Por Cecilia Sorrentino
Todavía hace frío cuando florecen las violetas.
Esperan, escondidas,
bajo sus hojas de corazón.
Impacientes, los
junquillos se hamacan en el viento.
Llaman las trompetas
amarillas de los narcisos
y el jazmín chino perfuma
la despedida del invierno.
Entonces
estallan las azaleas
y abren sus pimpollos las
fresias
en naranjas, en rojos,
en morados.
Al álamo temblón, que
está desnudo, le brotan yemas
pequeñas como pelusas.
De muy lejos vuelven
las golondrinas
y juegan a zambullirse
en el cielo del jardín.
Se enciende en rosa el
lapacho y en blancas espumas el ciruelo.
El jacarandá, que ayer
soltó todas sus hojas,
hoy es una nube de
lavandas.
Los días son azules
cuando llega a la
ventana el perfume del tilo
y al fondo del jardín
su sombra oscura.
Y zumba encantado el
colibrí.
Las alas invisibles: arriba,
abajo, atrás, al costado.
Innumerable
para los besos de las
flores.
Entonces,
cuando las altas tipas
bordan alfombras
en tonos de naranja
-naranja vereda, naranja
calle, naranja césped-
a los pies del verano
que se acerca,
cuando el jacarandá se
llena de hojas
y es verde el más
brillante de todos los colores,
entonces,
la primavera ya pasó.