Crónica de una madre reciente al borde del precipicio

Por Brenda Howlin

Ella tirada, él con moises. Entre tus siestas.
PH Hernán Paulos

Lo primero que escribí fue el relato de parto. Necesitaba dejar un registro de ese momento bisagra, salvaje y celestial. Para mí la vida se divide en AP/DP (antes de parir y después de parir). Luego vino el puerperio, las noches sin dormir, la teta, el amor, la fragilidad, los miedos, el cansancio, el encierro, la ternura y la soledad.

Casi sin darme cuenta y entre tantas tareas maternales, quedé tapada debajo de una enorme pila de ropita de bebé y de pañales descartables. Mi vida se convirtió en un loop de días y noches cuidando a un bebé y mi autoestima y creatividad quedaron estrelladas contra los barrotes de la cuna.

A medida que Dylan ganaba terreno en la casa, yo iba perdiendo mi espacio más personal, sagrado hasta su llegada, el de la escritura. Y nuestras vidas comenzaron a fundirse. Bebémamá, mamábebé. Mi cuerpo, incómodo con este desorden, se empezó a romper. Estaba al borde de la cornisa. Un pasito más y caía al vacío.

Recuerdo una mañana en la que mi hijo dormía y yo -con unas ojeras oscuras y profundas y la vista nublada del cansancio- tuve el impulso de abrir mi computadora para dejar registro, por si me moría. Que se supiera que la causa era el inconmensurable cansancio. Escribí un monólogo donde una mujer enumera uno a uno sus deterioros físicos: zumbidos en los oídos, caída de pelo, desgarro de hombro, tendinitis de muñeca, operación de rodilla, caída de nalgamen, arrugas nuevas, multiplicación de canas. Y ahí apareció la imagen de una madre sobre un escenario escribiendo esos textos en una computadora. Una madre en ruinas, escritora, puérpera. Pero enamorada de su hijo, como yo.

Algo en mi cabeza comenzó a tomar forma. Y empecé a escribir la escena de la noche previa al nacimiento. El inicio de todo: una pareja sentada en un sofá mira una película. El personaje femenino tiene una panza enorme a punto de explotar y su cabeza, en lugar de concentrarse en la película, se dispersa pensando en todo lo malo que podría sucederle: que el bebé se quede atascado y le tengan que cortar una piernita, que al salir le arranque un pulmón o que a ella le dé un brote psicótico y haga una masacre en la nurserie. Hasta que llegan las contracciones, insoportables, y se sumerge en un viaje intergaláctico y solitario donde sus pensamientos son una suerte de guía y sostén. Puse en palabras el viaje mental y emocional que atravesé durante el trabajo de parto de mi hijo. Y me imaginé una mujer arriba del escenario relatando todo eso con la coreo de una danza. Una DanzaParto.

Débora Zanolli y Martín Tecchi en la obra Entre tus siestas.
PH Hernán Paulos

Pero mis pies aún permanecían al borde del precipicio y mi cabeza seguía derrapando. Me acuerdo de una noche que me sentía tan pero tan triste, que me levanté de la cama a la madrugada y me fui a llorar al living, para no despertar a mi marido y a mi hijo que dormían. Lloraba porque me ponía mal no estar durmiendo cuando por fin podía dormir, y también lloraba porque me sentía triste y perdida. En medio de la madrugada le mandé un mensaje a mi psicóloga que hacía muchísimo tiempo no contactaba. Le puse: “Holi… Estoy muy mal. Estoy llorando en silencio hace 50 minutos. Necesito volver a terapia, necesito volver a mí. Perdón la hora. Espero no haberte despertado y que no hayas aumentado mucho. ¿Cuánto estás cobrando? Besitos.”

Me respondió a la mañana temprano y me dio un turno para esa tarde. Le conté a la psicóloga de mis tres escenas, y mientras se las contaba, aparecieron imágenes nuevas. Terminé la sesión y escribí una conversación que había tenido con mi marido que me dejó bastante angustiada. Él me contó que había ido a almorzar a un McDonald’s con una compañera de trabajo. Hacía más de un año que nosotros no íbamos a comer a afuera y meses que yo no me compraba ropa, ni hacía ejercicios, ni me sacaba las calzas, ni los remerones. Y ese simple comentario de mi marido me aniquiló, y despertó los peores fantasmas. Los imaginé chapando en medio de las hamburguesas, matándose de risa, rodeados de globos de colores y niños jugando con los muñequitos que trae la cajita feliz, pero despreocupados porque ninguno era propio. Escribí la escena con bronca y con dolor. Y apareció la letra de una canción que salió de un tirón, sin detenerme a pensarla. Me metí de lleno en mis zonas más incómodas y ridículas. Lo dije todo: “Quiero revisarte el celular y ver cuánto al día con ella chateas, quiero ver si la likeas, si sus fotos comentás, si ves sus historias y cuánto la stalkeas. ¿Te pensás que no me doy cuenta, que me estás cagando por puérpera? Todo lo que hago es dar la teta, soy un tambo, una vaca lechera….” Y me vi de lejos, desde la vereda de enfrente del McDonald’s, como si yo no fuera yo. Y me causó ternura y gracia.

Al terminar la canción, empecé a darle forma a esos textos y descubrí que podría convertirlos en una obra de teatro físico y musical. Recuperé el entusiasmo, la fe, el deseo. Y empecé a escribir como en otras épocas, con disciplina y constancia, entre las siestas del bebé. Todo lo que estaba atravesando lo empecé a volcar en la obra. Decidí entregarme por completo a la causa puerperal, por mí y por las mujeres (y también los varones) que algún día verían la obra. Escribí acerca de todos los miedos y fantasmas que me persiguen: que un dogo gigante agarre a mi hijo y lo descuartice, que se caiga del balcón de la casa de mi suegra o perderlo en la plaza. Me gustaba lo que iba escribiendo y me sentí esperanzada al volver a crear un proyecto. No sabía cómo, porque las condiciones no ayudaban, pero tenía la certeza de que esta obra saldría de abajo de la pila de pañales y mamaderas y podría ver la luz.

Flor Micha, Martín Tecchi, Débora Zanolli, Santiago Swi
y Brenda Howlin. El sonriente equipo básico de la obra
Entre tus siestas

Cada vez que me sentaba en la computadora aparecía una escena nueva que fluía por su cuenta. El personaje femenino hablaba con una soltura sorprendente. Y escribí una escena que tenía olor a final, con una canción que me hace bailar y llorar. El bebé cumple un año y por primera vez la pareja vuelve a dormir sola. Se reencuentran y bailan la canción que escucharon cuando se conocieron. Y se besan como hacía un año no se besaban. Y la mujer por fin puede poner en palabras todo lo que la maternidad es para ella. Escribí llorando… Escribí riendo. Lo escribí con mi corazón de madre mujer escritora. Con la contradicción entre el amor más grande del mundo y la peor crisis jamás vivida. Y me sentí muy bien. La famosa catarsis de la tragedia griega, pero yo estaba creando una comedia.

Esa obra hoy está en un teatro. La creamos con un equipo de artistas madres y padres de ensueño. Donde todos y todas de alguna manera purgamos nuestros puerperios. Y cada función me siento en la platea a ver la película de mi puerperio y me emociono y me divierto como espectadora y como protagonista. En esta obra, estoy desnuda, como un bebé recién nacido. Rodeado de sangre y amor.

Puedo decir que esta obra me salvó.

La maternidad me salvó.

El teatro me salvó.

El humor me salvó.

La poesía me salvó.

El equipo me salvó.

Que la psicóloga no haya aumentado la sesión, me salvó.

Ahora puedo dar charlas TED sobre derrapar y zafar haciendo obras de teatro con todo eso.

 

Entre tus siestas, de Brenda Howlin, que codirige con Flor Micha y Santiago Swi, protagonizada por Débora Zanolli y Martín Tecchi, se repone a fines de marzo en el teatro La carpintería (Jean Jaurès 858, CABA).