Por Laura Palacios
La recogí hace cuatro o cinco
años cerca de la playa, justo en el tiempo que me daba el lujo de ver el mar.
La arranqué de raíz de un descampado. Corrijo, nada de “des”: era un campado,
un campo (enorme lleno, desbordante, iluminado) de campanillas azules,
florecido a rabiar mañana, tarde y tal vez noche, no lo investigué. Y me la
traje en una latita de arvejas derecho a mi balcón. Le gustó. Empezó a crecer
sin chistar, a enredarse un poquito tímida en las volutas de hierro forjado. Al
tiempo ya trepaba desfachatadamente por todos los cables exteriores de la casa.
Intentos varios de introducirse en el motor del aire acondicionado que supe
frustrar. Trepó sin inhibiciones hasta la terraza, desde la esquina de la
avenida pueden verse allí encaramadas diez, once, veinte campanillas
tintineando. Compitiendo y ganándole al manto del cielo de Villa del Parque tan
color azul turquí.
Hace un año advertí que medio
disimulado, un zarcillo desobediente intentaba colarse por debajo de la puerta
que cierra el balcón. El pequeño zarcillo (más corto que la cola de un ratón)
pretendía entrar en mi casa. Muy pocos centímetros y supe que ella lo consideró
una advertencia: fue casi un acto reflejo, un piadoso y rápido tijeretazo. Cirugía
menor. A buen entendedor pocas palabras.
Pasaron dos años.
Qué desobediente, qué obstinada y
el tiempo que se tomó para conseguir lo que quería. Lo digo sin odio, y hasta
con admiración. Un año le costó a la hija de puta aparecer lo más campante,
toda enrulada y en tonos verdecito claro, porque sol no le sobra ahí por donde
se coló. A ras del suelo, bien arrimada al cable interior de la tele, ese mal
parido que le hizo pata todo este tiempo para que yo no me diera cuenta. Está
bien, mala mía: no soy de las que andan barriendo obsesivamente detrás de los
escritorios o entre las patas de los mueblecitos de roble donde se exponen
bibelots y simpáticas suculentas. ¡Touchée!... I’m sorry diosas cristalinas de
la pureza doméstica. Entró nomás, y ahora mide más de treinta centímetros. Hoy
empecé a enredarla en las maderas del mueblecito. Se hace la rebelde y quiere
zafarse.
La lucha continúa.
PS: Cuál será el azul turquí.