María Nieves: nacida para bailar el tango como ninguna otra

La entrevista que se reproduce a continuación fue publicada hace 10 años en Damiselas en apuros, en el número 13 de esta revista. Vale rescatarla para festejar así el cumpleaños de la gran artista, el 89, el próximo 6 de septiembre

María Nieves no necesitó ni de la academia ni de Pigmalión alguno para convertirse en una verdadera maestra y conquistar el lugar más alto como bailarina de tango: ella aprendió colándose en la milonga desde los 10, observando y practicando por su cuenta. Cuando Juan Carlos Copes apareció como un rayo apolíneo en el club La Estrella de Maldonado, ella, de 14, ya sabía danzar mejor que él.

Por Moira Soto


La remanida expresión “canto a la vida” en el caso particular y extraordinario de la historia de María Nieves merece trocarse en “baile a la vida”. Porque esta señora de natural porte aristocrático pero -como ella misma alardea- de lenguaje a veces bien reo, que llegó a ser la más grande bailarina de tango que le haya sacado viruta al piso de tablados locales y mundiales, se hizo a sí misma sin contar de movida con los mínimos recursos, salvo los de su inteligencia y su tesón. Para no hablar de ese fantástico par de piernas...

De familia muy pobre, no conoció otros juguetes en su infancia que los sifones a los que -a falta de muñecas- les ponía polleritas, o la escobita con la que intuitivamente intentaba dar pasos de baile al compás de esa música que salía de la radio y que llamaban tango. Desconociendo la autocompasión, María Nieves Rego prefiere hacer a un lado los ingratos recuerdos de sirvientita desde los 9 -con solo dos horas de descanso los domingos- y evocar la dicha suprema de haber descubierto la milonga a los 10, como acompañante de la Ñata, su hermana mayor. En esos clubes de barrio, después de lavar y planchar la blusita y la falda que le había regalado una patrona buena, María Nieves se dedicaba a observar alerta, con los cinco sentidos, los pasos de los bailarines para luego reproducirlos solita en un rincón de la pista.

Así fue que a los 14, cuando aún no tenía permiso para bailar con un hombre, ingresó en La Estrella de Maldonado un tal Juan Carlos Copes, guapísimo pero todavía bastante inexperto en las lides del tango. Toda la química se puso a favor y al año la esbelta y bonita adolescente y el joven 3 años mayor se pusieron de novios. A los 17 de ella y los 20 de él, María y Juan Carlos ya empezaban a convertirse en una incomparable pareja simbiótica de tango, que se volvería leyenda aunque durante bastante tiempo les costase mucho ganarse la vida, ser reconocidos por empresarios del espectáculo, acá y en los Estados Unidos.

Sin embargo, con admirable perseverancia, ellos no cedieron, siguieron ensayando, presentándose en concursos, perfeccionando sus coreografías, innovando en un territorio por ese entonces inexplorado, iluminándose con los grandes musicales de Vincente Minnelli y otros directores de Hollywood, con intérpretes como Gene Kelly y Cyd Charisse. MN y JCC fueron abriendo caminos danzados sin dejar registrado su copyright, caminos por los que hoy se mueven nuevas generaciones de bailarines. Años y años de no aflojar, de tocar muchas puertas, de viajar, de ir escalando arduamente posiciones, hasta que en la madurez llegó el gran suceso de Tango Argentino, la creación de Claudio Segovia y Héctor Orezzoli que, además de aplausos internacionales, les trajo seguridad económica. Y aunque ya había sucedido el desamor en la vida, María Nieves y Copes siguieron siendo pareja imbatible en el escenario. En los ’90 hubo una deslealtad que ella sufrió enormemente, pero de la que supo levantarse como la guerrera que es. Y así fue que empezó a los 60 y pico una nueva carrera sola, tuvo la suerte de estar en el musical Tanguera, empezó a hacer exhibiciones, a ser convocada como jurado, a dar clases y charlas. A tener sus propios fans que la adoran, a conocer la admiración y el cariño de los más jóvenes que se vuelcan al tango.


Más allá de cómo y por qué se dieron las cosas, en este siglo 21, tu nombre ha brillado solo y atrayendo por vos misma la atención del público, de los críticos…

-Así es, y ojalá hubiera empezado antes a moverme sola, porque creo que tenía bastante para dar. Pero igualmente pude concretar muchas cosas lindas que agradezco. Por ejemplo, he cerrado bailando casi todos los Campeonatos Mundiales de Tango en el Luna Park, para mí experiencias no maravillosas, recontramaravillosas. El simple hecho de estar ahí arriba, ser nombrada por el conductor y que el estadio todo se ponga de pie, es algo que no tiene precio en mi corazón. Llamarlo broche de oro es poco. Aunque se trata de algo distinto, también me ha gustado mucho que me convocaran aquí y afuera como jurado en festivales de tango, porque me están reconociendo autoridad en la materia. El año pasado, estuve en Roma, en una muestra internacional para elegir una pareja que después se iba a presentar en el Mundial de Buenos Aires.

Parte de esta segunda etapa tuya tuvo que ver con el espectáculo Tanguera, que fue como una gran rentrée para vos. La gente se deliraba nada más asomar María Nieves un pie sobre el escenario…

-Por suerte, Tanguera tuvo mucho éxito en Buenos Aires, hubo giras. Ese calor tan grande del público me sorprendió tremendamente. Sobre todo, sentir ese reconocimiento hacia mí, individualmente. Un diario importante tituló “María Nieves tiene luz propia”, otro puso “Que la dejen ir a bailar sola”… Eso me halagó, me dio fuerzas, me animó a hacer algunas cosas por mi cuenta. Pero nunca más me interesó armar una pareja estable: ya estaba veterana para eso. Por supuesto que he bailado con otros compañeros: por ejemplo, últimamente con Francisco Martínez Pay, Pancho. También con Junior Cervila, un bailarín brasilero, campeón de tango de salón.

Decía Alberto Olmedo en un reportaje que no podía explicar cómo componía un personaje porque a veces no sabía lo que iba a hacer cuando se encendieran las luces del teatro o la televisión. Que se dejaba llevar y entraba en trance. Como vos, él tampoco había pasado por ningún conservatorio o taller…

-Efectivamente, es como un trance. Me dicen que tengo un caminar, una forma de colocar mis pies sobre el escenario que me distinguen. Pero que, como te decía, nunca fue algo premeditado. Está muy bien ir a tomar clases de tango, pero no es de ahí de donde va a salir una gran pareja como fue la que se formó entre Juan Carlos Copes y María Nieves. Dificulto que vuelva a aparecer otra equivalente, se tendrían que dar muchos ingredientes juntos. Lo digo sin soberbia. Porque resulta que éramos dos que nos convertíamos en uno. Todo se complementaba, hasta lo morocho de él y mi blancura…

En 2013 se cumplieron 30 años de Tango Argentino, la creación de Segovia y Orezzoli que te llevó por el mundo, incluido Broadway.

-Sí, hubo mucha celebración, bailamos tres parejas. Hice lo mejor que pude porque no había podido ensayar. Igual en La Nación dijeron que yo era la frutilla de la torta: imaginate, con mi pelo rojo cortito, como siempre. Sí, Tango Argentino representó mucho para mí. Estuve desde el principio, después entraron otras parejas. La primera edición de este show fue en el Châtelet de París, algo maravilloso: tenía mucha poesía, mucho misterio, nena. Éramos pocas parejas todavía, laburábamos muchísimo. La puesta en escena jugaba muy bien con las luces: había un solo telón que se iba transformando, los bailarines íbamos cambiando de ropa. Si hubo una oportunidad en que me sentí realmente artista, fue haciendo Tango Argentino. Tampoco era tan pendeja ¿eh?, ya andaba por los 50 y pico. Taquito militarVerano PorteñoDanzarín y Quejas como final. Estuvimos en teatros imponentes, líricos, íbamos a hoteles 5 estrellas o nos alquilaban un departamento a cada intérprete.

Pero unos años antes, cuando hacías Tangolandia en el Nacional y después te tomabas el colectivo en Callao para volver a tu casa, también eras una artista.

-Era lindo, sí, estar en el Nacional, aunque a veces no hubiera guita ni para tomar un café. Pero nosotros estábamos empeñados en abrirnos camino. En el ’59, cuando fuimos a los Estados Unidos, íbamos a audiciones, nos aplaudían, pero no entraba un mango. Comíamos fideos con aceite. Ahora que hay más espectáculos de tango en los teatros, acá y afuera, me parece justo que la juventud se entere de que hubo una pareja Copes-Nieves que fue pionera sin haber tenido la formación que reciben ahora los chicos.

Es que ustedes inventaron algo prácticamente de la nada. Existía la milonga, por supuesto, pero ustedes no se conformaron, fueron varios escalones más arriba, crearon coreografías aprendiendo sobre la marcha, por pura pasión tanguera.

-Eso es verdad, lo hacíamos realmente por amor al arte y porque teníamos esa fe total en el tango.

Descuento que vas a decir que no, pero muy en el comienzo, ¿no fuiste un poco maestra de Copes? Vos aprendiste de chica, se puede decir que estudiaste en la milonga bailando sola en un rincón, de adolescente te sabías todos los pasos. Y cuando él apareció, sería muy buen mozo pero era un poco patadura.

-Bueno, quizás tengas algo de razón: él era muy pintón, pero no bailaba bien. Y yo, cuando bailé por primera vez a escondidas de mi hermana, era capaz de acompañar a cualquiera. Y de grande me pasa lo mismo con los pendejos: se baila tipo pasodoble y yo me amoldo. Es que yo mamé mucho el tango, lo amé desde chiquita. Fue lo mejor que tuve en mi vida desde que agarraba la escobita e iba por una galería llevando el ritmo de D’Arienzo. Tengo una tremenda oreja, eso sí: durante un baile puede ser que tenga una laguna, que me equivoque, pero no me paralizo, retomo el ritmo sin problemas. Otra cosa que podría haber seguido es el flamenco, que también me viene en la sangre, por mi familia española. Creo que podría haber llegado a bailarlo muy bien.

Pero llegaste a ser una gran bailarina de tango, sin que nada se te diera servido en bandeja. Porque apenas fuiste hasta cuarto grado, tuviste una infancia con muchas carencias…

-Pero a pesar de todo podía sentirme feliz con pequeñas cosas. Si no había para comer, se tomaba mate cocido con pan viejo, como una pasta se hacía. Es cierto que era rebelde, que la escuela nunca me gustó, me hacía rabonas. Lo que pasa es que allí, a mí y a mis hermanos nos hacían sentir que éramos pobres, nos hacían de lado. Eso sí que me dolía. Creo que parte de lo que logré es herencia de mi mamá, porque ella me enseñó a proceder con rectitud, a no mentir, a no tener envidia, a saber perdonar… Y ponele la firma: yo no siento rencor ni por la persona que más daño me haya hecho en mi vida. Claro, mi mamá hizo lo que pudo porque esa era una época muy machista; ella tenía que estar sometida a mi papá, que algunas veces la maltrataba bastante y yo lo sufría mucho, era una nena muy sensible. Pero no guardo resentimiento, pienso que a mi papá lo habían educado de esa manera.

María Nieves (a la izquierda), junto a su madre,
el día de la boda de su hermana en 1954.
Archivo personal de María Nieves Rego

En esas épocas de tanta privación, ¿ir a la milonga era el momento de perfecta felicidad?

-Sí, eso fue después de que murió mi papá, que era muy severo: si la veía a mi hermana en la puerta de calle al atardecer, cuando todavía no era de noche, era muy capaz de sacarse la correa y fajarla. Pero sí, empecé a ir a la milonga y descubrí un nuevo mundo. De a poco, claro, porque primero iba de acompañante de la Ñata, mi hermana, gran milonguera, la número uno. Después se apartó al casarse, tuvo a su hija. Pero de jovencita era muy codiciada en la milonga, tenía una figura muy espigada, era una pluma bailando tango y jazz. Porque se bailaban las dos cosas, el jazz improvisando. Lindo, muy lindo.

Más adelante, ya en pareja, vas aplicando todo eso que habías practicado por gusto. También vas haciendo tus propios aportes porque, claro, eras la mitad de esa pareja, habías trabajado figuras, tenías tus propias ideas.

-Lógico, éramos pareja. Sé bien los aportes que hice. También debo decir que el carácter de Copes, tan estricto, me vino bien para convertirme en una profesional. Él era muy duro en los ensayos con los bailarines, no les dejaba pasar ni un bostezo. Y yo me volví extremadamente cumplidora, puntual, muy trabajadora.

Fuiste la gran musa, porque ¿qué habría sido de Copes sin vos?

-¿Sabés que tenés razón? Está bien eso que preguntás. Y si no hubiera aparecido Copes, con esa pasión que yo tenía por el tango acaso habría encontrado otro compañero, siempre buscando la forma de expresarme a través del tango. Sí, había algo en mí que me llevaba al baile, independientemente de Copes. Además, tenía el físico apropiado, y era rea. Bah, era y soy tango.

Contame un poco cómo funciona con una mina rebelde y que le gusta salirse con la suya, esto de que en el tango te conduzca el tipo, de tener que plegarte al dominio masculino…

-Hay dos formas: una cosa es ir a bailar socialmente, cosa que hago con un maduro, con un viejito, con un péndex… Lo acompaño, pero hasta ahí: porque yo intuyo todo antes de que me marquen, yo sé lo que el tipo va a hacer y lo voy dejando… Pero profesionalmente, en un espectáculo, no podés estar improvisando porque seguro que ocurriría un desastre. Se monta la coreografía, y cuando está bien ensayada, recién se va al escenario. Lo que no te asegura que el show vaya a ser un éxito: hay cosas que gustan mucho, otras que no y nunca se sabe el porqué. A nosotros nos ha pasado de querer dejar de hacer la mesa y que nos digan que era el número que más interesaba. O dejar de hacer Verano porteño o El esquinazo, y que nos reclamaran con insistencia. Y también nos sucedió de creer que teníamos algo nuevo y bueno que ofrecer, y por ahí no pasaba nada.

¿Cuándo aparece el famoso número de la mesa al final del show?

-Y… hace tanto. Es de los primeros tiempos. Me acuerdo que yo le tenía una pavura tremenda, pero era muy excitante para la gente: estar bailando en el piso, yo subía a un banquito, Copes pegaba un salto y ahí estábamos los dos bailando. Muy espectacular. De pronto, él bajaba, caía en la otra punta del salón, yo me quedaba arriba de la mesa, me tiraba el sombrero que yo agarraba entre las piernas. La gente se volvía loca, nena.

¡Cuánta adrenalina bailar en el espacio de una mesa, como al borde del precipicio!

-Oh, sí. Eso nos mantenía en un estado de exaltación que para qué te voy a contar. No era fácil, pero siempre salió bien. Y una vez, cuando ya estábamos en Nueva York, se ve que se aflojó una pata, se venció para adentro. La mesa quedó como un tobogán, fuimos bajando bailando y terminamos en el piso con mucha luz psicodélica. Después, el dueño del lugar quería que repitiésemos el recurso, pero no: había sido un accidente y supimos salir del paso, cosa que el público siempre agradece mucho. En Tanguera también hubo un episodio inesperado, se cortó la cinta cuando bailábamos con Mora Godoy en el redondel. Le dije a ella que siguiera, mantuve el pasito, y tarareando hice el mutis caminando. Creo que ahora, más allá de los límites de la edad, lo que me sobra, y que la gente aprecia mucho, es la cancha para manejarme en el escenario.

¿Qué recuerdo tenés de Astor Piazzolla?

-Mirá, era muy jodón -en el sentido de hacer chistes verdes- pero bastante jodido de carácter, podía ser bastante cascarrabias. Con nosotros se portó bien, cumplió. Aunque cuando volvió acá dijo que había contratado a la compañía de Copes, y fue al revés. Copes lo contrató como director musical del show que estábamos haciendo. En ese entonces, Piazzolla no era la estrella que fue después. Creo que soy justa si digo que Copes ayudó a hacer a Piazzolla, aunque esto le pueda caer mal a alguna gente: le pedía temas para los ballets, dio a conocer parte de su música. Claro que sé reconocer que Piazzolla fue un gran creador de música ciudadana, pero yo me quedo con un Pugliese, un D’Arienzo, un Di Sarli, un Caló… Esos a mí me calientan verdaderamente. Igual, yo bailaba muy bien Verano porteño, la coreografía la había hecho Copes. Con sentimiento, como siempre.

¿Tenés un caballito de batalla favorito?

-El tango Patético, pero en una versión de Pugliese del 30 y pico, la música la compuso Jorge Caldara. Me puede: yo escucho esa música y me viene una locura en el cuerpo. Me transformo totalmente, como si hubiese sido escrito especialmente para mí, para mis piernas, para mi temperamento. Con ningún otro tango me pasa algo tan fuerte, me arrastra, como si estuviera drogada.


¿Cómo ves la milonga actual?

-He hecho algunas exhibiciones en milongas clave, donde va gente veterana, van jóvenes. A mí me encanta ver a los pendejos bailando tango. Hay otros códigos: ahora podés estar sentada a una mesa con amigos y viene un señor y te saca a bailar. En otra época eso no pasaba, porque si decías que no, era un quemo para el hombre, una humillación. El tipo se iba del baile. Para empezar, te cabeceaban de lejos, y una sabía si el cabeceo era para vos o para la chica de al lado.

No solo ellos te llevaban en la danza: eran los que decidían si bailabas o no…

-Pero ahora cambió mucho, creo que se está luciendo mucho más la mujer que el hombre. Si es baile acrobático, ni te cuento: el hombre no es más que el partenaire que está sosteniendo a la chica que hace sus malabares. Me gusta que esté desapareciendo un poco ese machismo, que la pareja se luzca 50 y 50. En mi caso, los chicos hacen lo que yo les indico, los obligo a que me miren a los ojos. Yo me los como arriba del escenario, soy la dueña de la situación. Eso lo puedo hacer porque ha cambiado la mentalidad en el hombre y en la mujer, algo muy positivo. También quiero decirte que no hay que echarle toda la culpa al tango por ser machista: es el argentino en sí que ha tenido ese machismo en la sangre a través de mucho tiempo. Fijate si no en el tema de la violencia contra la mujer que ahora está saliendo a la luz. Creo que el hombre sabe que está perdiendo privilegios y algunos no se lo bancan.

¿A vos no te parece mal el tango acrobático, entonces?

-No, creo que es una manera de sentirlo que tienen los chicos de hoy. Mi aspiración es que no muera el tango danza, que se siga bailando, que haya espectáculos, muchas milongas. El cambio de códigos se nota en los campeonatos, los pibes hacen mucha acrobacia, pero también aprendieron a caminar el tango, cosa que no se puede dejar de hacer: no me canso de recomendarlo. Sin duda, lo realmente lindo y genuino es ver bailar el tango pegado al piso, arrastrando los pies, gastando suela.

Alguna vez comentaste que vos y Copes se inspiraban en los musicales de Hollywood, que tu ídola era Cyd Charisse…

-La idea de que si Hollywood podía hacer coreografías con el jazz, acá se podía hacer algo equivalente con el tango, fue un descubrimiento de Copes, después de ver esas grandes películas de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers… Cyd Charisse era mi ídola, sí. No podía ser esa mujer. Aprendí un montón yendo a ver sus musicales, muchas veces cada una de sus películas.


Cyd fue tu profesora sin enterarse…

-Claro. Quizás algo de mi manera de caminar, de sentirme dueña de mí, tuvo que ver con una actitud que ella me transmitió. Para mí fue muy importante porque acá no tenía a nadie como referente, las actrices no eran bailarinas. Hoy día la gente joven que quiere subir a escena estudia actuación, canto, baile. Son muy completos, como en los Estados Unidos. Yo me miraba en Cyd, fue mi espejo. Y Copes, un enamorado de Gene Kelly. La verdad es que acá falta la película donde el tango juegue un papel semejante al del musical, me da mucha pena que no se haya apostado a hacer la gran producción de tango. Se han filmado clips, videos, pero nunca el largometraje que soñábamos nosotros. Un Cantando bajo la lluvia o Un americano en París, pero bien argentino y tanguero. Creo que interesaría acá y en el extranjero. ¿Qué esperamos? ¿Que vengan los japoneses que adoran el tango, hagan ese musical y se lleven los laureles?

Te has ganado en buenísima ley el reconocimiento del público, de la crítica, acá y afuera. Y sobre todo ese amor de la gente milonguera que te adora.

-Oh, sí, el pueblo me quiere mucho a mí, siento esa corriente de cariño adonde vaya: es como si la gente me quisiera abrazar. Porque los premios, el Diploma de honor del Senado de la Nación en 2004 o el de Ciudadana Ilustre en 2008, será muy agradable recibirlos, pero no es lo que más me conmueve. Yo no me la creo ni me hincho de vanidad, te lo digo de corazón. Pero sí me he puesto orgullosa cuando, como sucedía en Tanguera, el público me celebraba con ese entusiasmo. Me convertía en estrella aunque hiciera un secundario. Todo ese afecto lo he conquistado con mi esfuerzo, sin andar buscando notas o llamando la atención sobre mi vida privada. O sea que me quieren por lo que les he dado en el escenario, y creo que un poco por mi manera de ser auténtica. Nunca quise pasar por lo que no soy, siempre reconocí mis orígenes, mi formación en la milonga.

Artículo originalmente publicado en Damiselas en apuros N° 13