Inabarcable Beatrix Potter: entre otras destrezas, escritora e ilustradora de deliciosos cuentos infantiles

Por Guadalupe Treibel

Figurines de algunos de sus personajes

A diferencia de sus compañeros, Nutkin -una ardilla impertinente- labura poco y nada, además de enfadar a un búho con sus acertijos desafortunados. Jemima Puddle-Duck, por su parte, aspira a armar nido y criar patitos, pero la cándida pata hace mal en fiarse de un zorro astuto. El pobre Jeremy Fisher, una rana que vive al borde de un estanque, resulta un imán para los contratiempos, que se suceden incesantemente mientras intenta pescar unos pocos pececillos. Otra historia es la de los ratones costureros que salen al auxilio de un sastre humano; devolución de gentilezas, ya que este buen señor los ha salvado de las garras de su gatito hambriento. Casi tan amable como la señora Tiggy-Winkle, una puercoespín macanuda que se encarga de limpiar y planchar la ropa de los animalitos del bosque…

Potter, 1892

Apenas unos pantallazos de la rica imaginación de la inglesa Beatrix Potter (1866-1943), creadora de célebres cuentos infantiles que, en sus días, ella misma se ocupó de ilustrar, pintando preciosas acuarelas de colores suaves, con finos detalles que dan prueba de su devoción y conocimiento por la naturaleza. Otra forma de devoción es la que se profesa en el Reino Unido por esta artista que ha marcado a sucesivas generaciones de chicuelos en poco más de un siglo. Traducidas a decenas de idiomas, sus obras llevan más de 250 millones de copias vendidas; y su propia vida, incluso, es objeto de interés.

La atracción, sostenida a través de largas décadas, se confirma vía Beatrix Potter: Drawn to Nature, concurrida muestra que reúne muchos de sus objetos personales: bocetos, acuarelas, fotografías, misivas y hasta pasajes de sus diarios íntimos. En estos cuadernos, Potter volcó su mirada disidente sobre los rígidos, pacatos códigos de la sociedad victoriana, resguardadas sus observaciones de ojos fisgones a cal y canto; o sea, escritos -entre sus 14 y 30 años- en una letra minúscula, usando un código que solo ella comprendía. Por poco logra su objetivo: esos escritos siguieron siendo un enigma hasta 1958, cuando un coleccionista identificó una referencia pasajera y consiguió descifrar sus pensamientos más privados, tan celosamente protegidos por la artista, que la revelan como mujer fuerte y decidida, que se burlaba de ciertos detalles del comportamiento de la alta sociedad inglesa.

Acaso Beatrix quisiera evitar posibles altercados con sus padres adinerados, que residían en una elegante casa de South Kensington, Londres, donde ella fue educada por institutrices. Dibujando casi compulsivamente todo lo que le llamaba la atención y con cierta aversión por la ciudad, demasiado ruidosa para su agrado. Solitaria, de pocas amigas, al menos se llevaba de maravillas con Bertram, su hermano menor, con quien compartía el gusto por coleccionar insectos, plantas, rocas, fósiles que observaban con lupa.

Dibujos de su cuaderno de niña, cuando tenía 9 años

Cuenta el New Yorker que Beatrix y Bertram solían meter a escondidas un elenco rotativo de mascotas: serpientes, lagartos, conejos, ranas, erizos, ratones, orugas, ¡murciélagos! “Los hermanos amaban a los animales, pero no eran sentimentales respecto al ciclo natural de la vida. Cuando morían, los rellenaban o hervían sus esqueletos para estudiar su anatomía a fondo”, señala la revista. Además recuerda a una de las grandes musas de Beatrix: Benjamin Bouncer, como bautizó a su conejo preferido, que plasmó en encantadoras ilustraciones, al igual que a tantas otras criaturas del reino animal. Al parecer, esa pasión temprana por dibujar crecía durante las vacaciones con su abuela en Escocia, donde la chicuela corría por el bosque provista de lápiz y papel, en pos de inmortalizar desde orugas hasta huevos de pájaros.

La muestra Beatrix Potter: Drawn to Nature fue inaugurada originalmente en el Victoria and Albert Museum de Londres el pasado año, y luego cruzaría el charco para ser montada en el Frist Art Museum de Nashville, donde se repitió el éxito inglés. Apenas una parada más de su gira: desde el 13 de octubre, la exposición se exhibe en el High Museum of Art de Atlanta, y más tarde, se mudará al Morgan Library & Museum de Nueva York, donde podrá verse hasta mediados de 2024. Uno de sus aspectos más ponderados de la exhibición -sin desatender, desde luego, la faceta más popular de la artista como descollante escritora de libros infantiles- hace hincapié en su trabajo científico y su labor como ecologista de vanguardia, menos conocidos hasta el presente por el gran público.

Ejemplos de un Amanita crocea, ilustrados por BP, 1897

Sucede que Beatrix fue, además, una virtuosa del dibujo de la naturaleza que trazaba con precisión científica sus estudios de musgos, hongos, etcétera. A los 20, de hecho, tenía la idea de convertirse en naturalista. Alentada por su tío químico, Sir Henry Enfiel Roscoe, se zambulló con fervor en la micología (el estudio de los hongos), desarrollando una teoría innovadora sobre la propagación del líquen -complejo organismo formado a partir de la simbiosis de un hongo y, al menos, una entidad fotosintética-. Pero no logró ser admitida en el Real Jardín Botánico de Kew, entonces un cerrado círculo de varones, víctima del ostracismo de la comunidad científica que, de ese modo, la relegó al amateurismo.

Así las cosas, tanto trabajo no fue en vano: su observación del mundo natural se trasladaría a su intemporal obra literaria en calidad de autora e ilustradora, atenta a detalles en apariencia nimios que muestran su cabal conocimiento sobre cómo los animales comen, corren, duermen, incluso… cómo estiran la pata. Previo a embarcarse en los cuentos infantiles que la harían famosa, empero, empezó a ganarse unos billetes vendiendo sus curiosos y detallistas dibujos de animalitos a compañías que imprimían tarjetas para las Fiestas.

Ilustración original para
The Tale of Peter Rabbit

Su primer cuento data de 1893; lo escribió para entretener -mientras estaba convaleciente- al pequeño hijo enfermo de su antigua institutriz. Se lo envió por correo: una misiva donde además le brindaba algunos de sus preciosos dibujos. Una costumbre muy suya: mandar epístolas ilustradas… Aquel relato inicial trataba sobre las aventuras de un pícaro conejo, un tal Peter Rabbit, emperifollado cual señorito inglés, dotado de habla y del don de la travesura, que desobedece a su madre al mandarse al jardín del vecino y arrasar con sus vegetales. No sería el único relato ocurrente, entretenido, bellamente ilustrado que le mandaría al chiquillo. Envíos que luego le servirían de ensayo y base para sus populares libros.  

Habría sido por sugerencia de la señora Moore, madre de la criatura enferma, que Potter tuvo su momento eureka: ¿por qué no publicar libros infantiles? Aquel primer manuscrito, The Tale of Peter Rabbit, sería rechazado por seis editoriales distintas, principalmente por la insistencia de Beatrix en vender los títulos a precio bajo y en pequeño formato, a la medida de manos de infantes. Lejos de darse por vencida, ella lo imprime en forma autogestiva hasta dar, por fin, con un editor, Frederick Warne, en 1902, que recupera con creces su inversión. Porque el libro es un éxito instantáneo, rotundo que agota sucesivas ediciones. Las correrías del entrañable roedor de chaqueta azul se volvería además un longseller, clásico venerado por el público brit, que incluso ha honrado al personaje en monedas conmemorativas (además, claro, de rendir tributo a su creadora, igualmente inspiradora de ballets, obras de teatro,  biopics, ensayos, etcétera).

Primera edición de Peter Rabbit

Entre la publicación de Peter Rabbit y antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, Beatrix Potter publicó otros dieciocho cuentos con bichos locuaces, y, más tarde, cuatro nuevos títulos entre 1917 y 1930. Además, sacó a relucir sus dotes como hábil empresaria: frente al gran éxito de su ópera prima, ideó y patentó merchandising alusivo, temático de Peter Rabbit; muñequitos y un juego de vajilla de porcelana, ideal para la hora del té, que le sumaron aún más dividendos.

Volviendo a Beatrix Potter: Drawn to Nature, acorde al New Yorker, la exhibición cuenta la historia de transformación notable de la artista: “Habiendo vivido los primeros dos tercios de su vida en casi total aquiescencia a los deseos de su familia, Potter dio un giro repentino en el tercer acto”. Y es que, recién cuando cumple los 47, Beatrix abandona definitivamente la casa de sus padres, al igual que la privilegiada vida citadina con la que nunca se había sentido a gusto, anhelando desde chica estar rodeada de la naturaleza.

Ilustración para Jemima Puddle-Duck

El pasaje no fue inmediato: unos años antes, tras la repentina muerte de su editor y prometido Norman Warne, Beatrix había comprado con sus ahorros una cabaña, Hill Top, en una zona remota de la campiña inglesa, de verdes y onduladas colinas, donde decía sentirse a sus anchas. Le encantaba pasar tiempo allí, pero recién una década después lo adoptaría como hogar permanente. En el interín, escribe y escribe: The Tale of Jemima Puddle-Duck, The Tale of Mr. Jeremy Fisher, The Tale of Tom Kitten, The Tale of Samuel WhiskersTambién se dedica a renovar su casa, cuyos problemas de arrastre resultan un quebradero de cabeza: el techo se viene abajo, está infestado de ratas, muy simpáticas para la ficción, no tanto para la convivencia. 

“Tuve una pelea con el fontanero, ¡o tal vez debería decir que perdí los estribos! Si no acepta órdenes de una mujer, voy a despedirlo”, relata en una carta la todoterreno Potter, que finalmente adopta de lleno la vida rural al casarse con Williams Heelis, un abogado de la zona con quien contrajo nupcias en 1913. Juntos se dedican a la cría de una raza ovina autóctona, las ovejas Herdwick. Aunque se muda al domicilio de Will, Beatrix mantiene Hill Top, su refugio, para escribir, hacer jardinería, tener sus momentos de soledad.

Y es en este tercer acto en el que BP se transforma en una granjera y conservacionista en toda la regla, feliz con sus zapatos embarrados y sus ovejas premiadas, caminando por páramos y senderos junto a los lagos, paisajes bucólicos que además pinta con deleite. Claro que, cuanto más mete las botas en el fango, menos tiempo le dedica a sus cuentos… En las fotografías de esas fechas, se la ve recorriendo ferias agrícolas; tiempos en los que, a la par, iba adquiriendo nuevos terrenos, preocupada por proteger los amados paisajes de Lake District. A su muerte en 1943, a los 77, había comprado más de cuatro mil hectáreas que legó al National Trust, fondo de protección del patrimonio, “para beneficio de generaciones futuras”. Una herencia no menos valiosa que sus exitosos personajes y fábulas…

Con una de sus ovejas premiadas, 1930