Elizabeth Cotten, talentosa música tardíamente reconocida

Por Guadalupe Treibel


Siendo apenas una niña, Elizabeth “Libba” Cotten (entonces Nevills) esperaba que su hermano mayor se fuera a trabajar para, sin falta y sin permiso, tomar su banjo y sentarse a practicar. Nunca había recibido clases, pero esta pequeña afrodescendiente se las ingeniaba por su cuenta, incluso cuando se rompía una cuerda y su hermano cascarrabias, además de echarle la bronca, tardaba un siglo en cambiarla. “Era su manera de castigarme; él creía que así dejaría su instrumento en paz. Pero yo no necesitaba cinco cuerdas: podía tocar con cuatro, con tres, con las que hubiera…”, contaría como si tal cosa muchas décadas más tarde esta mujer virtuosa, excepcional que no solo aprendió en forma autodidacta sino que, intuitivamente, inventó su propia técnica. 

Sucede que Cotten (1895-1987) era zurda, y como no podía costearse un instrumento a medida, se dio maña para tocar ¡al revés!: el pulgar sonando la melodía, el índice y el corazón punteando las notas graves. Una manera única, muy personal de rasgar que actualmente se conoce como Cotten picking, y que muchos artistas han tratado de emular… no siempre con suerte, dada su dificultad. Libba, la menor de cinco hermanos, iría perfeccionando su estilo con “Stella”, como llamó a su primera adorada guitarra. La compró a los 12 tras ahorrar durante meses una parte de su exiguo salario como empleada, limpiando y cocinando en casas de Chapel Hill, Carolina del Norte. Stella costó 3 dólares con 75 centavos; Cotten -que había dejado la escuela para ayudar a su familia, hija de un minero y de una doméstica- ganaba menos de un dólar al mes. 

La familia Cotten, 1902. Arriba a la derecha, Elizabeth

Fue por esos años que EC -que solo necesitaba escuchar una canción una o dos veces para poder reproducirla- compuso sus primeros temas, con melodías que recuerdan al ragtime, la música de iglesia bautista, el blues. Entre ellos, Freight Train, tenido por su obra maestra, que escribió inspirándose en el sonido que hacían los trenes al pasar por las vías ferroviarias, cerca de su casa. Este tema, junto a su rendición de Going Down the Road Feeling Bad, son considerados por revista Rolling Stone como esenciales de su repertorio: así lo señala un artículo del mes pasado que rankea a los 250 mejores guitarristas de todos los tiempos; glorias del blues, rock, metal, punk, folk, country, reggae, jazz, flamenco, etcétera, como doña Cotten, puesto 36, apenas por debajo de Brian May, John Frusciante y Eric Clapton. 

“Todo el tiempo mi cabeza está llena de música”, diría Elizabeth en una de las entrevistas que dio ya mayor, entre fines de los 50 y principios de los 60, cuando su carrera recién empezaba a despuntar en el circuito folk de los Estados Unidos y la gente ya reconocía su carisma discreto ¿Por qué tan tarde…? Protagonista de una biografía tan especial como la técnica que desarrolló y los temas que compuso, durante añares Cotten solo tocó en los confines de su hogar; a lo sumo, en la iglesia, donde un pastor estricto desalentó su genio natural, recomendándole abandonar las canciones seculares, mundanas, que podían arrastrarla “a una vida de vicios”. En ese entonces tenía 15 y acababa de casarse con un tal Frank Cotten, con quien tuvo una hija, Lily. No solo pausó sus composiciones para concentrarse en los quehaceres del hogar y en su trabajo como empleada de familias blancas: abandonó a Stella, su guitarra, a la vera del río…    


Pero muchos años después, instalada en Washington DC a mediados de la década del 40, ya divorciada y alejada de la iglesia, tuvo un encuentro fortuito que cambiaría para siempre su suerte. En esas fechas, Libba era empleada de una megatienda donde vendía muñecas y se topó con una nena perdida, que lloraba a todo pulmón. A ella misma se le empezaron a caer las lágrimas viendo a la chiquita desolada. La arropó, la tranquilizó y la ayudó a encontrar a su madre, que a su vez, conmovida por el gesto de Elizabeth, le ofreció trabajo como niñera y ama de llaves. Cotten lo pensó unos días y, al final, accedió encantada, sin saber que se estaba metiendo en un paraíso de guitarras, bajos, mandolinas, ¡dos pianos!, bongos…  

Porque la mujer que le dio laburo era la cantante y compositora Ruth Crawford Seeger, esposa del etnomusicólogo Charles Seeger y madre de los artistas en ciernes Mike y Peggy, además de madrastra de Pete, otro -futuro- músico reconocido. Así las cosas, nadie se enteró de la destreza inhabitual de Libba hasta que, varios años más tarde, Peggy -ya con 15- volvió del colegio y la encontró tocando la guitarra familiar, que solían dejar en la cocina, de una forma que le resultó muy curiosa e interesante. Tanto ella como sus hermanos quedaron flechados con la técnica y las melodías de su querida Libba, que les canjeaba canciones a cambio de que preparan la cena, lavaran los platos, secaran la vajilla. 

Con Mike y Peggy Seeger. Crédito Getty

Los chicos Seeger le regalaron una nueva guitarra y, en 1957, cuando ella tenía 62 años, Mike produjo su primer álbum, Negro Folk Songs and Tunes (más tarde rebautizado Folksongs and Instrumentals with Guitar, por obvias razones), grabado con una máquina portátil. Freight Train era parte de ese cancionero, al igual que la personal versión de Going Down the Road Feeling Bad de Libba; temas que en lo sucesivo harían las delicias de personalidades como Joan Baez, Bob Dylan, The Grateful Dead, Taj Mahal, Jerry Garcia, Devendra Banhart, Laura Gibson, por mentar unos pocos nombres. Músicos que, además de declarar su admiración por Cotten, harían covers de estos y otros tracks, como Oh, Babe, It Ain't No Lie -también del primer disco- y Shake Sugaree, un tema que Libba compuso con sus bisnietos y que daría nombre a su segundo álbum del ’67, que buena parte de la crítica considera su mejor trabajo.  

Con el resurgimiento del folk en los 60s, Cotten se convirtió en una artista requerida; hizo giras por todo el país participando en, por ejemplo, el Newport Folk Festival, el Philadelphia Folk Festival, el Smithsonian Festival… En simultáneo, Peggy Seeger lanzó su carrera en Inglaterra, dando shows en los que tocaba, sin falta, Freight Train, pronto una favorita de la escena del folk británica, además de éxito radial que entró al repertorio de una banda de Liverpool, los Quarrymen, liderada por un tal… John Lennon. 


En Estados Unidos, todo continuó viento en popa para Libba, que fue premiada en el ’72 con el Premio Nacional Folklórico Burl Ives; unos años después, por cierto, dio un concierto en un colmado Carnegie Hall. Quienes siguieron sus performances, mencionan que recién en esta década –los 70s- la regia Cotten empezó a soltarse el pelo sobre el escenario, sacudiéndose la timidez de los primeros shows, compartiendo anécdotas sobre las tablas, entre canción y canción. También en este período pudo hacer de la música su ocupación full time: hasta entonces, con 80 cumplidos, alternaba recitales con changas como empleada doméstica. 

Como señala un artículo del Washington Post, “era una mujer negra con una familia que mantener; una carrera musical a tiempo completo estaba fuera de su alcance. Matriarca divorciada y sostén de un extenso clan que incluía seis bisnietos, trabajaba limpiando casas de la clase alta de Washington durante el día. Por las noches, volvía a su modesto hogar en Fifth Street donde cocinaba, fregaba y ayudaba a cuidar a los niños. Sin importar cuán cansada estuviera, sacaba su guitarra: no por gusto, para mantener el orden, como recuerda Brenda Evans, su bisnieta: ‘Tocaba melodías y nos contaba historias sobre su infancia para que cortáramos con el barullo y nos fuéramos a la cama”. Así, de hecho, nació la canción Shake Sugaree, cadáver exquisito que compuso jugando con los niños. 

En 1964. Crédito Getty

Según su círculo cercano, de tanto en tanto, salía a relucir su sentido de humor irónico, encantadoramente maldito. Una vez, Mike Seeger la llevaba en silla de ruedas por el aeropuerto y, frente a las miradas curiosas de otros viajeros, Libba se sonrió y dijo: “¿Sabés por qué nos mira toda esta gente? Porque un joven blanco empuja a una anciana negra, ¡cuando ella debería estar sirviéndolo!”. A la ya consagrada música, le encantaba arengar al público durante los conciertos para que cantara con ella Oh Babe, It Ain't No Lie, que compuso inspirada en una vecina cotilla que difundió falsos rumores sobre ella cuando era chica. Le causaba especial gracia que la multitud entonara una línea específica: Well, I wish to my soul that old woman would die…

Su siguiente disco, por cierto, When I'm Gone, del ’79, generó sumo entusiasmo en la crítica, y el posterior Elizabeth Cotten Live le significó alta distinción: un Grammy a la mejor grabación folclórica étnica o tradicional en 1985, apenas dos años antes de su muerte a la edad de 92. En Syracuse, Nueva York, donde pasó los últimos años de su vida, también había recibido honores: desde 1983 un pequeño parque lleva su nombre, Elizabeth Cotten. Y en el ’84, el instituto Smithsonian la distinguió como “tesoro viviente”.  

El mayor reconocimiento a su genio y a su carrera fue postmortem: en 2022, a 35 años de su muerte, su nombre ingresó al Rock & Roll Hall of Fame porque, según el comunicado, “sus grabaciones y actuaciones íntimas inspiraron a generaciones de artistas”, “su destreza técnica e inventiva musical influyeron a innumerables guitarristas”. Merecidamente, Elizabeth Cotten es ahora parte de un grupo de élite, parte de la categoría Early Influence, donde figura un puñado de artistas de referencia: Wanda Jackson, Rosetta Tharpe, Billie Holiday…