Anne Sofie von Otter, en «su» viaje de invierno

Por Sebastián Spreng


Quizás, o seguramente, Schubert jamás imaginó que siglos después su Viaje de invierno florecería con tantas ramificaciones, incitando, inspirando, provocando tanto más que un recital del maravilloso ciclo de canciones que un Dietrich Fischer Dieskau grabó más de nueve veces sin terminar de sentirse satisfecho. Ese mismo ciclo que motivó a Ian Bostridge a escribir Anatomía de una obsesión, amén de una versión fílmica, y que no hace mucho llevó al artista sudafricano William Kentridge a visualizarlo, es un viaje críptico e insondable, vale la pena repetir, es un genuino Everest de canto y expresión.

Ese Viaje de invierno –“épica paria a la que se llega como extranjero, y como extranjero se parte, como el Odiseo de Homero”, para André Tubeuf – llega en fascinante deconstrucción al escenario de Basilea, donde hace cuatro décadas debutara una promisoria joven mezzosoprano sueca. Nada más y nada menos que Anne Sofie von Otter, quien regresa a la ciudad de sus comienzos con esta inquietante propuesta a cargo de Christian Loy. No se está frente al Der Winterreise sino Eine Winterreise, un producto único inspirado por Schubert y sus circunstancias, significativo para von Otter como una suerte de meditación que es fin de partida, un ciclo que cierra con decantación absoluta y que despierta tantas lecturas como interpretaciones.

Enfundada en un sobretodo gris, la cantante encarna a Schubert revisitando un vetusto salón de baile vienés, hoy cerrado, con las sillas sobre las mesas a la Pina Bausch de Cafe Müller; allí entre paredes de madera oscura revivirá su vida, desfilarán personas y situaciones. En este ámbito creado por Herbert Murauer, con luz cruda y cenital de Roland Edrich, la única puerta al fondo muestra un desolado vestíbulo y, más tarde, un desnudo tilo invernal. Así, von Otter será el alma del compositor, no dejará nunca la escena durante hora y media para intensamente sumergirse en un universo bucólico, descarnado, opresivo con imprescindibles rayos de luz, asomos de lírica ternura y un simpático guiño final. No serán las veinticuatro canciones del ciclo, sino solo seis espléndidamente escogidas, a las que suman Lieder del SchwanengesangDie Schöne Müllerin y otras intercaladas con movimientos de sonatas, una fantasía, dos galopps a cargo del fenomenal Kristian Bezuidenhout en Hammelflügeln, aportando un romanticismo enrarecido, seco, rotundo, doliente. Ese sonido original del instrumento combina perfectamente con la expresividad y voz de Anne Sofie von Otter, a los 66 años en ideal estado para este Schubert sutil, hiriente, frágil, fervoroso, reflexivo e intenso. No ha sido Schubert uno de los compositores más frecuentados por esta eximia Liederista, hasta ahora más cercana a Schumann, Grieg, Sibelius, Strauss, Korngold, Berg, entre otros; por eso esta aproximación en el dorado otoño de su carrera llega como regalo de la experiencia, revelador tanto para esta artista ejemplarmente inquieta, curiosa, perfeccionista, como para el espectador. Pocas cantantes se animaron a abordar el ciclo para voz masculina y esta deconstrucción a su medida la revaloriza por dos en esta aventura y exploración personalísima.

Los personajes que habitan ese espacio son visiones, sombras, conjeturas, suposiciones: otro joven Schubert en un memorable Der Doppelgänger del Schwanengesang, su íntimo amigo Schober (el bailarín Kristian Alm), una cortesana (Matilda Gustavsson) acaso la muerte o la enfermedad, el violinista Claudio Rado (en una espectral Fantasía en Do mayor), y encarnando a Viola –la canción más larga y central del espectáculo en una lectura magistral–, Giulia Tornarelli.

Así los Lieder desfilan esculpidos en filigranas, cantándoselos a sí misma, con intimidad pudorosa, sea Frühlingstraum, Einsamkeit, Die Post, Der Lindenbaum o Auf dem Flusse Die Taubenpost, un estremecedor Die Nebensonnen, más todavía Des Baches Wiegenlied, esa terrible, tierna canción de cuna suicida de La bella molinera que cierra el espectáculo en vez del formal Der Leiermann que von Otter nos priva. Pero que suplanta con creces en una vuelta de tuerca impensada mientras uno a uno los personajes van partiendo hacia el invierno, hacia esa nada. Ese viraje continúa con un texto de despedida, el epílogo del poeta Müller alertando con humor “Cada uno llegue a su conclusión, no tengo más que solo desearles buen descanso, apagamos nuestros soles y estrellas, se encontraran en casa, en la oscuridad”. Anne Sofie von Otter mira al público, y con la inveterada picardía de su legendaria Mariandel (Der Rosenkavalier) sonríe mientras apaga la luz. Sentida ofrenda y sabia distancia a la vez, que bien merece un sentido «Chapeau!».

 

*EINE WINTERREISE, SCHUBERT-LOY, VON OTTER, BEZUIDENHOUT, DVD NAXOS 2.110751