Bermejo, el río desobediente*

 


Por Pedro Patzer

La leyenda aborigen indica que el color del Bermejo proviene de la sangre de los corazones desobedientes. (…) ¿Será por eso que lo califican como el río más salvaje del norte argentino?, ¿será que es el río que más se parece al yaguareté?, ¿o tal vez se asemeja a ese chamán indígena que sabía transformarse en yaguareté cuando las circunstancias lo requerían?

(…)

Un río así no permite que se lo utilice de frontera, él no separa Bolivia de Argentina, ni Argentina de Paraguay, sino que hermana los países. Del mismo modo, cuando se lo quiso utilizar para colonizar a los pueblos originarios, el Bermejo supo defender sus identidades, supo que era un dios río, un río de idioma y culturas que no diferencian lo escrito de lo oral, el pensamiento del canto, la naturaleza de lo humano. Por eso este río salvaje sabe convivir con los dioses de los wichis, pilagás, nivaklés, tobas, chorontes y otros pueblos. El Bermejo cobija a Chilaj, el Señor del Agua que enseña a la gente a pescar con arco y flecha. También este río hospeda a Achaj, el padre de los peces que es el dorado. Y asimismo el Bermejo sabe recibir a Iwun Chock, la lluvia que cae con la forma de un oso hormiguero durante la tormenta, esa lluvia que los chamanes wichi deben devolver al cielo para que no se genere una gran sequía.

(…)

A veces el Bermejo acumula infinitos recuerdos, como aquellas conversaciones con los bandoleros rurales Segundo David Peralta -conocido como Mate Cosido-, Isidro Velázquez. O la fascinación que la escritora Sara Gallardo experimentó, en un hotel de la ciudad Embarcación, con Eisejuaz, un cocinero que resultó ser un chamán wichí que se escondía en aquella ciudad chaqueña con el nombre de Lisandro Vega.**

(…)

Hoy, el yaguareté está en peligro de extinción en el gran Chaco, pese a los esfuerzos de las organizaciones que trabajan para evitarlo. Esta desaparición no sería solo la desaparición de una especie sino también el fin de una cultura acerca de un ser mitológico indígena; una especie de dios que ruge siglos en las riberas del Bermejo. Este río montaraz recuerda la congoja de sus pueblos por las guerras organizadas en confortables despachos de ciudades lejanas, guerras en las que se enfrentaron hermanos que tuvieron como única diferencia haber nacido del otro lado del río.

*Fragmentos del capítulo consagrado al Bermejo en el libro Tierra de ríos, de Pedro Patzer, recientemente editado por Sudestada, que ofrece al público lector el retrato de 45 corrientes de agua dulce que, según dicen los diccionarios, fluyen por un cauce o lecho hasta su desembocadura. En este caso surcando el territorio argentino a lo largo y a lo ancho de diferentes provincias. Patzer propone con gran conocimiento, con sostenida amenidad, con el color local que corresponde, el perfil y la historia de cada río. La historia narrada desde la relación con los pueblos   originarios, sus respectivas culturas y esa religiosidad propia que la colonización se empeñó en borrar; la relación de esos ríos con los habitantes de sus márgenes en sucesivas etapas; la inspiración que han brindado a poetas y escritores/as… Y, por así decirlo, la psicología de cada uno de estos ríos que el escritor percibe y describe con entrañable empatía. Vamos, que aparte de tratarse de una lectura placentera y enriquecedora para casi todas las edades, Tierra de ríos bien podría ser un texto de estudio en la escuela secundaria, quizás en el final de la primaria, en vez de la tediosa enumeración mecánica de nombres que a través de tanto tiempo se ha hecho memorizar al sufrido alumnado local. “En esta Argentina a la que muchas veces le hicieron creer que se hablaba un solo idioma”, escribe Pedro Patzer, “los ríos responden con sus nombres quichuas, guaraníes, tehuelches, entre tantas otras lenguas. (…) Los ríos son la gran metáfora de la Argentina, el espejo de todas sus identidades…”.

** El autor está citando a la extraordinaria novela (1971) de Sara Gallardo, Eisejuaz, donde, a través del monólogo de un indio mataco -así denominado en la época- que, en estado de total orfandad, abandonado por su gente y por quienes lo evangelizaron, hace un peregrinaje en búsqueda de lo absoluto. Con el lenguaje abrupto, elíptico que le da la escritora a sus 40, logrando zafar de los lugares comunes respecto de los pueblos originarios y consiguiendo una milagrosa percepción de la mentalidad y el tormento de su protagonista. (Eisejuaz fue reeditado por Cuenco de Plata en 2017).