Alma: otra mujer fantástica

Por M.S.

Desde el vamos, se hace querer Alma cuando comienza a hablar de lo difícil que fue “llevar esa carga” de saberse mujer desde la primera infancia, cuando quería llevar flequillo. “Algo que dijera que era una nena”, desliza con inconfundible acento cordobés su voz en off. “No tuve jardín porque cuando pedí el delantal con tablitas y moñito, mi papá se puso furioso. Casi me mata”, prosigue con evocadora naturalidad la voz mientras que aparecen en la pantalla fotos de esa personita anotada como varón en un pueblito donde al final de la década de 1960 la palabra transgénero, como es lógico, no existía. Sin embargo, ahora se puede mirar una foto de esta criatura a los 4 y, efectivamente, es una nena por sus rasgos, por su actitud. Y sin ponerle nombre a esa singularidad, “mi papá siempre se dio cuenta”.

Con un puñado de viejas fotos familiares, algunas secuencias un tanto borrosas de entrenamiento y desfile policial, y las tomas hechas en la actualidad con cuidada estética de Alma Catira Sánchez, la directora Mariana Manuela Bellone ha realizado un documental diferente, apartado de cabezas parlantes. De hecho, Alma no habla a cámara nunca, solo aparece su imagen en algunas acciones -como la preparación de una mudanza- y entonando sus propias canciones. Con creativos recursos visuales y una amenidad que se sostiene con claridad pese a las idas y vueltas en el tiempo, Bellone brilla como una cineasta personal. Desde su manera de colgar las fotos o las letras de los temas a la amorosidad con que filma los primeros planos de Alma, ya mujer adulta de 54, la realizadora se destaca en un género que localmente suele preferir la facilidad de los rutinarios testimonios.

Sin duda, justo es reconocer que contó con una protagonista extraordinaria que, en su narración desde el off, desgrana arduos avatares de su vida con una sencillez desarmante (aparte de ese acento entrador que se escucha poco en nuestro cine, en nuestra tevé), sin compadecerse, sin dramatizar: su pasaje por un colegio de curas en otro pueblo para hacer la primaria; su regreso a casa y las cargadas de los varones en la secundaria (“Felipita, la más suave”) en tanto que las mujeres no le dirigían la palabra; intentos de violación… “De fracaso en fracaso”, dice ahora Alma no sin humor, casi filosóficamente.


Y todavía le faltaba pasar por el entrenamiento policial -y lo peor, tener que desfilar en la calle-, institución en la que se inscribe para no tener que hacer el servicio militar en el ejército, por terror de que descubrieran su condición sexual. Casarse y tener hijos, porque era lo que se esperaba de él, que sabía que era ella y que en algún momento iba a tener que divorciarse. Pero sí, se casó por civil y por la iglesia, con un esmoquin barato alquilado.

Alma cuenta todas esas contingencias en la actualidad con una especie de inocencia primigenia, de pura benevolencia que milagrosamente mantuvo incólume. Con una gracia subyacente que la directora supo captar en una larga entrevista cuyo audio grabó y que le dio la idea de hacer esta cinta que hace más por la aceptación de personas transgénero que 100 tratados académicos o 25 leyes a favor (de todos modos, necesarias). Alma es tan fresca y espontánea que puede contar sin victimizarse todas esas pruebas por las que debió pasar antes de entender que no estaba loca por sentirse mujer, que no era ninguna esquizo cuando, por ejemplo, le compraba ropa femenina a un compañero de la policía “que tenía ese currito”. Ropa para ponérsela a solas, por la noche en la terraza donde hacía la guardia que nadie quería, de 3 a 5 de la mañana. “¡Era mi momento!”, recalca ahora, y en su voz se adivina una sonrisa.


En 2008, empieza a dar todos los pasos para que socialmente, legalmente, médicamente la reconozcan como lo que siempre supo que era: una mujer ciento por ciento, incluida la reasignación sexual. Y chau, a otra cosa con esta parte de su historia. A seguir con la docencia, a jugar al fútbol, a escribir y componer canciones. A jugar con la gatita negra Vera que Bellone filma con hermosa paciencia. En el momento de iniciar la transformación exterior, Alma habló con sus hijos que entendieron sin rodeos, y con su hermano cura -que de chico jugaba a darle la comunión con migas de pan- que también asimiló la nueva situación, aunque con los colegas sacerdotes deba guardar discreción…

A Alma se la ve muy bien entre espejos, en el verde o moviéndose entre unas ruinas increíbles, con ese pelo largo que tanto ansiaba en la niñez, maquillada, cantando sus propias composiciones. En plena salud física y mental, limpia de todo resentimiento. Y con ese acentito que le da un plus tan cautivador a sus sinceras palabras.

 

Yo soy Alma, estrenada recientemente en los cines Gaumont y Cosmos, se proyectará el sábado 28 de octubre a las 19, en el CCK, con entrada libre.