Por Brenda Howlin
Todos los inviernos, igual.
Nada muy grave nunca.
Mocos, tos, fiebre,
cuadro catarral.
Pero cuando aparece la
flema,
a mí me arrasa un
vendaval.
A pedazos se caen la
fe y la agenda.
Eso no lo puedo negar.
Y aprendo de pediatría,
de farmacias de turno,
de sirenitas, de
pastelería,
y de rituales
nocturnos.
Siempre que se
enferman
sentipienso lo mismo:
Que sin tos se duerman
y que yo no caiga en
el abismo.
Porque la culpa
siempre se asoma.
Que no los abrigué
bien,
o que me la paso
corriendo, fuera de broma.
Visualizo sus mocos en
los pulmones.
Verdes o blancos, los
que haya.
Los imagino y acomodo
de a montones.
Y les pido que se
vayan.
Intento entender su
ubicación,
el porqué de esta
maldición.
Les hago masajes en la
espalda,
les doy calor, como
sugiere mi suegra,
o golpecitos, como
dice Instagram.
Todo sin que se den
cuenta,
porque si les hablo,
no se dejan.
Se quejan, gritan, se
alejan.
Y despliego mis armas
sobre la mesa:
nebulizador,
vaporizador,
jarabes varios con
sabor a fresa.
Primero, Pulmosán,
para expectorar.
Luego Ibupirac, para
la temperatura aflojar.
Después Amoxidal,
porque es viral.
Pasamos al baño de
vapor, para respirar.
Con eucaliptus y
cebolla, lo que sea para despejar,
porque las
complicaciones hay que evitar.
Otitis, bronquitis o
colitis.
Ojo que pueden derivar
en conjuntivitis,
laringitis, faringitis
o catarritis.
Y dejo la puerta
semiabierta para controlar
que el baño no se
inunde ni la criatura se pueda ahogar.
Y enciendo la compu,
con esperanza e ilusión
de trabajar, de
avanzar, de recordar mi pasión.
¿Quién soy en medio de
esta taquicardia?
¿Dónde queda mi vida
entre tantos viajes a la guardia?
¿Dónde están mis
defensas?
Porque yo también
estoy molesta.
No sé si es la vista,
la espalda o la cabeza.
Pero no me puedo caer.
Este barco y este
fracaso,
tengo que sostener.
Días y días sin poder
enfocar
solo en la medida del Pulmosán
y en las alarmas para
recordar
el horario del jarabe
para expectorar.
Y mientras intento
escribir, me ataca una duda:
¿habrá bajado la
temperatura?
Ilusionada, aferrada
al milagro del Ibupirac,
le pongo el
termómetro.
Tengo cábalas, que voy
probando según la gravedad.
Le canto a la fiebre
sin mirar el termómetro.
O invoco a las deidades
ancestrales
mirando firmemente el
cronómetro.
Mirar o no mirar, esa
es la verdad.
Y me aferro a lo que
sea, esa es la realidad.
Tengo que madurar.
No se van a morir,
ni todo va a empeorar
en algo fatal.
No voy a vivir en la
guardia.
Esto va a terminar, me
repito como mantra.
Voy a volver a crear,
a trabajar y a relajar.
Voy a volver a dormir,
a escribir y procrastinar.
Y un día, la fiebre se
va,
y vuelve la
cotidianeidad.
Intento recalcular y
valorar.
Me recuerdo que tengo
que estar,
cuidar y jugar.
Para que no vuelva a
pasar.
Que no se enfermen, y
sentipiense
que tengo que parar.
(Invierno, 2023)