Por Sebastián Spreng
Y como están proliferando los merecidos obituarios
detallando una vida fecunda y pintoresca como pocas, permítaseme contar mis
impresiones de la primera vez que me invitó a su casa, lamentando tanto yo no
haberla conocido antes pero, a la vez, feliz de haber tenido ese privilegio.
En aquella oportunidad escribí:
Anoche me enamoré. Nombre: Ruth.
Edad: 93. No recuerdo haberme topado con una seducción igual, tan insólita
e inesperada, encarnada en una nonagenaria inefable. Bella, impecable,
sencilla, culta, genuina, humana, con una calidez que abraza y un
elegante sentido del humor que revela una inteligencia feroz. Suerte de Judith
Bliss y Lettice Lovage, como salida de Noel Coward y Peter Shaffer pero
americana hasta el tuétano, invita a una casona que la define, entre añosos
robles floridanos que compiten en edad y prestancia con la dueña; un siglo de
Miami equivalen a dos mil años de Roma. Un gran piano, pared tapizada de
libros, cuadros, partituras, fotos, cachivaches, tesoros… verdadera
memorabilia, habitada por este personaje y su Mercedes («Esta es Mercedes,
salude querida. Tenemos un romance desde hace 30 años, yo digo algo y ella
automáticamente dice NO, SEÑORA, y yo le hago caso… ¡Esto funciona de
maravillas! Dicho esto, vamos a servir el segundo plato en vista de que no hay
primero»). «Mis abuelos paternos huyeron de Rusia», cuenta durante
la comida: «Se refugiaron en Nueva York y terminaron en Key West hace
100 años. Cuando nací, nos mudamos a esta casa». Aquí, celebridades y
anónimos entran y salen democráticamente, todos parecen parientes o íntimos,
todos bienvenidos.
La dama desaparece y al rato vuelve con una lista de
los grandes músicos que visitaron su conservatorio, que llegó a ser conocido
como “el Carnegie Hall del Sur”. Sigue el recuerdo de su almodovaresca maestra
Mana Zucca (que regaba diligentemente su frondoso jardín de plantas… de
plástico), así como de Arthur Schnabel, y en París, la gran Nadia Boulanger. «¿No
creen que con los maestros que tuve pude haber sido mejor pianista?», pregunta
no sin picardía.
Sin embargo, Ruth se transforma cuando se sienta al
piano. Primero un poco de Bach –«Para limpiar el ambiente»-, luego Gershwin, Cole
Porter, Chopin y «esta pieza que compuse y que oirán en primicia porque
ningún editor quiso publicarla; de hecho, se la mandé a Frank Sinatra y también
me la mandó de vuelta…».
Con su vocabulario perfecto y voz suave,
musical, Ruth es una lección de autenticidad y
cuando no se acuerda de algo, deja la frase volando para que otro la termine;
entonces asiente sonriente con adorable complicidad. Parece andar por el
aire, que ni el aire la toca, en esa liviandad está su gracia. Si
la hubieran conocido Caetano o Chabuca acaso le habrían compuesto algún
valsecito.
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Ruth Greenfield y Sebastián Spreng |
Cerca de las once, la anfitriona informa: «Encantada
si quieren quedarse, yo me voy a la cama aunque… ay, ahí llegan mis próximos
huéspedes», mientras de un coche con valijas y orquídeas
de regalo baja una parejita joven. «Son los hijos de una amiga vienen a
pasar la noche».
Confirmado, me enamoré. Imposible no hacerlo.
Postdata: Fiel a su estilo, como no podía ser de otra manera, Ruth hizo elegante mutis por el foro a los 99 y meses. Cuentan que cuando murió la madre de Jorge Luis Borges, alguien comentó que era una pena que a doña Leonor le faltara tan poco para llegar a los 100, a lo que el poeta contestó: “Exagera usted el prestigio del sistema decimal”. A Ruth tampoco le importaba la exactitud numérica, su mundo nos recuerda que siempre estuvo y está en otra parte, al decir de Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.
*Ruth Wolkowsky Greenfield – 17 de noviembre de 1923, Key West – 27 de
julio de 2023, Miami