Por Guadalupe Treibel
Sucede que Cotten (1895-1987) era
zurda, y como no podía costearse un instrumento a medida, se dio maña para
tocar ¡al revés!: el pulgar sonando la melodía, el índice y el corazón
punteando las notas graves. Una manera única, muy personal de rasgar que
actualmente se conoce como Cotten picking, y que muchos
artistas han tratado de emular… no siempre con suerte, dada su dificultad.
Libba, la menor de cinco hermanos, iría perfeccionando su estilo con “Stella”,
como llamó a su primera adorada guitarra. La compró a los 12 tras ahorrar durante
meses una parte de su exiguo salario como empleada, limpiando y cocinando en
casas de Chapel Hill, Carolina del Norte. Stella costó 3 dólares con 75
centavos; Cotten -que había dejado la escuela para ayudar a su familia, hija de
un minero y de una doméstica- ganaba menos de un dólar al mes.
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La familia Cotten, 1902. Arriba a la derecha, Elizabeth |
“Todo el tiempo mi cabeza está
llena de música”, diría Elizabeth en una de las entrevistas que dio ya mayor,
entre fines de los 50 y principios de los 60, cuando su carrera recién empezaba
a despuntar en el circuito folk de los Estados Unidos y la gente ya reconocía
su carisma discreto ¿Por qué tan tarde…? Protagonista de una biografía tan
especial como la técnica que desarrolló y los temas que compuso, durante añares
Cotten solo tocó en los confines de su hogar; a lo sumo, en la iglesia, donde
un pastor estricto desalentó su genio natural, recomendándole abandonar las
canciones seculares, mundanas, que podían arrastrarla “a una vida de vicios”.
En ese entonces tenía 15 y acababa de casarse con un tal Frank Cotten, con
quien tuvo una hija, Lily. No solo pausó sus composiciones para concentrarse en
los quehaceres del hogar y en su trabajo como empleada de familias blancas:
abandonó a Stella, su guitarra, a la vera del río…
Porque la mujer que le dio laburo
era la cantante y compositora Ruth Crawford Seeger, esposa del etnomusicólogo
Charles Seeger y madre de los artistas en ciernes Mike y Peggy, además de
madrastra de Pete, otro -futuro- músico reconocido. Así las cosas, nadie se
enteró de la destreza inhabitual de Libba hasta que, varios años más tarde,
Peggy -ya con 15- volvió del colegio y la encontró tocando la guitarra
familiar, que solían dejar en la cocina, de una forma que le resultó muy
curiosa e interesante. Tanto ella como sus hermanos quedaron flechados con la
técnica y las melodías de su querida Libba, que les canjeaba canciones a cambio
de que preparan la cena, lavaran los platos, secaran la vajilla.
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Con Mike y Peggy Seeger. Crédito Getty |
Con el resurgimiento del folk en
los 60s, Cotten se convirtió en una artista requerida; hizo giras por todo el
país participando en, por ejemplo, el Newport Folk Festival, el Philadelphia
Folk Festival, el Smithsonian Festival… En simultáneo, Peggy Seeger lanzó su
carrera en Inglaterra, dando shows en los que tocaba, sin falta, Freight
Train, pronto una favorita de la escena del folk británica, además de éxito
radial que entró al repertorio de una banda de Liverpool, los Quarrymen,
liderada por un tal… John Lennon.
Como señala un artículo del
Washington Post, “era una mujer negra con una familia que mantener; una carrera
musical a tiempo completo estaba fuera de su alcance. Matriarca divorciada y
sostén de un extenso clan que incluía seis bisnietos, trabajaba limpiando casas
de la clase alta de Washington durante el día. Por las noches, volvía a su
modesto hogar en Fifth Street donde cocinaba, fregaba y ayudaba a cuidar a los
niños. Sin importar cuán cansada estuviera, sacaba su guitarra: no por gusto,
para mantener el orden, como recuerda Brenda Evans, su bisnieta: ‘Tocaba
melodías y nos contaba historias sobre su infancia para que cortáramos con el
barullo y nos fuéramos a la cama”. Así, de hecho, nació la canción Shake
Sugaree, cadáver exquisito que compuso jugando con los niños.
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En 1964. Crédito Getty |
Su siguiente disco, por
cierto, When I'm Gone, del ’79, generó sumo entusiasmo en la
crítica, y el posterior Elizabeth Cotten Live le significó
alta distinción: un Grammy a la mejor grabación folclórica étnica o tradicional
en 1985, apenas dos años antes de su muerte a la edad de 92. En Syracuse, Nueva
York, donde pasó los últimos años de su vida, también había recibido honores:
desde 1983 un pequeño parque lleva su nombre, Elizabeth Cotten. Y en el ’84, el
instituto Smithsonian la distinguió como “tesoro viviente”.
El mayor reconocimiento a su genio
y a su carrera fue postmortem: en 2022, a 35 años de su muerte, su nombre
ingresó al Rock & Roll Hall of Fame porque, según el comunicado, “sus
grabaciones y actuaciones íntimas inspiraron a generaciones de artistas”, “su
destreza técnica e inventiva musical influyeron a innumerables guitarristas”.
Merecidamente, Elizabeth Cotten es ahora parte de un grupo de élite, parte de
la categoría Early Influence, donde figura un puñado de artistas de referencia:
Wanda Jackson, Rosetta Tharpe, Billie Holiday…