Ana Noguera publica un libro sobre la feliz aventura teatral porteña de siete españolas

Por Moira Soto

Ana Noguera. Crédito: Anita Mañez 

Irradiando entusiasmo, alegría de volver por unos días a Buenos Aires y reafirmando su compromiso con su oficio y su ideario político (que incluye el feminismo), a mediados de julio pasado llegó la actriz española Ana Noguera con la meta de presentar su libro Las de la trinchera (editado por Círculo Rojo, de Madrid). Una amplia y pormenorizada crónica que traza el recorrido de esa Trilogía Republicana, soñada y realizada por la compañía que justamente fue bautizada Trinchera Teatral, fundada por Susana Hornos, Zaida Rico,  Maday Méndez, Lorena Carrizo, Clara Díaz, Silvia Barona y -obvio es decirlo- Ana Noguera.

El volumen de Noguera ya había sido dado a conocer en la Feria del Libro y en la Sala Mirador, de Madrid. En Baires (como es llamada esta ciudad en el texto), la presentación de Las de la Trinchera  -en el teatro El Extranjero- estuvo a cargo de Adriana Fernández e Inés García Holgado -querellantes en la causa contra los crímenes del franquismo- y de la actriz, también española y actualmente residente en Buenos Aires Pepa Luna (que está protagonizando la elogiada obra de José Sanchis Sinisterra, Valería y los pájaros), que en esta ocasión leyó fragmentos del libro. 

Luego de su ascendente y movilizadora experiencia en la ciudad a la que llegó con contados euros y el plan de abrirse camino sobre las tablas, A.N. decide dejar constancia en este texto autobiográfico, donde despliega el devenir de luchas y logros de este grupo de artistas españolas en ámbitos porteños. En feliz hermandad arman una compañía y crean tres obras que se representan con favorable repercusión de público y de crítica: Granos de uva en el paladar, Pinedas tejen lirios y Auroras. Un gran viaje vital y artístico el de estas emprendedoras tenaces y creativas que tuvo merecido eco en el país de donde partieron.

Granos de uva en el paladar
Ph Javier A. Ruiz

Sobre Granos de uva..., escrita y dirigida por Susana Hornos y Zaida Rico, estrenada en 2012 en el Centro Cultural de la Cooperación, escribió así en el diario La Nación la cronista arriba firmante:

En el espectáculo coral que, de manera condensada y poética va de los albores de la II República a la actualidad, propuesto por las directoras y dramaturgas españolas Susana Hornos y Zaida Rico, hay un claro afán de reflejar la pequeña historia cotidiana de personajes de segundo plano. Hombres y mujeres afectados en distinto grado por los radicales cambios políticos: las innovaciones republicanas, el golpe militar liderado por Franco, las atrocidades de la dictadura, el pasaje hacia la democracia de los 70. Historias de vida tocadas por el dolor y la injusticia, silenciadas por la censura franquista primero y, luego, por el miedo enquistado durante décadas.

Uno de los tantopersonajes de Granos de uva en el paladar -título que alude a una canción popular-, el de la muchacha socialista llamada Rosa, parece evocar a aquellas ahora famosas Trece Rosas ejecutadas en Madrid, falsamente acusadas de atentar contra Franco y uno de sus comandantes. En otros roles aparecen campesinas ingenuas que se despabilan, madres represoras, detenidas que se defienden cantando o cocinando con los colores de la bandera republicana, monjas que sirven al régimen, hombres jóvenes signados por destinos bien diferentes...

Seis actrices españolas residentes en Buenos Aires se hacen cargo de casi una veintena de papeles que ellas van alternando con una fluidez en las transiciones que nunca empaña la claridad narrativa, pese a la celeridad con que tienen lugar los cambios de personaje, apoyados en precisas coreografías y en estilizadas composiciones. Las intérpretes visten funcional y sobria ropa negra, con el único accesorio de una suerte de poncho liviano gris que, según la situación, hace las veces de chal, de toca de monja, de fusil... Acorde con este vestuario, la escenografía es un suelo rojo que llega hasta la pared del fondo y se levanta hasta la altura de los hombros: color primario y cálido, color de la sangre cargado de alusiones políticas.   

Granos de uva en el paladar
Ph Javier A. Ruiz

Con premeditada síntesis, el texto cita la breve primavera de la República, muestra a algunas mujeres como fuerza conservadora y a otras como agentes de cambio. En un personaje masculino, Paco, se concentran rasgos de una mentalidad machista capaz de ceder a las transformaciones para luego volverse cruel verdugo porque una de las dos Españas le ha helado el corazón. Un verdadero hallazgo dramático resulta, cerca del final, el despertar en la actualidad de Miguel, un adolescente que fue asesinado -quizá por homofobia, quizá porque fue delatado- en 1937 a manos de las fuerzas franquistas cuando se despedía de su amigo Luis. Su cuerpo ha permanecido tirado sobre el piso colorado, inmóvil desde el comienzo de la obra. Miguel recuerda los últimos tramos de su vida y clama angustiado: “¿Por qué nadie me vio? ¿Por qué nadie me buscó?”, sin saber que su madre y sus hermanas pusieron todo su empeño en encontrarlo. Pero, en verdad, el reclamo de Miguel va más lejos y se universaliza en este espectáculo que trae ecos de poetas como Hernández, Machado, Lorca... También del Cernuda de Las nubes: “Amargos son los días/ de la vida, viviendo/ sólo una larga espera/ a fuerza de recuerdos”.

Portada Las de la trinchera

A continuación, Damiselas entrevista a la actriz Ana Noguera, cofundadora de la Compañía Trinchera Teatral, devenida escritora.

¿En qué momento de tu vida se te despierta el corazón republicano y te interesás por esa etapa de la historia española, por el gobierno democrático de la Segunda República durante los años ’30, la Guerra Civil, los incontables crímenes del franquismo?

-Como lo digo en el libro, que está dedicado en parte a mi abuelo Santiago -que fue artillero de la República durante la Guerra Civil con tan solo 16 años-, creo que su legado, todo lo que nos contaba tanto a mi hermana pequeña como a mí siempre que nos veía, fue calando hondo, haciéndose un lugar en mi mente y en mi corazón hasta el día de hoy. Sus palabras fueron y son un referente para mí: él me enseñó que mantener la memoria viva es la mejor manera de vivir con dignidad. En España, durante la escuela, todo lo relacionado con los hechos de la historia más reciente de mi país suelen pasarse bastante rápido y sin apenas información, o muy escasa, así que me considero muy afortunada de que
en mi familia el relato de lo sucedido y la memoria estuvieran y estén tan presentes.

Grandes escritores y poetas -como Juan Marsé, para poner un ejemplo sobresaliente- trataron con profundidad y espíritu crítico ese período, cuando aún gobernaba Franco, ejerciendo así una suerte de resistencia en España y en el exilio, lo mismo que algunos cineastas destacados. ¿En qué fechas empieza a aparecer este enfoque en el teatro español? ¿Cuáles serían tus dramaturgos/as de cabecera?

-Creo que el exilio republicano es uno de los grandes olvidados de la sociedad española…, queda tanto por hacer y por reivindicar. Pero eso sería una conversación mucho más larga. Sí te puedo decir en concreto que, al igual que en Argentina, hubo creadoras y creadores que lucharon desde las tablas en contra de la dictadura y de la censura; artistas que tomaron la pluma, el pincel y, al día de hoy, la compu para escribir sobre una de las etapas más duras de la historia reciente de mi país. Hubo también autores que lo hicieron durante la dictadura, pero es cuando muere el dictador, en una suerte de liberación de todo aquello, cuando comienzan a brillar dramaturgos como Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano, de 1977, estrenada en 1982, y dos años después adaptada al cine) o José Sanchis Sinisterra (Ay, Carmela, de 1986), dos referentes importantes de la dramaturgia que comenzaba a ahondar con franqueza en esas temáticas. Actualmente Laila Ripoll (El Triángulo Azul, de 2014) o Alberto Conejero (La piedra oscura, de 2013) o incluso la última creación de Juan Diego Botto (Una noche sin luna, de 2021): autores que abordan de distinta manera estos temas tan necesarios para evitar el olvido y reivindicar la memoria. Ahora mismo en España, debo decir que me interesa mucho Conejero, que tiene una poética personal y encara estas cuestiones de una forma increíble. A nivel internacional, me fascina Sergio Blanco, un dramaturgo uruguayo que reside en París desde hace muchos años. Tengo también dramaturgas de cabecera como Sarah Kane y Angélica Liddell, que me resultan profundamente inspiradoras.

Presentación en Madrid del libro

¿En qué punto está en 2023 el revisionismo referente al gobierno de la República, el alzamiento de Franco, la Guerra Civil y la posterior dictadura? ¿Cuáles son las acciones desde la política que te parecen dignas tanto de destacar como de criticar?

-Honestamente, creo que queda tanto por hacer... Hubo, a mediados de la primera década del siglo XXI, una primera ley de Memoria Histórica que recientemente fue derogada por la Ley de Memoria Democrática, que si no me bailan las fechas se aprobó el año pasado, en 2022. Y esto bajo el mandato de gobiernos progresistas o de izquierdas, como prefieras. Si hablamos de gobiernos de derechas, para ellos, esto no sería más que “abrir heridas” y “mirar al pasado”, y los familiares de las víctimas según esa opinión, “unos llorones en busca de un subsidio”. Así está la cuestión a nivel político, muy complicada, y si una lo mira desde los ojos de las políticas de memoria de Argentina, alucinas bastante. Muchas de mis amistades de acá, no lo pueden creer. Con respecto a las acciones desde la política, me parecen escasas pero, al menos, se le ha retirado a Franco y a varios militares genocidas medallas al mérito, se ha sacado al dictador y a Primo de Ribera del mausoleo en el que estaban enterrados y se están empezando a exhumar víctimas de Cuelgamuros y de varias fosas comunes del país con apoyo estatal. Por algo se empieza.

Pasando a tu biografía artística, ¿por qué elegiste a la argentina Cristina Rota para estudiar actuación?, ¿cómo te resultó el aprendizaje de este increíble oficio “para fingir emoción con pasión imaginada”, como dice Shakespeare?

-Cuando yo comencé a estudiar o, mejor dicho, cuando decidí que la actuación sería mi profesión, tenía 16 años, era aún menor de edad. Corría el año 2001 y en Madrid no había oportunidades como ahora: entonces solo estaba la RESAD (Escuela Superior de Arte Dramático) a la que se accedía con 18 años, y existían algunas, pocas, escuelas privadas. En el estudio de Cristina Rota había cursos para adolescentes; alguien me comentó, ahora no recuerdo bien quién, pero supe de alguna manera que aquel lugar era “piola”, así que me acerqué con mi madre un día que no paraba de llover, y me anoté a los cursos de fin de semana, porque los demás días cursaba el secundario y los fines de semana a clase de teatro. Así empezó mi historia con este oficio y mírame, aquí estoy, 22 años más tarde, en la ciudad de la que me hablaba Cristina. En el país de muchos de los autores que trabajé en mi aprendizaje: Griselda Gambaro, Carlos Gorostiza… Un flash total.

Crédito Anita Mañez 

Se desprende de tu relato en Las de la trinchera que juntaste una buena dosis de audacia para venirte tan joven a la Argentina. Los acontecimientos -en los que hace a tu crecimiento como actriz, como persona comprometida-, ¿superaron tus mejores ilusiones?

-Así es, un sueño que se fue cumpliendo. Comenzó a gestarse, como te contaba, en el Madrid de los primeros años 2000, cuando venían compañías y dramaturgos de Argentina y sus espectáculos me fascinaban. Aquel sueño, fue tomando cuerpo, hasta que finalmente pude comprarme un billete de avión y comenzar mi propio viaje hasta acá. Lo que había idealizado del lugar, de la gente, de sus teatros no fue nada para lo que me encontré en la realidad: mi otro lugar en el mundo. Fue duro al comienzo, por supuesto, pero en base de mucho tesón y laburo, que creo que son dos virtudes que tengo, fui consiguiendo lo que había venido a hacer acá. Igual te digo que es algo que no pasa por lo racional, hay algo en la piel, emocional... Si yo creyera en la reencarnación, por ejemplo, diría que algo de mi pasado está completamente ligado a este lugar.

¿Sos de las personas que confían en que una expresión artística, cuando logra reflejar situaciones de injusticia con nobles recursos, puede contribuir, en cierta medida, a cambiar el mundo al conmover y llevar a la reflexión?

-Absolutamente sí, si no, creo que me dedicaría a otra cosa: creo profundamente en el poder transformador del arte, cualquiera sea la disciplina del mismo. Para mí el teatro debe hacer preguntas no ofrecer respuestas, que vos entres a la sala y salgas modificada, que te deje picando algo en la cabeza, que te cuestione, te interpele. Por supuesto que están los espectáculos o expresiones artísticas que solo pretenden entretener pero esas a mi no me interesan tanto como creadora. Yo he salido de ver una obra de teatro que me ha dejado pensando varios días, que he compartido con otras personas… Creo que las artes tienen un poder enorme, de transformación personal y colectiva.

En tu libro, al trazar el itinerario de la fundación de una compañía de mujeres, que logra sus objetivos con calidad y continuidad, llama la atención la convivencia tan armoniosa y feliz que retratás, contradiciendo el lugar común prejuicioso sobre la presunta rivalidad entre las minas. ¿A qué atribuís ese “romance tan divino”, para citar con humor el verso de un conocido bolero?

-Jajaja. Mira, una persona que leyó el libro me dijo que había sido muy ponderada, y usó ese adjetivo. Y me gustó. Te diré que obvio que hubo mambos, hubo momentos de roces, ¿en dónde no los hay? No creo que exista un grupo humano, creativo o no, que en algún momento de su recorrido no lo padezca. Pero sí puedo decirte que a pesar de eso, de los momentos de no estar de acuerdo, nunca hubo nada lo
suficientemente complicado o grave que impidiera la continuidad. Si hubo algún inconveniente, se trató de otras causas: económicas, logísticas…Y bueno, querida, creo que en el discurso patriarcal se alimenta mucho ese enfrentamiento “ficticio” entre minas, y que lo que ha hecho ha sido perpetuar y justificar muchas acciones machistas poniéndonos a en contra de nosotras mismas. Puedo decirte que, sin lugar a dudas, que esas mujeres me dieron tanto, aprendí y disfruté tantísimo a su lado, construimos algo tan poderoso que solo puedo quererlas y considerarlas hermanas de la vida. Como escribió Violeta Parra “gracias a la vida... que me cruzó con ellas”, modificando un poco la letra original.

Auroras. Ph Javier A. Ruiz

Te pido una suerte de paralelo entre el teatro off -alternativo, independiente- de Madrid y otras ciudades españolas, y el de Buenos Aires y otras ciudades que conozcas de Argentina.

-Pues te podría dar el primero y más claro que me viene a la mente: Sala Mirador en Madrid y el Teatro El Extranjero en Buenos Aires. Me cuesta poder decirte algo de algún lugar más en Argentina que no sea en Buenos Aires, porque en Rosario y en La Plata estuve en dos lugares bastante grandes. Por ejemplo en España, en Valencia, la Sala Ultramar, o en Granollers (un municipio de la provincia de Barcelona), el Teatre Ponent. Ambos dos lugares en los que estuvimos en nuestra primera gira con Granos de uva en el paladar, en el año 2015. Lugares maravillosos en dónde nos trataron de lujo.

¿Me dirías unas breves palabras de presentación dedicadas a Ana Fernández e Inés García Holgado, querellantes contra los crímenes del franquismo que, a su modo, prologan tu libro?

-Claro, Adriana Fernández e Inés García Holgado son dos mujeres extraordinarias, luchadoras y muy inspiradoras puesto que sus historias son parte de lo que nosotras queríamos contar. Y a su vez, valga la redundancia, contar con su apoyo durante todo nuestro recorrido en Argentina y finalmente el regalo de su mirada en los prólogos del libro ha sido el fruto afortunado de un hermoso encuentro en el camino.

Y lo último, una expresión que quizás merecería una aclaración: ¿Por qué razones eligen la palabra trinchera al bautizar la compañía, vocablo que también figura en el título de tu minuciosa crónica? Un sustantivo tan ligado a lo bélico; es decir, el lugar desde donde disparan los soldados y también donde se protegen…

-Pues porque para nosotras nuestra forma de lucha, nuestra trinchera creativa como la llamamos durante esos años, fue, y para algunas sigue siendo, el teatro. Así lo sentíamos, era nuestra trinchera creativa desde la cual disparar nuestros espectáculos, comprometidas hasta la médula, pero de forma poética. Trinchera Teatral, ese fue el nombre que elegimos cuando nos miramos a los ojos y nos preguntamos ese 2015: ¿Entonces, chicas, cómo nos llamamos? Trinchera Teatral, fue unánime. Y cuando pensaba en qué título ponerle al libro que tenía entre manos, pulularon varias ideas, pero finalmente me acordé de ese lugar, chiquito pero tremendamente poderoso que logramos construir. Cuando vendíamos un bolo, cuando nos preguntaban en el bar de al lado de la función “Y vosotras, ¿quiénes sois?”, la respuesta era insoslayable: “Somos las de la trinchera”.