxs: un matizado juego de luces acompaña el devenir de la obra; y la escenografía solo se basta de unos ladrillos, dos tiras de LED neón (una roja, otra naranja) que marcan el recorrido del río, y un parlante blutú reflashero, para escuchar unas buenas cumbias. También en esta obra la música es parte de la narración, con la cumbia que va de fuerte y agitada en el principio a lenta y baja hacia el final, acompañando la odisea de Javi. Todo esto bajo la sensible y afinada dirección de Iván Moscher que hace relucir el exquisito texto de Fabián Díaz.

Las bingueras...

La policía como el enemigo

Ambas obras ponen en cuestión la predisposición de las figuras de autoridad a caer en los abusos de poder. En Bingueras, el Suarseneguer se obsesiona con cerrar el bingo ilegal, de la misma manera en la que intenta someter a su madre a una vida de sufrimiento y duelo permanente por la muerte de su marido maltratador. La tensión entre este personaje y las bingueras atraviesa la obra, y en un momento el coro canta “policía no quiero en mi casa / que se sube en lo alto las mesas y me rompe las tazas / qué aburrida, qué aburrida / qué aburrida está la policía”. El otro vigilante, Servando (una mezcla de Cadmo y Tiresias) intenta convencerlo, de todas las maneras posibles, de que las pobres mujeres no hacen mal alguno, pero la moralina y el ansia de dominación violenta de Suarseneguer (aprendidas y aprehendidas de su padre), pueden más. 

En Pibitxs, los guardias de la frontera se aprovechan de las atribuciones que les otorga la normativa de la peste para hacer gala con sadismo de su pequeño poder. “Los vigilantes son el enemigo y te gritan en la cara: no vas a pasar”, se queja Javi que aunque se presente bien, les ofrezca plata, intente ablandarlos con su tragedia personal o encontrar los puntos en común que los hermanan (“Poli, sos un pibito vos también. Te dieron un arma remagnífica para salir a cazar de noche. Pero yo te veo el miedito, lo tenés ahí entre las manos, ahí parado en el medio de la nada. Vigilando este paso. Este río milenario. Mirando entristecido la noche negra. Cuidado con la noche negra poli-pibito. La noche esconde monstruos que se morfan a los ratis como vos. Sos un niñito vos también. Yo te invito a una birra, si querés. Una pizza con queso recargado. Tirá tu arma remagnífica a la garganta del río que se come todo y vamos a jugar.”), solo recibe una constante negativa, a veces fría, a veces violenta, siempre mecánica y carente de toda compasión.

Pibitxs del río. Crédito Federico Pérez Losada

La misma hubris que afecta a Penteo en Las bacantes (y que desencadenará la tragedia) es la que caracteriza las figuras de autoridad de estas dos obras. Aunque en estas piezas ya no contra los dioses, sino contra la propia humanidad, esa humanidad que insisten en ver como una otredad que es necesario controlar, someter, reprimir.

El género, mucha tela para cortar

Haciendo reflejo de la opresión de la mujer en la Antigua Grecia, en su teatro solo actuaban hombres con máscaras, interpretando personajes tanto femeninos como masculinos; en Bingueras, en cambio, las mujeres ocupan su debido lugar como intérpretes. Y el drama de las bacantes (una tragedia en la que participan inconscientemente, y -con posterioridad- a su pesar) se transforma en un acto de justicia necesaria y a la altura de las circunstancias. 

Una reconquista similar y un cuestionamiento interesante suceden al cambiarle el género a Dionisos, pero al mismo tiempo permitirle una cierta androginia, ambigüedad: Dionisia empieza presentándose como “Indómito y bellaco, / Dionisio soy, también me dicen Baco. / Hijo de Zeus y Sémele: divino. / Me gusta la mujer, me gusta el vino. / Adopto forma humana / para ser vuestra cómplice y hermana”, atribuyéndose en la descripción ambos géneros. Los dioses griegos que felices y contentos se entregaban al cambio de forma física, bien podrían haberse permitido transmutar su género a piacere. 

En Pibitxs directamente se invierte el lugar masculino en la actuación que regía en el teatro de la antigüedad, y Delfina Colombo interpreta al protagonista en un trabajo actoral extraordinario no solo en los movimientos corporales, el acento y el tono de la voz, sino en el espíritu que transmite. Casi toda la obra es un pibe chaqueño de 23 años, pero por momentos es una piba formoseña de 20, una nena de 2, o un policía que grita con tono militar. Al ver su metamorfosis sobre el escenario resulta inevitable pensar que el género no es solo una construcción, es una performance constante.