Rosa, rosa, tan poderosa

Por Marina Soto

Al momento de escribir estas líneas, ya hace tres semanas que Barbie se estrenó, y sigue siendo una de las películas más vistas, tanto en Argentina como en el resto del mundo occidental. Algo que no pasó, en esa escala, con la infladísima Oppenheimer (para tener una idea aproximada de la atrocidad del proyecto Trinity, mucho más apropiada la escena del capítulo Parte 8 de la tercera temporada de Twin Peaks, donde David Lynch se mete en las profundidades del hongo nuclear para mostrar los horrores que lo habitan, acompañado por el Treno para las víctimas de Hiroshima, de Krzysztof Penderecki).

Y es que el bullicio en torno de la película parecería no tener límites. No solo gracias a la impresionante campaña de marketing, sino también por las opiniones y análisis que estallan en las redes sociales, tanto de personas que la vieron, como de las que no. Porque ya desde el punto de partida, Barbie es un producto complejo que genera múltiples críticas y valoraciones surtidas, muchas de las cuales se contradicen entre sí.


Pero resulta innegable que, independientemente de los gustos personales, Barbie es al menos un hecho cinematográfico interesante de mirar y analizar. Se trata de un film que permite ser visto como una película superficial (pochoclera en el mejor de los sentidos: entretenida, con humor, con emoción) o como una obra con muchas capas que habilitan diferentes lecturas.

Tomemos la escena inicial, que también estaba en uno de los trailers. Se trata de una copia plano a plano del arranque de 2001, Odisea del espacio, de Stanley Kubrick (con Richard Strauss y todo), pero introduciendo pequeñas modificaciones que acompañan la voz de la narradora (Helen Mirren) diciendo que en el principio, desde que la primera niña existió, hubo muñecas, pero que eran bebotes que solo permitían jugar a ser madres. Hasta que llegó Barbie.

La escena en cuestión es, obviamente, una humorada. Más allá de que el público pueda o no apreciar el
guiño a Kubrick, este fragmento permite reírse un poco de la idea de las nenas aburridas de jugar a cuidar al bebé y de la llegada de Barbie como un monolito gigante que les transforma la existencia, dándoles oportunidades que hasta ese momento no tenían.

Si nos atenemos a lo que cuenta la narración, la primera interpretación que podemos hacer es literal: las nenas dejan de jugar con bebés (dejan de jugar a ser madres), para jugar con Barbies, que les ofrecen pensar su futuro de otra manera, y correrse de la idea de la maternidad como único, ineludible destino.

A partir de esta idea, se puede pensar un segundo análisis (en mi caso, surgió por la queja de un señoro enojado en Twitter, quien aclaraba que no iba a ver la película debido a las agresivas imágenes del avance): las nenas no dejan de jugar con bebotes, los destrozan. Barbie hace que las nenas destrocen su futuro como madres y piensen en múltiples futuros que nada tienen que ver con la maternidad o, PEOR AÚN, remiten a la no maternidad. Con la posibilidad de tener una vida feliz, cool, fashion, realizada, con la carrera, la casa, las cosas y la ropa que se les cante, de novias pero jamás casadas. Y nunca, nunca madres.

Esta perspectiva se puede profundizar aún más, teniendo en cuenta lo significante que resulta en este momento específico de las disputas sobre la salud reproductiva en Estados Unidos (y lleva a entender por qué el tipo enojado de Twitter se vio de verdad tan afectado por la imagen de la destrucción de bebés). Porque dicha escena también esconde un concepto potente detrás: estas nenas no están eligiendo a priori entre dos muñecos, sino que están tomando la decisión personal de deshacerse de los que ya tienen, para elegir no jugar a ser madres. Esta podría parecer una lectura un poco exagerada o tendenciosa. Pero resulta que la película se estrenó casi exactamente al año de que revocaron Roe vs Wade en Estados Unidos, hecho que trajo como desdichada consecuencia una reducción importantísima en los derechos reproductivos y en el acceso al aborto en muchos estados. A la hora de de la anulación de la sentencia, Barbie estaba en plena filmación; por lo tanto es altamente probable que haya impactado en la realización de la película (donde en más de una oportunidad se menciona la Corte Suprema y cambios en la Constitución). Más aún tomando en cuenta el enfoque general del film, y el hecho de que termina con un chiste que hace referencia directa a la salud ginecológica.


Otra interpretación válida, corriéndonos de la narración y centrándonos en la dirección y filmación del antes citado fragmento, permite tomar la referencia a Odisea del espacio no solo como el evidente chiste (la llegada del monolito transformador Barbie), sino también como una pequeña burla (respetuosa y cariñosa, pero burla al fin) al cine de los Grandes Directores Hombres, que vuelve a repetirse varias veces a lo largo de todo el film. Greta Gerwig sin duda se formó viendo estas obras, y lo destacable es que a través de su humor puede valorarlas, pero también recordarles a los buenos muchachos que no todo es Tan Importante y que no hace falta que se tomen a sí mismos Tan En Serio.

Pero este análisis tiene una contracara: también podemos interpretar que en esta escena se está planteando que una mujer puede situarse a la par de los Grandes Directores, y que una película como Barbie puede ser una más de las Grandes Películas del cine norteamericano. Que no hace falta hablar del drama de los hombres de manera grandilocuente, con reflexión y angustia y Wagner y colores oscuros para hacer un gran film. También se puede hacer cine con humor, con emociones mezcladas, con música pop y con mucho, muchísimo fucsia. Porque lo importante de las historias que perduran residiría en cómo exploran el alma humana.

Más allá del éxito arrollador, tal como viene sucediendo con la muñeca de Mattel, seguramente no a todo el mundo le ha de gustar Barbie; y hasta es probable que algunas de las opiniones sobre la película vayan cambiando con el tiempo, tanto las favorables como las negativas. Lo interesante será ver qué pasa en el futuro, cuando termine la fiebre rosa, las campañas de marketing y el fervor de que hay que verla aunque se caiga el mundo. Y entonces queden las decisiones narrativas y cinematográficas de Gerwig y las soberbias actuaciones, en especial, de Margot Robbie y America Ferrara.