Por
Mariela Sexer
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Castillo de Himeji en primavera |
Tengo un libro muy preciado en mi biblioteca que se llama 1000 sitios que ver antes de morir, de Patricia Schultz. Es gordo, de tapa dura, de un lindo papel como las enciclopedias y diccionarios de antaño. El libro podría definirse como una guía eterna (o casi) ya que en sus páginas recorre el mundo y resalta sitios, experiencias, algún hotel, eventos puntuales, ciudades destacadas, y está organizado por continentes y países. Es ideal para consultarlo antes de viajar al destino elegido. Siempre habrá algo para agregar a la lista de actividades del viaje.
Aunque no conozco Japón, tengo una
idea muy definida de cómo es y admiro profundamente muchas de las cosas que
viajeros calificados van contando por escrito, y también que otra gente muestra
en Instagram. Creo que ser latino permite valorar todas las virtudes de la
cultura japonesa sin padecer su nivel de exigencia y aspiración de perfección.
Imagino que ser descendiente de japoneses y nacer en Argentina (u otro lugar
latino) debe implicar una gran combinación cultural.
Un amigo de la casa, el escritor
mexicano Aurelio Asiain, vive en Kioto, Japón, hace
muchos años, fue agregado cultural de la Embajada de México y es, entre muchas
otras cosas, profesor de la Universidad Kansai Gaidai.
Lo consulté para escribir esta
columna. Con la generosidad que lo caracteriza compartió conmigo un montón de
referencias, textos y recomendaciones literarias. También me contó que está
preparando un libro sobre la idea de Japón en Occidente. Le pedí permiso para
compartir algunas de sus observaciones magistrales que resumen varias
características que me fascinan de la cultura japonesa. La belleza y
profundidad de Japón necesita de personas que dominen el lenguaje poético para
describirlas. Gracias Aurelio.
Me tomo el atrevimiento de agruparlas
por temas:
EFICIENCIA Y RESPETO POR EL OTRO
El cliente de verdad tiene la razón. Siempre. Una vez el gerente de un restaurante de lujo en Tokio se arrodilló para pedir disculpas por un pequeño percance, por el que luego fuimos generosamente reembolsados.
El tren llega a la hora anunciada. Si llega diez
minutos después, te reembolsan. Si el tren sale unos segundos antes, el conductor
se disculpa y sale en la prensa (true story).
Que nadie, nunca, le replique al cliente que no
tiene cambio, así le hayan pagado una compra de cien yenes con un billete de
diez mil.
Que los cajeros o los dependientes de ventanilla
acudan de inmediato y no se demoren charlando con el colega o discutiendo con
el jefe o hablando por teléfono.
Que sea quien atiende o da el servicio, antes que
el cliente o el usuario, quien da las gracias. Así lo hacen, por ejemplo, los
conductores de los autobuses urbanos a cada cliente que baja.
Que no haya que dejar propina. Y que, si la
ofreces, les causes una ofensa.
Que, así como los trenes y el metro y los autobuses
urbanos o foráneos llegan en el minuto previsto, en las mesas redondas ningún
participante se exceda de los minutos acordados.
HONESTIDAD
Me han alcanzado más de una vez para entregarme un yen que se me cayó; he olvidado la cartera y el celular en el café, la banca del parque, el asiento del autobús o del tren, y siempre los he recuperado.
Que se pueda enviar dinero por correo en un sobre común y corriente.
HACER, NO PARECER
La religión implica la práctica, no la fe. Y así todo lo demás. No importan las convicciones, sino los actos.
La frugalidad. El hábito de levantarse con hambre de la mesa. La regla de comer el 80 por ciento de lo deseado.
La espontaneidad con que la gente se forma en fila, y la tranquilidad con que la mantienen; una impasibilidad que no es paciencia, pues la paciencia implica padecimiento.
PULCRITUD
Los perfumes y colonias, más allá de un par de gotas, como las que les deja caer al whisky el buen bebedor, se consideran de mal gusto. Disfrazar el propio olor y oler mal resultan igualmente aborrecibles.
Los inmaculados, silenciosos y
puntuales camiones del servicio de recolección de basura.
VARIEDAD E INFINIDAD
Son ajenas las nociones de alta y
baja literatura, de arte popular y culto. Leer literatura clásica y leer manga
no son cosas incompatibles.
Las inabarcables variedades del
tofu, en el mercado y en el paladar, que para el resto del mundo no tienen un
solo sabor, sino que saben a nada. Los japoneses saben a qué sabe la nada.
La unánime afición fotográfica, que ya sorprendió a Kipling. Que todo el mundo sepa tomar una foto, y que la concepción de lo que es una buena foto sea tan distinta de la nuestra.
NATURALEZA Y TRADICIÓN
Un jardín puede no tener ni
hierbas ni árboles ni flores ni agua. Lo que necesita, y puede bastarle, son
piedras. Una piedra.
Las escuelas de té o de caligrafía
duran siglos, pero no más que muchos pequeños negocios. La dulcería de enfrente
tiene seis siglos, el tejedor de bambúes de la esquina continúa diez
generaciones. El templo a la vuelta tiene once siglos.
Los jardineros. Las tijeras de
mano de los jardineros. El cuidado con que cortan y peinan un decímetro de
musgo, que luego despeinan, como los peluqueros, para que no se note el
trabajo.
El milenario fervor colectivo por
el florecimiento de los cerezos, que convoca a multitudes, se extiende a todas
las artes y alienta la reflexión filosófica y religiosa; y el hecho de que haya
sido obra de una política de estado.
La concepción escenográfica del mundo que se advierte, lo mismo en la perfecta recreación ambiental de bares y restaurantes, que en la forma de incorporar la naturaleza en la cultura.
Espero con ansias el libro de Aurelio y poder hacerle una entrevista.
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Crédito Diego Spivacow - AFV |
- El jardín japonés es una visita obligada, fue mi primer contacto con Japón. Seguramente debe haber un mundo de distancia entre los jardines originales y nuestro reducto local, pero sigue siendo un hermoso paseo.
- Me hubiera gustado mandar a mi hijo al colegio japonés Nichia Gakuin. No pudo ser, pero voy a los festivales que organizan los padres donde se puede comer excelente comida, comprar productos y ver bailes tradicionales.
- Otro lugar donde comer y comprar alimentos, bebidas, papelería y utensilios japoneses es Nueva Casa Japonesa.
- La antigua tintorería Yafuso es, ahora, uno de los restaurantes más codiciados de la ciudad. Con muy pocas mesas, las reservas del turno noche se agotan para todo el año ni bien se ofrecen. Al mediodía ofrecen menú fijo y es más fácil conseguir lugar. En cuarentena hacían take away y pudimos probar el sushi original japones, de una calidad única.
- Tengo pendiente visitar Minka, la casa de Japón que funciona como museo de arte moderno en Boulogne. Desde que leí este relato de Flavia de la Fuente se que voy a ser muy feliz cuando vaya.
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De Japón a Boulogne. La entrada a la Minka, en San Martín 1596. Ocupa 1.000 metros cuadrados. Fernando de la Orden |
En Argentina, al menos que yo conozca,
no hay mayor especialista ni mejor divulgadora de Japón que la guionista
Carolina Aguirre @aguirrecaro. Ahora está ahí y se va a quedar 45 días. En su Instagram dejo varios vivos
compartiendo todo tipo de datos y tips para el que quiera viajar a Japón.
Imperdible.
Esta crónica titulada Wabisabi de Aguirre no hace más que alimentar mi deseo de conocer Japón antes de morir.
En Japón hay un concepto que se llama «wabisabi», que ilustra bastante la identidad local. Originalmente «wabi» significaba «soledad y sufrimiento» o «vivir alejado de la sociedad», y «sabi» era «relajado o marchito». Con los años el significado fue mutando y está más relacionado con la aceptación y la valoración de la belleza que hay en lo que está roto, incompleto y viejo. Para el wabisabi, como para el budismo, nada dura, nada está terminado y nada es perfecto. Estamos aquí de paso. Esa filosofía es muy fácil de ver en los objetos, el diseño y la vida cotidiana: en Japón nada se descarta -se siguen usando teléfonos públicos y lavarropas de hace veinte años-, el diseño es asimétrico -muchas veces con una supuesta «mala terminación» o excesiva simplicidad-, los viejos son respetados y las mujeres resaltan sus virtudes, pero no las transforman: rara vez se ve una japonesa rubia, o alguien con ortodoncia o siliconas. Hay también un goce nostálgico en la tristeza, en lo que fue y ya no es. El kintsugi, por ejemplo, es una manifestación clara del wabisabi. En Japón las piezas de porcelana que se rompen no se tiran, sino que se las pega de nuevo y se rellenan las grietas con oro puro porque se supone algo que estuvo roto y se ha vuelto a armar tiene más valor que algo que no ha sufrido en el pasado.
Por Carolina conocí el libro Okasan de Mori Ponsowy. Es otra puerta de entrada a Japón. Una madre, va a visitar a su único hijo que está estudiando en Tokio. Inmersos en otra cultura, hacen varios viajes a lo largo del libro. Viajes al interior de la relación entre ellos y viajes por Japón. Les dejo está pequeña anécdota que resume en pocas palabras, como suelen hacerlo los japoneses la singularidad y generosidad de la cultura japonesa.
Shirakawa-gō
Paraguas
Llueve fuerte y ya es hora de irnos. Buscamos nuestras mochilas en el minshuku para luego ir caminando hasta la parada de colectivo, del otro lado del río, fuera de la aldea. Cuando estamos por salir la dueña de la posada nos detiene para darnos dos paraguas. “¿Y cómo se los vamos a devolver, si ya nos vamos?”, pregunto. “Dijo que los dejemos en cualquiera de los negocios que están antes de llegar a la parada”, responde Matías. “Ella los va a buscar mañana. O cuando deje de llover”.
https://aurelioasiain.
Esta nota fue originalmente publicada en La Inspectora, newsletter de Mariela Sexer.