Inolvidable Ruth Greenfield

Por Sebastián Spreng


Sin Ruth Greenfield, esta ciudad ya no será el mismo. Con la desaparición de esta indómita casi centenaria también se va un Miami que la desafiaba en edad. Venerada pionera de estirpe, fue preciado Instrumento de cambio, como reza el imprescindible documental de Steve Waxman filmado en 2013. 

Y como están proliferando los merecidos obituarios detallando una vida fecunda y pintoresca como pocas, permítaseme contar mis impresiones de la primera vez que me invitó a su casa, lamentando tanto yo no haberla conocido antes pero, a la vez, feliz de haber tenido ese privilegio.

En aquella oportunidad escribí:

Anoche me enamoré. Nombre: Ruth. Edad: 93. No recuerdo haberme topado con una seducción igual, tan insólita e  inesperada, encarnada en una nonagenaria inefable. Bella, impecable, sencilla, culta, genuina, humana, con una calidez que abraza y  un elegante sentido del humor que revela una inteligencia feroz. Suerte de Judith Bliss y Lettice Lovage, como salida de Noel Coward y Peter Shaffer pero americana hasta el tuétano, invita a una casona que la define, entre añosos robles floridanos que compiten en edad y prestancia con la dueña; un siglo de Miami equivalen a dos mil años de Roma. Un gran piano, pared tapizada de libros, cuadros, partituras, fotos, cachivaches, tesoros… verdadera memorabilia, habitada por este personaje y su Mercedes («Esta es Mercedes, salude querida. Tenemos un romance desde hace 30 años, yo digo algo y ella automáticamente dice NO, SEÑORA, y yo le hago caso… ¡Esto funciona de maravillas! Dicho esto, vamos a servir el segundo plato en vista de que no hay primero»). «Mis abuelos paternos huyeron de Rusia», cuenta durante la comida: «Se refugiaron en Nueva York y terminaron en Key West hace 100 años. Cuando nací, nos mudamos a esta casa». Aquí, celebridades y anónimos entran y salen democráticamente, todos parecen parientes o íntimos, todos bienvenidos. 

La dama desaparece y al rato vuelve con una lista de los grandes músicos que visitaron su conservatorio, que llegó a ser conocido como “el Carnegie Hall del Sur”. Sigue el recuerdo de su almodovaresca maestra Mana Zucca (que regaba diligentemente su frondoso jardín de plantas… de plástico), así como de Arthur Schnabel, y en París, la gran Nadia Boulanger. «¿No creen que con los maestros que tuve pude haber sido mejor pianista?», pregunta no sin picardía.

Sin embargo, Ruth se transforma cuando se sienta al piano. Primero un poco de Bach –«Para limpiar el ambiente»-, luego Gershwin, Cole Porter, Chopin y «esta pieza que compuse y que oirán en primicia porque ningún editor quiso publicarla; de hecho, se la mandé a Frank Sinatra y también me la mandó de vuelta…».

Con su vocabulario perfecto y voz suave, musical, Ruth es una lección de autenticidad y cuando no se acuerda de algo, deja la frase volando para que otro la termine; entonces asiente sonriente con adorable complicidad. Parece andar por el aire, que ni el aire la toca, en esa liviandad está su gracia. Si la hubieran conocido Caetano o Chabuca acaso le habrían compuesto algún valsecito.

Ruth Greenfield y Sebastián Spreng

Lejos del esnobismo que apuntala la imagen de Miami como epítome de la superficialidad, Ruth simboliza lo contrario: es Miami para los que saben de Miami. Esta pionera de los derechos civiles que se mudó al barrio que estaba vedado a los blancos, que fundó un conservatorio mítico sin distinción de razas ni credos, que llegó a dictar clases en una fábrica de ataúdes y hasta literalmente “ayer” preparaba pianistas para la Juilliard neoyorquina, es una alquimista que transformó la inclusión en integración: allí reside la verdadera hazaña, logro que se siente irrefutable en su casa y en su persona. Naturalmente ecuánime, una rara avis que por su buena madera no deja de despertar envidiable admiración, es la constatación -como aseveró Beethoven- de que la bondad es la manifestación más elevada de la inteligencia.

Cerca de las once, la anfitriona informa: «Encantada si quieren quedarse, yo me voy a la cama aunque… ay, ahí llegan mis próximos huéspedes», mientras de un coche con valijas y orquídeas de regalo baja una parejita joven. «Son los hijos de una amiga vienen a pasar la noche».

Confirmado, me enamoré. Imposible no hacerlo.

Postdata: Fiel a su estilo, como no podía ser de otra manera, Ruth hizo elegante mutis por el foro a los 99 y meses. Cuentan que cuando murió la madre de Jorge Luis Borges, alguien comentó que era una pena que a doña Leonor le faltara tan poco para llegar a los 100, a lo que el poeta contestó: “Exagera usted el prestigio del sistema decimal”. A Ruth tampoco le importaba la exactitud numérica, su mundo  nos recuerda que siempre estuvo y está en otra parte, al decir de Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.

*Ruth Wolkowsky Greenfield – 17 de noviembre de 1923, Key West – 27 de julio de 2023, Miami