Texto e ilustración por Marina Soto
Mi perra está vieja. Va a cumplir
14 en unos meses, lo cual para una flat coated retriever es una edad
considerable. Mi perra está vieja, pero ni se entera. Le cuesta mover la
cadera, tiene un poco de incontinencia, algunos bultos y verrugas, a veces
necesita ayuda para levantarse cuando estuvo mucho tiempo tirada. Y ella, como
si nada. Sigue durmiendo al lado de mi cama o en la puerta del cuarto de mi
hija. Sigue mirando la calle desde el balcón. Sigue moviéndole la cola a quien
se acerque a saludarla, jugando con otros perros, viniendo a manguear comida
cuando cocino. Sigue al acecho de cualquier alimento que caiga de la mesa,
cabeceándonos los brazos cuando quiere mimos, pidiendo permiso (o ayuda) para
subirse al sofá cuando me siento a leer. Y cuando empieza el otoño y baja la
temperatura, mi perra se olvida de que ya es una señora mayor, de sus problemas
en las articulaciones y disfruta de la frescura corriendo. Corre como lo hacen
algunos perros, como si en realidad fuera un caballo que nació en el cuerpo
equivocado. Galopa, con el ritmo y el sonido y el golpe de sus cascos. Una de
las patas traseras ya no le responde del todo, y parece más de conejo, pero el
resto de su cuerpo, su energía, su porte, son ecuestres. Verla galopar es saber
que más allá de su edad, ella va a ser cachorra toda su vida.
Tengo la suerte de que Nina sea
mi compañera desde que nació. Mi casa está llena de pelos negros que se
multiplican cada vez que barro, se comió una de mis zapatillas y me rompió un
camisón que amaba y que era uno de los escasos recuerdos que tengo de mi
abuela. Se enfermó poco, la operaron dos veces, gasté plata en ella. Me
acompañó en el embarazo y siempre cuidó de mi hija, y soportó con felicidad
perruna el amor bruto de la infancia. Me dejó abrazarla cuando estuve triste,
jugamos cuando estuve contenta, y ahora me acompaña en mis silencios, juntas en
el balcón disfrutando del aire, acurrucadas en el sofá los días de frío. Me
sostuvo cuando todo se caía, con esa forma silenciosa que tienen los perros de
recordarte que ellos están ahí para vos. Siempre. Me obligó a levantarme y
sacarla a pasear cada mañana, aunque lloviera, aunque hubiera dormido poco o
nada, aunque estuviera afligida. Ese esfuerzo, esa responsabilidad,
probablemente me salvó de varias depres.
Siempre considero que es un plus
enorme tener gato, tener perro. Son vínculos muy especiales. Nina es un poco mi
hija, un poco mi hermana, un poco mi amiga, y un poco algo que no se puede
describir con palabras humanas, sino con gruñidos juguetones, con abrazos
peludos, y muchas lamidas que insistimos en considerar besos. Algo que solo
ella y yo entendemos, cuando salimos a pasear y ella galopa libre hasta que
para y se da vuelta para ver dónde estoy. Ahí voy, Ninita. Ahí voy.