Por Cora Roca
Ciertamente, Cora Roca da su sustancioso testimonio en el film antes
citado, Hedy Crilla, maestra de actores, sumándose a alumnos de la
talentosa divulgadora y recreadora del Método Stanislavski, como Augusto
Fernandes, Agustín Alezzo, Helena Tritek... La directora Luciana Mujurosa traza
con materiales de archivo y texto en off el recorrido de -en los papeles de
origen- Hedwig Schlichter, cuya carrera de actriz arranca en Austria y
Alemania, donde coprotagoniza un film notable por su calidad formal y por el
tratamiento abierto del lesbianismo: Muchachas de uniforme (1931),
de Leontine Sagan. Esta cineasta debutante se basó en una pieza teatral -Ayer
y hoy- de la baronesa Cristina Winsloe. Poco después, el ascenso del
nazismo lleva a Hedy Crilla (que adopta el apellido de casada,
aunque se divorcia antes de escapar), previo paso por París, a venirse a la
Argentina en 1940. El resto es historia viva relacionada con el teatro, que con
detalles tan jugosos despliega Cora Roca en la nota que se reproduce a
continuación...
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Hedy a los 80 |
Ni bien empezamos, nos
avisó que debíamos cumplir el horario “en punto”; ni cinco, ni diez minutos
después. Alegaba fastidiada: Los argentinos tienen mucho talento como
actores, mayor talento histriónico que los alemanes, pero no tienen constancia;
empiezan a estudiar, luego dejan. Y el talento sin disciplina nunca da frutos.
-Bueno, ¿quién
quiere pasar? –preguntó, siempre respetando el tiempo interno de cada
alumno.
Una compañera dijo que
le gustaría, pero no sabía la letra.
- ¡Ya empezamos mal! –protestó
̶ ¡Hay que saber la letra!
-Yo tampoco sé la
letra -me animé- ¿Puedo leer el texto?
- Sí,
adelante.
Luego, pasaron otros
compañeros a actuar y, al concluir su parte, uno de ellos le
preguntó:
-Y Hedy, ¿cómo
estuvimos?
-¡Horrible! -contestó.
-¿Y por qué
horrible? ̶ la desafió otro.
-Primero, leíste el
texto golpeando las palabras y tratando de sacártelo de encima; luego no se
entendió y además tartamudeaste.
-Es que estaba
nervioso.
-En general, ustedes
tienen varios vicios: sobreactúan, hacen como que se emocionan y no sienten
nada, arman un estereotipo del personaje, vibran la voz y suspiran para
demostrar pena, hacen que lloran y no lloran. Y en vez de hablar con sencillez,
declaman; les aseguro que de ese modo nadie les va a creer que el personaje es
un ser humano de carne y hueso.
Siguieron actuando más
compañeros. Evidentemente era un mal día porque los desaciertos fueron cada vez
mayores.
La maestra le preguntó
a una chica:
-¿Me querés decir por
qué hablas de “tú” y cuando bajás del escenario hablas de “vos”? Esto
es una distorsión de expresión del lenguaje que he observado en los actores
argentinos. Es totalmente artificial e incongruente.
- El texto está
escrito así.
- Muy bien,
vas a hacer lo siguiente, cambia todos los “tú” por el “vos”.
-¿Ahora?
-Bueno, traelo para
la próxima. Y esta indicación es para todos.
-No entiendo.
-En los textos
donde hay palabras como tenéis, gustáis, estáis, podríais, habéis… márchate,
apresuraos…, las cambian por la manera de hablar de ustedes, ya que no están
traducidas al español según el lenguaje propio de los argentinos.
- ¿Y yo, estuve
bien o mal? – quise saber.
-Todo el tiempo
estuviste escuchando lo que decías.
-Sí, para no
equivocarme la letra.
-No podés hacer
eso, porque te impide concentrarte en el personaje, también estabas tensa.
Stanislavski puso un énfasis especial en la relajación, la tensión perjudica la
naturalidad y la acción. Un actor debe dominar su instrumento.
Ya finalizando la
clase, un compañero le preguntó:
-¿Puedo asumir las
recomendaciones de Hamlet a los cómicos, de la escena II, del
tercer acto?
-¡Ajá! Muy bien.
Entonces, el alumno
comenzó a ordenar varios elementos en el escenario. Luego dijo el texto
saltando de un lado a otro, subiéndose a una silla, a una mesa, tirándose al
piso… Al terminar, la maestra lo increpó:
-¿Me podés decir qué
quisiste hacer con todo eso?
-Algo nuevo, distinto,
que tuviera acción.
-Te voy a decir una
frase de Nietzsche: “Hay artistas que enturbian las aguas para que
parezcan profundas”.
El supuesto Hamlet le
rebatió insistentemente, enojado, y ella no cedió en su crítica. Años después,
me encontré con él de casualidad y me comentó: “La vieja tenía razón, me sacó
la ficha completa, y no le hice caso”. La llamábamos vieja y tendría unos
sesenta años. Perdón, era la soberbia de los veinte años…
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Hedy y el grupo repertorio |
-¿Adónde vas? ¡Detenete,
eso no es actuar! Si no sabes reconocer una situación interna diferente a la
tuya y reconocer tu propia realidad, no vas poder actuar. Tenés que aprender a
cerrar la puerta.
Me quedé
desconcertada, nadie me había hablado de “cerrar la puerta”; cuando actuaba en
el conservatorio, aplaudían mi temperamento y me sentía orgullosa. Pero al
bajar del escenario seguía con el personaje y me desesperaba, me atormentaba,
me sentía perdida en el bosque como Caperucita ante el temor del lobo, sin
encontrar el sendero que me condujera a casa.
A menudo sucedía que,
al salir de las clases, algunos aspirantes a actores proferían una serie de
groserías espantosas contra ella. Es que Hedy nos desnudaba: con su
inmensa intuición, percibía cómo éramos realmente, se adelantaba a nosotros
mismos y era muy duro aceptarlo. Porque no solo se trataba de las dificultades
de actuar, sino de las de nuestra propia vida.
Para mi formación, su
observación fue esencial: entrar y salir del personaje, cerrar la puerta…
Todavía la escucho decir: El crecimiento del actor va junto al de su
persona. Y como persona yo vivía en un constante desequilibrio
emocional; tenía motivos referidos a mi infancia, por cierto, pero no podía con
ellos e incidían en mi actuación. Muchos años después, pude dominarlos y
centrarme.
Esa mujercita vienesa,
de gran delicadeza, pequeña, que aparentaba cierta fragilidad, era inflexible
en sus comentarios, que surgían de su enorme experiencia de actriz y su gran
sabiduría de vida. Aunque parecía casi siempre enojada, había momentos en que
evidentemente sentía una gran alegría de estar con nosotros, y además tenía
mucho sentido del humor.
Una tarde, una
compañera llegó a la clase llorando desconsolada: “¡Me engañó! ¡Cómo me
equivoqué! ¡Me equivoqué!”. Y Hedy para consolarla le dijo: ¡No
te aflijas querida! ¡Te vas a volver a equivocar! Todos nos reímos
mucho, la chica también y continuamos con la clase.
Con los años, de ser
su alumna pasé a ser actriz, asistente de dirección, docente, y finalmente su
amiga. Puedo decir que, ya adulta, disfruté con plenitud de su amistad, y en cierto
momento, al tomar conciencia de la envergadura de su labor abnegada y del paso
del tiempo ̶ de su tiempo tanto como del mío-, le
propuse trabajar en un libro sobre el seminario La palabra
en acción que ella dictaba. Y en otra ocasión, sobre su propia
biografía, pero se mostró escéptica.
-¿Qué sentido tiene
escribir un libro?
-¿¡Qué sentido tiene!? Sería un documento sobre su vida y
enseñanzas.
- Mirá, en este momento
te diría que todo tiene un valor relativo.
- Entonces, podríamos escribir sobre eso.
-¿Para qué?
En ese momento, sonó el teléfono: era un alumno que
avisaba que no iba a asistir a la clase porque llovía.
-¿Te das cuenta? En
cuarenta y cuatro años jamás dejé de dar una clase porque llovía ¿Para qué sigo
enseñando a los ochenta y cuatro años? Los alumnos no tienen disciplina, no se
dan cuenta de que sin constancia nunca obtendrán frutos, se quedan en el
camino, desperdiciando el tiempo y el esfuerzo que se pone en ellos. ¡No voy a
enseñar más!
- No todos son así.
- Si de cien te queda
uno, considerate feliz. He formado casi tres generaciones de actores, deberían
darme una medalla y ya ves, no vienen porque llueve.
- Pero bien vale, aunque sea uno. Tenemos que hacer los
libros, Hedy ¿Acaso no es un material original y valioso?
- Sí, claro, Constantin
Stanislavski habló de la palabra, pero es verdad que yo desarrollé el tema y
hago algunos aportes. “La palabra en acción” es algo mío, tenés razón.
- ¿Cuándo empezamos?
- Hoy mismo.
Así fue como reabrió el seminario, yo empecé a registrar
las clases y, animada por el trabajo que habíamos emprendido, empecé a preguntarle por
su pasado y ella a contarme anécdotas de su vida en Europa, gracias a lo cual
pude posteriormente investigar y desentrañar el curso de su historia personal y
de su profesión. De todos modos, ella no dejaba de insistir:
-Mi vida no es
interesante. Tendré como mucho diez cosas para contar y esas diez cosas son las
mismas diez cosas que tiene todo el mundo, y que también tuvieron Shakespeare,
Molière o Goethe. Sinceramente te digo que no tengo nada que decir: lo que
tenía que decir ya lo dije, está en mis alumnos.
- Pero yo quiero
escribir su biografía y hablar de la importancia del teatro en su vida.
-¿Quién te dijo a vos
que es lo más importante?
-Usted.
-No, no es así. Es
importante, pero lo es independientemente de mí. Para hacer un libro, hay que
contar la intimidad, de lo contrario no tiene interés y, para contarla, tengo
que hacerlo yo misma y estar conmigo a solas. No te voy a contar a vos y a un
grabador mi intimidad.
-Entonces, no lo va a
hacer.
-Bueno, quizás yo
podría escribir algo de todo esto una vez por semana y vos luego lo corregís...
-Podría ser una
manera.
-No, ninguna de
manera. ¿Vos te das cuenta de que el QUÉ no importa, sino
el CÓMO? Cómo contarlo, y esto es hacer literatura y yo no soy una
escritora.
-Yo tampoco, Hedy,
pero quiero intentarlo.
Y así fue como me puse
a escribir, logré editar los libros -La palabra en acción y Días
de teatro: Hedy Crilla- y de esta manera agradecerle todo lo que
me había dado. No solo la posibilidad de expresarme con las palabras en el
escenario, sino también en la vida y sobre un papel, como lo hice aquella
primera vez y lo sigo haciendo.
Quiero agradecerle
a Damiselas en apuros, que me brindó la
oportunidad de compartir este homenaje a Hedy Crilla, mujer
admirable, maestra y artista de genio a quien le debo mi formación.
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Fragmentos del capítulo
“Tiempos mejores (1946-1957)” del libro Días de
teatro: Hedy Crilla
(…) El elenco del
Teatro Alemán estrenó por esos días Espectros de Ibsen y el
diario La Prensa del 1º de junio de 1946, en su sección de
espectáculos, comentaba al respecto: “Hizo anoche su presentación ante nuestro
público, en el escenario del Teatro El Nacional, el prestigioso actor alemán
Ernst Deutsch, radicado en Estados Unidos desde hace trece años, después de
haber adquirido serio renombre en los escenarios de su patria”. Hedy lo
había conocido en el Volksbühne de Viena, en 1932 se encontraron trabajando en
el Kammerspiele des Deutsches Theaters en Berlín, pero al llegar los nazis en
1933, lo persiguieron y no se sabía de su destino final. Actuando ahora junto a
él, Hedwig Schlichter se alegraba de reencontrarlo y ambos recuperaban parte
del ayer rememorando su Viena natal. Deutsch también había sufrido el exilio,
pero no se adaptaba a Norteamérica y pensaba regresar a su patria. El día del
estreno los espectadores aplaudieron calurosamente al actor y el espectáculo, y
la crítica del 6 de junio de 1946, del diario Antinazi, dijo: “La
actriz Hedwig Schlichter, en el papel de Helena Alving, la madre de Osvaldo,
puso de relieve condiciones excelentes, animando el difícil personaje con
profunda naturalidad y persuasiva intimidad”. Finalizadas las funciones, Hedy retomó
sus proyectos infantiles y montó La princesa y el porquerizo, de
Andersen, donde también actuaba.
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En un ensayo de teatro con niños, 1955 |
(…) El 14 de mayo de
1948 se fundaba en Oriente Medio con capital en Tel Aviv, el Estado de Israel,
que contaba en ese momento con 750 mil habitantes.
La declaración de la
independencia de Israel fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
Soy judía, hija de un pueblo con una larga historia de persecuciones y matanzas
y, por primera vez después de casi dos mil años, tengo un lugar para
refugiarme. Nunca pertenecí a una raza, como vociferaba Hitler, porque las
razas no existen. Tampoco soy religiosa. En Austria no me consideraban
austríaca, ni en Berlín alemana y aquí no soy argentina; sin embargo, soy judía
y tengo una historia, quizás la más triste de todos los pueblos.
Hedy celebró la
creación del Estado de Israel dirigiendo en la Sociedad Hebraica
Argentina Tres piezas cortas palestinas, en las que actuaba el
grupo de niños y adolescentes de la escuela, y Esta tierra, de
Arón Ashman, con el elenco de adultos. Esta obra relata la epopeya de los inmigrantes
europeos, colonos en esa tierra yerma y desértica que desafiaron todos los
peligros para establecerse. Traían la lección aprendida de una larga diáspora y
lucharon afrontando infinitos riesgos y sacrificios.
(…) En 1949, mientras
actuaba en la película Tierra del Fuego, dirigida por Mario
Sóficci (1900-1977), Hedy inició con él una sólida amistad y juntos
emprendieron el desarrollo de una Escuela de Cine, en la que ella se haría
cargo de la formación actoral.
Quiero intensificar en
este país la enseñanza del arte dramático para la gente joven que desea
trabajar en el cine. Los actores no pueden improvisarse en un escenario o
en un set. (...) Llegar al set con un caudal de conocimientos básicos fortalece
las posibilidades de éxito y asegura al director una economía de tiempo siempre
tan preciada. El cine exige aún más que el teatro a un principiante ya que la
técnica es distinta y más difícil. Las reacciones emocionales deben ser más
rápidas en el cine habiendo además menos tiempo para ponerse en situación. El
actor de cine tiene que saber cual es la mirada precisa o el ademán más
adecuado ante una cámara siempre más severa que el ojo de un espectador ubicado
en una butaca de un teatro. (...) Aparte de los métodos usuales de enseñanza
del arte interpretativo tengo el propósito de hacer estudiar a los aspirantes
papeles enteros o fragmentos de película ya filmadas, para luego poder hacer
comparaciones con el trabajo ya hecho por los artistas. (...) Otro método será
el ensayo de escenas mudas para ejercitar los distintos cambios de expresión
sin ayuda del diálogo. (...) Para triunfar se requiere algo más que la
inteligencia natural y el instinto artístico.
En el mes de abril, la
revista Sintonía publicó una nota que, con el título de “Hedy Crilla – Gran
actriz dramática”, decía entre otras cosas: “Hace catorce o quince años vimos
una película alemana extraordinaria por su factura, por la audacia de su
concepción y por su interpretación estupenda: Muchachas de uniforme.
En ella, una actriz dramática nos asombró, quedando su nombre en el recuerdo
quién sabe por qué: Hedy Crilla. (...) En Buenos Aires dirigió teatro
infantil con gran suceso... (...) Y al fin fue llamada por el cine. La vimos
en La hostería del caballito blanco, en Cita en las
estrellas y, últimamente, en Tierra del Fuego, película en
la cual destaca una hermosa labor dramática de alto vuelo. Pero Hedy Crilla ha
querido vincularse más aún al movimiento local, ofreciendo a los principiantes
(...) una escuela de cine, destinada a acercar elementos nuevos al gran
misterio del arte del silencio. (...) Los primeros frutos de ese empeño acaban
de verse al lograr una de sus alumnas, Laura Hidalgo, ser seleccionada por
Armando Bo para desempeñar el papel de primera figura en la película Su
última pelea.”
Y también el
movimiento de teatros independientes iniciado en 1930, ajeno al circuito
comercial, daba sus frutos. El puente, de Carlos Gorostiza
estrenado en el Teatro La Máscara, contrastaba por su nivel con los
espectáculos tradicionales. Eran tiempos en que, en la escena comercial, Luis
Sandrini presentaba Cuando los duendes cazan perdices de
Orlando Aldama y atraía a multitudes; Tita Merello actuaba en Filomena
Marturano y Esteban Serrador y Luisa Vehil protagonizaban Los
árboles mueren de pie de Alejandro Casona.
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Actuando en el film Cárcel sin rejas, Paris, 1938. |
Buenos Aires es una
ciudad muy acogedora, nunca nadie me trató mal o me segregó por ser judía, y
jamás pasé por aquel estado de opresión que viví en Viena o en Berlín. Además
los argentinos son muy generosos: cuando voy a cenar con mis amigos a un
restaurante, no me dejan pagar y se pelean por abonar la cuenta; y también me
invitan frecuentemente a comer a sus casas. Otra cosa sorprendente es que
cuando alguien viaja en el tranvía con un amigo o simplemente un conocido, uno
de ellos compra los boletos y no acepta el dinero del otro. En Berlín, cada uno
se saca el suyo y si no tiene, le prestan y debe pagar al otro día. Y cuando en
la calle uno pregunta a una persona por algún lugar se acercan tres o cuatro a
contestarle, así como cuando uno necesita ayuda con la valija. Eso no existe
allá, aunque Austria es mejor que Alemania, porque la gente es más dada y
expresiva. Algo que me impresiona también de este país es la cantidad de comida
que sirven: yo dejo el plato casi lleno y en la cocina tiran los restos, en
tanto pienso: “¡Como se ve que no estuvieron en la guerra!”. Cuando llegué, en
la feria regalaban las achuras, el hígado para el gato, los huesos con carne y
la verdurita para hacer el caldo, los fruteros andaban con sus carros a mano
por las calles vendiendo la mercadería por kilo o por cajones a precios
irrisorios, y si algún chico les pedía una fruta, le regalaban tres o cuatro.
En mi barrio pasaba el carro a caballo del lechero, que tenía letreros con
mucho humor escritos por sus dueños, adornados con filetes pintados a mano: “La
flor del barrio”, ”Donde canta este zorzal hacen cola las calandrias”, ”No
llevo cargas grandes; chicas, si”... En Belgrano, donde vivía mi hermano, el
lechero venía con la vaca (y el ternero al lado), y la ordeñaba en la puerta de
su casa. ¡Era fantástico! En el almacén vendían la horma de queso entera, el
azúcar por bolsas, los tarros de cuatro kilos de dulce de leche... Argentina
siempre será un país de bonanza al lado de Europa. Recuerdo esas arboledas
inmensas que daban sombra en el verano, con la gente que sacaba a la vereda las
sillas de mimbre para recibir el fresco del atardecer y sentarse a conversar, o
a tomar mate, pese a que a mí nunca me gustó. Eran hermosas esas casas antiguas
con la puerta de hierro forjado por donde se veía el largo patio cubierto de
plantas y en el centro, el aljibe. A veces, se escuchaba desde la sala que daba
a la calle, el estudio de algún músico de tango tocando en el bandoneón. El
tango, yo lo conocía, porque en Viena se bailaba, de igual forma en Alemania, y
mucho más en París; en cambio no tenía idea del folklore, que es tan hermoso,
lo descubrí cuando fui a visitar a mi hermano a la radio y escuché a un artista
que cantaba unos versos conmovedores sobre la vida del hombre de campo.
(…) Para ese entonces,
1952, comenzaba a ser reconocida como maestra y, en un reportaje, decía:
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En su casita de Pinamar, 1973 |
(…) Por ese
entonces, Hedy ella volvía actuar, después de cinco años de estar
ausente de los escenarios, al integrarse a la compañía francesa París
sur Scène. Asimismo el cancionista parisino Jean Tavera la convocaba
para “Muelle de canciones” (Le Quai aux chansons) en el
teatro Casino, un espectáculo musical, donde Hedy cantaba y actuaba.
En la misma sala, Fritzi había trabajado varias temporadas con su
conjunto Las Singing babies y, su hermano había dirigido la
orquesta de treinta músicos que acompañaba el teatro de revistas, las sátiras
políticas, las comedias musicales y operetas.
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Actuando en SOLO 80,1977 |
(…) Ese 1956 fue un
año triste para Hedy, le había dicho “adiós” a su Fauch, se encontraba
sola en la última parte del camino, y pensaba en su ingrato destino. Y una vez
más, el trabajo la consuela, retoma sus clases con fervor y crea un proyecto
para televisión junto a su querido hermano (que tendrá a su cargo la dirección
musical). Comienza a escribir los libretos del programa —“Ciclo de Grandes
Músicos”—, que al año siguiente se difunde con gran éxito. Bach, Mozart,
Beethoven, Schubert, Brahms la acompañan y siente que la vida es hermosa.
*****
La palabra en acción:
prólogo escrito por Hedy Crilla
Como se acerca un nuevo ciclo lectivo y me dispongo a
reanudar mi curso sobre La palabra en acción, estaba
revisando el material de las clases y comenzando a ordenar mis pensamientos
sobre los puntos que vamos a tocar (¿qué es la palabra?, ¿dónde nace?, ¿cuáles
son sus objetivos?...), cuando surgió en mi pantalla mental el recuerdo de una
escena de infancia: iba ya a descartarlo por considerarlo ajeno, pero se me
impuso por sus contornos, y le presté atención.
Lugar de la escena: el aula de mi colegio.
Personajes: un profesor, ídolo de todas las alumnas y
también mío. Yo, una chica de diez años, muy introvertida y tímida.
Había empezado el recreo, todas salíamos del aula y el
profesor me detuvo para preguntarme por mi aspecto triste y angustiado. En
verdad, tenía motivos, eran muy íntimos, motivos familiares de los que no podía
hablar. Y aunque él quería ayudarme y bondadosamente insistía, yo seguía
callada.
Hubiera sido para mí un gran alivio hablar, "salir
de mis cuatro paredes", como dice García Lorca, pero ocurría lo contrario:
ellas se cerraban a mi alrededor como una muralla de silencio de la cual era
imposible escapar y a pesar de mis ansias de comunicarme con aquella presencia
amiga, seguía muda.
Las palabras que llevaba adentro querían salir,
revoloteaban como pájaros asustados aunque sin la energía necesaria para forzar
con unos decididos picotazos la abertura. De haberlo logrado, hubiera
significado para mí una liberación enorme, y tal vez hubiera cambiado el rumbo
de mi vida. No obstante, las palabras no salieron.
Este recuerdo, obviamente, lejos de distraerme del tema,
lo estaba ilustrando: la palabra es un ente energético que nace y vibra en
nuestro interior, respondiendo a un imperioso impulso de comunicación. Necesita
actuar, producir cambios y debemos dejarle el paso libre, porque si se lo
impedimos queda adentro como un peso muerto y toma su revancha.
En mi caso, años después del episodio relatado, fueron
las palabras de mis personajes las que abrieron esas murallas y no sé
cómo, tal vez por un golpe de aire fresco que entró, se hicieron potentes. Poco
a poco, furtivamente, arrastraron tras ellas a las otras, las originales, las
mías.
Así creció en mí la idea de que la palabra es una acción,
se mueve con fuerza dentro de nosotros, actúa, a veces
suavemente, otras con violencia, para que la dejemos salir, y una vez afuera,
¡quién la detiene!, conseguirá todos los cambios que ella pretende conseguir.
En toda mi vida estuvo presente el tema de la palabra
como una obsesión, y al conocer las enseñanzas de Stanislavski me dediqué a
desarrollar y profundizar aún más el difícil arte de hablar que ejercita el
actor.
*****
A esta altura de mi
vida, de Hedy Crilla
(Texto inédito de HD, escrito a sus 83 años de edad, en
1981, cedido por Cora Roca)
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Hedy y su hermano en Viena, fest. de teatro al aire libre |
A los diez años de
edad, el teatro empezó a ocupar un lugar predominante en mi mundo; mirándolo
retrospectivamente, el teatro era mi mundo; fuente y alimento
de mis sentimientos, emociones, imágenes y pensamientos. Yo vivía de un lunes a
otro, día en el que representaban en un teatro de Viena, mi ciudad natal, las
grandes obras clásicas, a las que nos fue permitido asistir dos veces por mes.
Recuerdo todavía
aquella indescriptible expectativa con la que me despertaba esos días, mezclada
con el pregusto de la tristeza que sabía que me iba a invadir, después a la
noche, porque “todo había terminado tan rápidamente”. Pues bien no permitiría
que terminara así.
Me pasaba los días
evocando imágenes de lo vivido, haciendo resonar dentro de mí sus palabras,
recordando párrafos enteros. El verbo dramático me tenía agarrada, sonaba en mi
corazón. Lo recitaba silenciosamente de noche en mi cama, apenas nos apagaban
las luces y me quedaba desvelada hasta muy tarde, abrazada a esas letras.
En fin: estaba
obsesionada con el teatro y con la idea de ser actriz. ¿El colegio? ¡Pobre
colegio!
Cuando a los veinte
años llegué a ser actriz, me di cuenta, pero muy vagamente, que me faltaba
mucho para ser una buena actriz. Cuando llegaron los éxitos, me hice la
pregunta en otra forma, pero también vagamente y me pregunté a veces, en
repentinos ataques de sinceridad, si yo realmente era la actriz que yo podría ser.
En aquel entonces no había despertado todavía el hecho de que, para evolucionar
como actriz me hacía falta evolucionar como persona.
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Joven HC |
La experiencia me
llevó a cuestionarlo todo.
La pregunta vital ya
no era: “¿Soy realmente la actriz que yo podría ser?”, sino: “¿Soy realmente la
persona que creo ser y qué tal vez podría ser?” En fin: empecé a hacerme las
GRANDES PREGUNTAS.
Hoy veo que
mi trabajo profesional está contribuyendo a darme ciertas respuestas, que él es
capaz de orientarme hacia caminos que me acercan al autoconocimiento y por ende
a una mejor comprensión de los demás y me siento feliz, sí, a veces puedo
ayudar a otros que, a sabiendas o no, están involucrados en la misma búsqueda.
La situación para mí
es la siguiente: estoy esperando la experiencia que me permita ser la actriz
que –a esta altura de mi vida– podría llegar a ser. ¿Y cuando lo haya
logrado? No lo sé. Tal vez aparecerán ulteriores preguntas, y –con suerte–
algunas respuestas.
Hedy Crilla, maestra de actores se presenta en el cine Gaumont a las 20,15hs, hasta el 11 de octubre
El documental continuará exhibiéndose en el Cultural San Martín en estas
fechas y horarios:
Sábado 14 - 19 hs
Sábado 21 - 17 hs
Viernes 27 - 20 hs
Sábado 28 - 19 hs