Por M.S.
Con un puñado de viejas fotos familiares, algunas secuencias un tanto borrosas de entrenamiento y desfile policial, y las tomas hechas en la actualidad con cuidada estética de Alma Catira Sánchez, la directora Mariana Manuela Bellone ha realizado un documental diferente, apartado de cabezas parlantes. De hecho, Alma no habla a cámara nunca, solo aparece su imagen en algunas acciones -como la preparación de una mudanza- y entonando sus propias canciones. Con creativos recursos visuales y una amenidad que se sostiene con claridad pese a las idas y vueltas en el tiempo, Bellone brilla como una cineasta personal. Desde su manera de colgar las fotos o las letras de los temas a la amorosidad con que filma los primeros planos de Alma, ya mujer adulta de 54, la realizadora se destaca en un género que localmente suele preferir la facilidad de los rutinarios testimonios.
Sin duda, justo es reconocer que contó con una protagonista extraordinaria que, en su narración desde el off, desgrana arduos avatares de su vida con una sencillez desarmante (aparte de ese acento entrador que se escucha poco en nuestro cine, en nuestra tevé), sin compadecerse, sin dramatizar: su pasaje por un colegio de curas en otro pueblo para hacer la primaria; su regreso a casa y las cargadas de los varones en la secundaria (“Felipita, la más suave”) en tanto que las mujeres no le dirigían la palabra; intentos de violación… “De fracaso en fracaso”, dice ahora Alma no sin humor, casi filosóficamente.
Alma cuenta todas esas contingencias en la actualidad con una especie de inocencia primigenia, de pura benevolencia que milagrosamente mantuvo incólume. Con una gracia subyacente que la directora supo captar en una larga entrevista cuyo audio grabó y que le dio la idea de hacer esta cinta que hace más por la aceptación de personas transgénero que 100 tratados académicos o 25 leyes a favor (de todos modos, necesarias). Alma es tan fresca y espontánea que puede contar sin victimizarse todas esas pruebas por las que debió pasar antes de entender que no estaba loca por sentirse mujer, que no era ninguna esquizo cuando, por ejemplo, le compraba ropa femenina a un compañero de la policía “que tenía ese currito”. Ropa para ponérsela a solas, por la noche en la terraza donde hacía la guardia que nadie quería, de 3 a 5 de la mañana. “¡Era mi momento!”, recalca ahora, y en su voz se adivina una sonrisa.
A Alma se la ve muy bien entre espejos, en el verde o moviéndose entre unas ruinas increíbles, con ese pelo largo que tanto ansiaba en la niñez, maquillada, cantando sus propias composiciones. En plena salud física y mental, limpia de todo resentimiento. Y con ese acentito que le da un plus tan cautivador a sus sinceras palabras.
Yo soy Alma, estrenada recientemente
en los cines Gaumont y Cosmos, se proyectará el sábado 28 de octubre a las 19,
en el CCK, con entrada libre.