Por G.T.
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Pintura de Léon Spilliaert, 1908 |
Por el consabido estigma que pesa
sobre este trastorno perinatal, sumado al desmanejo de la comunidad médica,
suele estar infradiagnósticado, lo que explicaría por qué varían las
estadísticas de distintos estudios. Hay bastante consenso, empero, en que entre
el 15 y el 30 por ciento de las mujeres que han dado a luz sufren de depresión
posparto, un problema que puede comenzar durante el embarazo y persistir por
semanas o meses, a veces años, después del parto. La Organización Mundial de la
Salud (OMS), por su parte, habla de que “el 25% de las embarazadas experimenta
algún tipo de malestar psíquico significativo, y que una de cada cinco madres
primerizas padece alguna forma de trastorno del estado anímico”.
El fármaco en cuestión se llama
zuranolona, se comercializará con el nombre Zurzuvae, y se recomienda que la
paciente tome una dosis diaria de 50 miligramos durante 15 días. Según las
pruebas clínicas, el comprimido actúa rápido: al tercer día de iniciado el
tratamiento ya empiezan a aliviarse los síntomas. “Tener acceso a un
medicamento oral será una opción beneficiosa para muchas de las mujeres que se
enfrentan a sentimientos extremos que, a veces, pueden llagar a amenazar su
vida”, añade Farchione respecto a este medicamento desarrollado por la
farmacéutica Sage Therapeutics en conjunto con la firma Biogen, que estaría
disponible en tres meses.
Aún no se conoce su costo, pero
se presume que será mucho más accesible que el único tratamiento que rige hoy para
la depresión posparto, aprobado en Estados Unidos recién en 2019. Hablamos de
la brexanolona, que se comercializa como Zulresso: un medicamento que se aplica
por un goteo intravenoso de 60 horas y que se administra con supervisión
profesional, cuyos probables efectos secundarios incluyen el dolor de cabeza,
el mareo, la somnolencia. “Pero por su alto precio (alrededor de 34 mil
dólares) y por el compromiso que conlleva en madres que necesitan atender a los
recién nacidos, ha sido bastante impopular hasta la fecha. Solo ha sido
administrado a unas mil pacientes hasta el momento”, informa el New York Times.
Por su parte, el rotativo El País
añade que, hasta ahora, la forma más común de abordar esta dolencia mental
venía siendo “la terapia psicológica y el uso de antidepresivos. A diferencia
del nuevo fármaco, sin embargo, los antidepresivos tradicionales pueden tardar
tiempo en comenzar a hacer efecto” (y quizás incidir sobre la lactancia). En
dicha nota se explica, además, que “tanto la brexanolona como la zuranolona son
versiones de una sustancia generada por el cuerpo humano, un esteroide
relacionado con la hormona progesterona. Los niveles de esa sustancia pueden
aumentar durante el embarazo y caer de modo drástico tras el parto, lo que
puede desencadenar la depresión”.
Vista en perspectiva, esta
novedad es un notición que invita a celebrar que la Medicina esté zanjando su
deuda histórica en el tratamiento de dolencias típicamente femeninas, como
migrañas, várices, molestias menstruales, por citar algunos malestares a los
que las investigaciones científicas no les han dado suficiente bolilla. De
hecho, en su ponderado libro Unwell Women: Misdiagnosis and Myth in a
Man-Made World (2021), la referenciada escritora británica Elinor
Cleghorn señala que la actualidad todavía arrastra sesgos de larguísima data,
influenciada por falacias, suposiciones, mitos que evidentemente han resultado
nocivos para la salud femenina.
Por poner un ejemplo, ¿cuántas
mujeres saben que el infarto en ellas suele manifestarse de modo más suave e
impreciso, no necesariamente con el clásico síntoma de dolor agudo que irradia
al brazo izquierdo, como sí sucede generalmente con ellos? Las expresiones más
comunes, al parecer, son náuseas, indigestión, dolor en el centro de la espalda
y en la mandíbula; expresiones a las que hay que prestarles atención. Después
de todo, también en las mujeres la enfermedad cardiovascular es la principal
causa de muerte en el mundo, por encima del cáncer. La OMS da cifras: una de
cada tres muere por patologías cardíacas.
Volviendo al ensayo de Elinor
Cleghorn -donde traza la conflictiva historia entre las mujeres y la Medicina
desde la Antigüedad hasta nuestros días-, asegura esta autora que, en la
actualidad, lo más habitual cuando una mujer manifiesta estar dolorida suele
ser que el médico tratante considere que la causa es psicológica o emocional,
en vez de física o biológica; y resalta E.C. que las pacientes suelen ser
derivadas con menos frecuencia que los pacientes para que especialistas
profundicen en su cuadro clínico. “Antes de que nuestro dolor se tome en serio,
como un síntoma de una posible enfermedad, primero debe ser validado y
considerado por un profesional en el que prevalece cierta aura de desconfianza
que se ha ido construyendo durante siglos”, ofrece la citada autora en charla
con el Washington Post.
Menudo favor nos hizo Hipócrates,
estimadas damiselas: su legado ha persistido por los siglos de los siglos.
Entre el IV y el V a.C., este señor griego había sugerido que, sin tener
relaciones sexuales ni dar a luz hijos con frecuencia, el útero de una mujer
podía “vagar” hacia el hígado e incluso bloquear su respiración, asfixiándola
hasta la muerte. Además de dar basamento “científico” al imperativo de
maternidad, su teoría del útero errante dio origen a la palabra “histeria” (de
“hystera”, término griego que significa “útero”), vocablo que llegó a denotar
enfermedad mental, principalmente en mujeres que presentaban excitabilidad
emocional, ansiedad y dolor físico, síntomas que los médicos a menudo
consideraban fingidos. Fue tal el predicamento de la histeria que, como es
sabido, hasta finales del XIX y principios del XX, sirvió de socorrido
caballito de batalla a los profesionales -Herr Doctor Freud incluido, claro-
para darle un nombre a patologías que, en verdad, no sabían diagnosticar, que
no entendían.
Este y otros equívocos llevaron a
incontables estropicios. Elinor Cleghorn menciona, por caso, cómo un cirujano
estadounidense, Robert Battey, extirpó en 1872 los ovarios de una chica de 23
años que sufría de agotamiento, al considerar que -como la joven no menstruaba
regularmente- ese debía ser el motivo de su cansancio. La práctica se extendió
en hospitales públicos y asilos de Estados Unidos y Gran Bretaña,
esterilizándose así a muchísimas mujeres entre 1880 y 1890. Asimismo, recuerda
la historiadora el novísimo y muy popular tratamiento que, entre 1940 y 1950,
se usó para controlar la depresión y otras enfermedades mentales, mayormente en
pacientes femeninas: la lobotomía prefrontal, practicada en un 75% en mujeres
por Walter Freeman y James Watts, dos destacados médicos estadounidenses (que,
entre tantas, fuera aplicada a Rose, la desdichada hermana de Tennessee
Williams).
Por otra parte, recuerda la brit
que el término “hormona” recién entró en el léxico médico en 1905 para
describir las secreciones del páncreas y posteriormente, de cualquiera de las
glándulas del cuerpo. Así entramos en el siglo XX, era de la terapia hormonal,
con médicos comprendiendo ¡por fin! cómo funcionaban los ovarios, la
menstruación, la menopausia… Aún así, la mala praxis respecto de las dolencias
femeninas siguió causando daños. Pero por el momento los dejamos en espera de
otra nota y ahora nos concentramos en celebrar la buena nueva: la
pastillita para la depresión posparto.