Por Sonia Novello
“Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas,
pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas”.
Paul Auster
En la esquina de Perú y Belgrano,
el increíble edificio Otto Wulff.
Ciertamente, entre los más icónicos de la ciudad, restaurado hace pocos
años, conjuga belleza y enigma. Eso sí,
muy inoportuno el contraste, en su planta baja, del cartel, de la cadena de
cafeterías norteamericana Starbucks, que allí funciona con gran amplitud de
espacio despegándose irrespetuosamente del majestuoso inmueble.
Bueno, resulta que una de estas mañanas en esa zona
sucedió algo inesperado, que llamó gratamente mi atención por su desfase con el
ritmo vertiginoso y ruidoso propio de esa zona, un día laboral alrededor de la
9 de la mañana: un hombre, un paseante leía mientras caminaba, como abstraído
del bullicio. Venía por Perú y al llegar a la esquina de Belgrano, se
detuvo y siguió leyendo hasta que cambió el semáforo. A su turno, cruzó
apurado, como si no quisiese perder un segundo; y apenas llegó a la vereda
retomó su lectura y su camino. Aquí se termina mi seguimiento del señor
enfrascado en su libro porque ya no me atreví a preguntarle qué leía con tanto
interés.
Hace unos años -quienes siguen Damiselas en
apuros acaso lo recuerden-, empecé a retratar a personas leyendo en el
transporte público. Antes de la telefonía móvil, sin duda esta situación era
más común; por eso es que, en estos tiempos de pura pantalla, me empezó a
llamar felizmente la atención ver a personas leyendo, un libro en la mano. Para
mi sorpresa, al concentrar mi atención al respecto, advertí que la cantidad de
gente en ese trance era bastante más de la que suponía. Y empecé a tomar
fotografías. Luego fui sumando a más personas haciendo filas en
situaciones de espera, leyendo. Hasta que vi como en un zoom a este lector
caminante tan recortado del febril paisaje urbano, a solas con su libro.
Y vino espontáneamente a mi mente Farenheit
451, la novela distópica que por desdicha parece cada vez más
realista, que tuvo una lograda versión en cine realizada en 1966 por
François Truffaut. Escrita esta obra de ciencia-ficción en 1953 por Ray
Bradbury, cuenta una inquietante historia sobre la quema de libros en un país
donde está prohibido leer y solo se puede acceder a aquello que la radio y
la televisión oficiales dispongan. De esta manera, Bradbury alerta sobre el
autoritarismo y el uso improcedente de las tecnologías: hasta qué punto éstas
pueden alienarnos adueñándose nuestro tiempo; alejarnos del contacto
cercano con semejantes y, asimismo de momentos de lecturas de diversos libros
que nos enriquecerían como seres pensantes, imaginativos, críticos y, en
definitiva. libres. Pero en el libro citado, finalmente la literatura triunfa
gracias a que algunos, preocupados por no olvidar determinadas lecturas,
se van aislando en una lugar en ruinas con los libros que han rescatado para
aprenderlos de memoria, y así preservarlos con el fin de reconstruir la
sociedad a partir de esa sabiduría que con su empeño han logrado resguardar.
La advertencia de Ray Bradbury es de la
década de los '50, pero no es la única: en la literatura hubo otras, como la
del gran escritor Ítalo Calvino en sus Conferencias para el próximo
milenio, alertando sobre la disminución de la lectura que traería el abuso
de las tecnologías.
Entonces, ese señor que camina por la calle
mientras lee tan abstraído me hace pensar que el futuro que imaginaba el genial
Bradbury ya está llegando, sobre todo cuando observo la situación local de
tantas expresiones relacionadas con la cultura… Pero a la vez su entrega a la
lectura lejos del confort de un sillón rodeado de silencio, me reconforta,
aunque seguramente no esté memorizando su misterioso libro...
Y me lleva a pensar lo bueno que sería volver
en gran escala al ritual de la lectura, a las librerías de viejo si la plata no
alcanza para las ediciones nuevas, a los puestos de la Plaza Lavalle, a la
emocionante búsqueda de perlas inesperadas (como el Orlando de
Virginia Woolf, que encontré en una de usados, traducido por Borges, ¡a 4.500
pesos!).
Lo paradójico es que el llamado de atención a
desintoxicarnos de pantallas, a retomar lecturas, a gestionar mejor nuestro
tiempo libre, a menudo surge justamente desde las mismas redes. Hay posteos
de influencers aconsejando cambiar rutinas en pos de disminuir el
tiempo en la internet y en el uso del celular en general. De cualquier
modo, bienvenida toda incitación a tomar, retomar la lectura de libros que nos
enamoran, que nos amplían horizontes, que nos ofrecen un viaje a otros mundos
de la ficción, del pensamiento, ya sea entre almohadones antes de dormir, en un
banco de la plaza cercana, en la cola del supermercado a la hora pico... o
caminando -con buenos reflejos- por una vereda de la ciudad que no tenga
baches.