El color que cayó de la corte de Luis XV

Por Guadalupe Treibel


Si en este preciso momento estás viendo la vie en rose, no es porque caíste bajo un hechizo que te lleva al optimismo  y las buenas ondas: el furor por este color viene tiñendo calles, guardarropas y pasarelas desde hace rato. Desde antes que irrumpiera la célebre canción de ese título, paroles de Piaf y de Louiguy; inclusive, obvio es decirlo, antes de que se estrenara el tan visto y comentado film sobre la muñeca articulada más famosa y discutida de la historia del juguete. Ya el año pasado se hablaba de una Pink Revolution, fenómeno al que han subido incontables celebridades -de la música, del cine, de la realeza, etcétera-, y que tuvo su expresión más cabal durante la Semana de la Moda parisina, cuando la maison Valentino dio la nota con una colección prácticamente monocromática que ponía al rosa intenso por los cielos, visión del modisto Pierpaolo Piccioli.

A fines de 2022, por otra parte, el mandamás del color -léase Pantone, el sistema de definición cromática más reconocido- decretó que su versión “magenta” sería la tonalidad que marcaría el curso del 2023, y a esa variedad se han abocado cantidad de marcas de diseño. Dicho lo dicho, recuerdan voces en tema que desde hace tiempo el rosa pisa fuerte en su amplia gama, desde el fucsia hasta sus alternativas chicle, viejo, vibrante, palo, pastel, flúor… En parte, porque estaría surtiendo efecto el descenso del prejuicio que asociaba este color -femeninamente- a cursilería, suavidad, debilidad y, así, el rosa salpica cada vez más prendas masculinas, siendo además una parte cada vez más visible del paisaje porteño gracias al ídolo absoluto del fútbol, Lionel Messi, y su llamativa camiseta del Inter Miami, cuyas copias aptas para bolsillos flacos ya han invadido los puestos del Once y otros barrios. La remera de este equipo estadounidense, por cierto, solía ser de tonos más neutros; recién hizo su debut en la cancha el año pasado, casualmente a poco de saberse que este color brillante tiene antecedentes prehistóricos: sería el pigmento más antiguo del mundo, hallado en rocas de más de mil millones de años.   


¿Será que los varones se están amigando con el tono que antaño se relacionaba al rojo y, por tanto, a la sangre y el vigor? Epítome de masculinidad, pasaron cosas, muchas cosas para que el rosa guerra, coraje, heroísmo mudara de sentido 180 grados. He aquí un petit recuento de algunos hitos de las idas y vueltas de un color que suena hoy más fuerte que en los tiempos de Sandro y aquella tan maravillosa, como flor hermosa

Aun cuando en el Renacimiento era habitual que Cristo fuera retratado vistiendo rosados ropajes, el momento de estrellato del rosa fue durante el período Rococó, en Europa. Fue entonces cuando se volvió genuino favorito en alta costura, vajilla y la pintura decorativa (de Jean-Antoine Watteau, Jean-Honoré Fragonard). Madame de Pompadour, amante de Luis XV -tan afín al champán que sus senos habrían modelado las famosas copas- estaba flechada por ese tono; y a la par que oficiaba de madrina de las artes, la ciencia y la literatura, vestía el adorado color. Y bebía y comía en tacitas y platitos assortis, habiendo encargado a la manufactura Sèvres sets de porcelana en una gama que, como corresponde, fue titulada “Rosa Pompadour”. Por aquellos años, vale señalar, no se trataba de un color asociado al género femenino: era, en todo caso, signo de estilo y lujo. De hecho, según ha declarado la historiadora de moda Valerie Steele, “en el siglo XVIII, era perfectamente masculino para un varón usar un traje de seda rosado con bordados florales”. Al ser una versión pálida del rojo, estaba ligado al coraje, muchas veces, militar.

Madame de Pompadour

“Lo más sorprendente es que el celeste -virtual sinónimo en tiempos modernos de ‘¡Es un varón!’- estuvo fuertemente vinculado a las niñas hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial”, anota el sitio Hyperallergic, que retoma el trabajo editorial de la socióloga Jo B. Paoletti, Pink and Blue: Telling the Boys from the Girls in America, para trazar la cronología del color y el género en la ropa infantil, advirtiendo que durante la mayor parte del siglo XIX la vasta mayoría de los párvulos -independientemente de su sexo- vestía de blanco. Por razones relativamente prácticas, es cierto, en tanto el constante hervir y blanquear las pilchas, a los fines de mantenerlas impolutas, borraba cualquier costosa tintura de época. Por otra parte, razón segunda, “la ambigüedad de género en los bebés no era considerada un problema que debía resolverse con una bandita en la cabeza codificada por colores; era vista como una virtud que debía ser apreciada y protegida. El género era entendido como un atributo de la sexualidad adulta, tabú en el contexto de los menores”, suma la citada publicación.

El cambio de paradigma no sucedió de la noche a la mañana; evolucionó con el correr de las décadas. Los fabricantes de prendas de vestir hicieron lo posible para anticipar estas opciones antes que sus competidores, con intención de volverlas más atractivas y rentables. Emprendimiento que llevó añares, visto y considerando que con la explosión del color a comienzos del siglo 20, no había unanimidad en su uso. Cada madre, cada padre elegía lo que consideraba que lucía mejor en su purrete, fuera verde, amarillo, rojo, celeste… En los orfelinatos franceses, por caso, se usaba el azul para los varones, el rosa para las nenas, mientras que sucedía al revés en Bélgica, Suiza y Alemania.


Tampoco era denostado por la alta costura, como pone de manifiesto el rosa shocking de la modista y artista surrealista Elsa Schiaparelli, que revolucionó los 30s. La provocadora damisela entendía el rosa como “creador de vida, como toda la luz y todas las aves y los peces del mundo unidos en un solo ser, un color de China y Perú, pero no de Occidente. Un color impactante, puro y sin diluir”.

“Existen innumerables teorías en torno a cómo llegó el rosa a establecerse como color femenino. Una especulación atribuye su popularidad a la Primera Dama estadounidense Mamie Eisenhower quien, al igual que Schiaparelli y Madame Pompadour, era adicta a esa tonalidad. Por ejemplo, llevó un traje color rosa fresa adornado con más de dos mil cristales al baile presidencial inaugural de 1953. Y se dice que decoró la Casa Blanca tan concienzudamente con elementos ad hoc que los periodistas empezaron a hablar del ‘Pink Palace’. El ‘rosa Mamie’ estaba por todas partes en la ya imparable cultura la cultura consumista: electrodomésticos rosas, teléfonos rosas, prendas de vestir rosas, juguetes rosas comenzaron a inundar el mercado y a anunciarse -para sorpresa de nadie- exclusivamente para mujeres y niñas”, detalla la publicación Vice, recordando cómo Mamie devino modelo del ama de casa de los 50s a seguir para cualquier señora de la mayoría silenciosa. Y así, por el momento, la suerte estuvo echada para el rosa en buena parte de Occidente.

Mamie Eisenhower 

En lo que hace a prendas para bebés y primera infancia, la convención del rosa y el celeste ha desoído a los propios interesados: según la profesora de Biología y Estudios de género de la Universidad Brown, Anne Fausto-Sterling, los niños con menos dos años -ellas y ellos- prefieren colores intensos,  primarios como el azul o el rojo, y no los suaves ni los tonos pastel. Y como publicó el diario El País, “hay un estudio, solo uno, que sugiere que las mujeres prefieren los tonos rojos, liláceos y rosados, al haber sido ellas las encargadas de recolectar fruta hace miles de años, y porque además sería útil para observar cambios de tono en la piel de sus hijos y detectar una posible fiebre”. Implicaciones, según dicho diario, “meramente especulativas: el estudio identifica preferencias y no habilidades perceptivas, y también recuerda que el color favorito de la mayoría de personas (hombres y mujeres) es el azul, lo que estaría relacionado, al parecer, con la importancia que tuvieron para nosotros el cielo claro y las aguas limpias”.