Por Stella Galazzi
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Estudio de Margot Bergman |
Desde hace un tiempo, aparecen camufladas en
personas de carne y hueso otras personas queridas por mí, que también tuvieron
cuerpo pero que pasaron al misterioso espacio de los muertos.
Un caminar, una forma de ojos, una sonrisa, un
timbre de voz, una mano parando un colectivo... Aparecen y ya no puedo dejar de
pensar que ese ausente se está presentando para decirme algo. Y ahí me quedo, buscando
el significado de la aparición.
Como primera medida, dejemos de lado los
sentimentalismos, que seguramente también juegan su parte.
Pero por qué razón veo a unos y no a otros,
teniendo en cuenta que la condición de haber superado cierta edad incluye
justamente una colección de personas que se invitan espontáneamente a nuestro
álbum de fotos de los que ya no están, un obituario personal cargado de cruces,
flores, recuerdos.
No parece casual que sean unos y no otros los
que se presentan, sé que debo encontrar el motivo. Primero lo pensé desde mis
miedos de siempre: este ¿cómo murió?; ¿estaré enferma de lo mismo?, ¿tendré que
estar atenta a que no me suceda tal o cual accidente?
En verdad, cuando comencé a querer ordenar de
algún modo estas apariciones, cada vez más frecuentes, lo primero que pensé fue
que tenían que ver con alguna culpa de mi parte. Y me puse a revisar si alguna vez
no le cumplí en algo a la persona aparecida de turno.
Pero ninguna de estas probables explicaciones
me convencía.
El tiempo transcurría y, como no pasaba yo a
engordar el álbum de figuritas no vivas de mis conocidos ni me enfermaba ni me
accidentaba, comprendí que no venían a advertirme nada, tampoco a reprocharme.
En consecuencia, decidí que esa tontería de la
culpa no hacía honor a mi inteligencia ni a la de mis muertos, cosa que, según
me reafirmaban en sus apariciones, habían sido personas interesantes.
No, debía haber algo más y me dispuse a seguir
tratando de descubrirlo.
Ya no tengo mucho para hacer. Estoy sola, no
trabajo, salvo las actividades que me invento: algo de jardinería, unos tejidos
al crochet, leer.
La oportunidad se dio un sábado soleado por la
zona de Palermo, cuando me cruzo con una amiga; entiendan ustedes que se trata
de una desconocida. Pero por el corte de la cara, la piel lisa y pálida y el pelo
oscuro y lacio, tuve claro que se estaba presentando una amiga muy querida,
llamémosla X.
Aclaro que no ando buscando apariciones ni nada
por el estilo. Por lo general, voy distraída, atenta solo a las baldosas rotas
para no caerme, como me ha pasado infinidad de veces. Además estas apariciones
me aflojan un poco las piernas y me levantan los escasos pelos que me quedan en
la nuca.
X camina delante de mí luego de salir de un
departamento.
Asombroso el parecido, algo en la forma del
cuerpo, en el andar. Sentí que la oportunidad me obligaba, que eran muchas
señales como para pasarlas por alto. Para colmo, como casi nos chocamos al
salir ella del edificio, me miró a los ojos y cuando se disculpó, la boca se le
desplazó hacia un costado igual que cuando X contaba alguna picardía.
De algún modo, X me empujó a seguirla. Caminé
detrás de ella confiando en que su andar dejaría un buen espacio entre las dos.
Pero X caminaba pausado, como paseando, y yo -apenas conteniendo la ansiedad
que me producía esa situación- casi corría. Mi cuerpo se abalanzaba, como
queriendo obligar a las piernas a olvidar el paso de los años. Tuve que
detenerme frente a una vidriera para dejar que se alejara un poco, recuperar el
aliento y recién entonces volver a la persecución.
La seguí durante un par de horas; no voy a
detallar todo su recorrido, solo diré que ella hizo varias compras. Y a mí,
francamente, la cocina, la limpieza del hogar ya me importaban un comino. No
pensaba encontrar un mensaje en mi casa; en todo caso si realmente quieren
pasarme del más allá algún recado por ese lado, mejor que se lo guarden. Para
mí, es señal de que no están viendo por donde transita mi presente, en cuyo
caso serían fantasmas que dejan de interesarme. Por suerte, no fue el caso de
X.
Dejó para el final, cosa muy típica de su
costumbre, entrar en una librería cargada de bolsas que olían a apio y a
repollo. Depositó ese cargamento en un rincón para que no la regañaran y
comenzó a mirar los escaparates.
Después de observarla un rato desde la calle,
entré, permaneciendo siempre a sus espaldas.
En ese preciso momento, recordé que a X le
encantaban los regalos, y pensé que la sorprendería gratamente encontrar algo
bonito entre las verduras. Busqué en la cartera mi llavero del que colgaba una muñeca
rusa bordada con perlitas y canutillos que desprendí y deslicé en la bolsa. La
chuchería quedó brillando como una fruta jugosa entre la paleta de verdes de
los vegetales.
En medio de toda esa maniobra destinada a
dejarle el obsequio, que me distrajo un poco de mi tarea de espía, igualmente
pude ver que pagaba y volvía por sus bolsas.
Me escabullí, pero enseguida me arrepentí. Di
la vuelta y como sin querer, la choqué. Las dos nos reímos de la coincidencia,
ella me recordaba del incidente en la calle.
¡Pero claro, si con X éramos íntimas! Les
especifico que no estoy loca, al contrario: razono que si el fantasma me está
buscando debe agradecer este tipo de situaciones, e incluso ha de divertirse al
darse cuenta que yo misma las provoqué. Porque mis muertos, casi en su
totalidad, solían tener sentido del humor.
Cambiamos unas palabras sobre el amor por los
libros, comentamos que teníamos la lectura un poco olvidada, ella por sus hijos
chicos, yo por la vista cansada... Nos despedimos, tomó sus bolsas y se fue.
Quedé un rato en suspenso fantaseando con la
cara de sorpresa de X al encontrar la muñeca de felpa, extasiada yo como si la
bolsa de las verduras fuera mía y mía su juventud y míos sus hijos chicos, y yo
la que recibiera la muñeca. Intuí que ahí había un mensaje, dejemos de lado la
nostalgia, el tiempo que pasó y todo lo demás que sería muy obvio. Algo de la
sorpresa, de la belleza entre las cotidianidades, de la pasión por lo
inesperado, porque X era de regalar y sorprender y luego reír festejando su
ocurrencia.
Tal vez el mensaje de X es una invitación a
salir más seguido, a visitar a los que me quedan, a mandarles una carta, o una
postal, a visitarlos con mi sombrero de cigüeña que tanto los hace reír.
Pero como no debo dejar pasar ningún dato y
tengo que darme tiempo para pensarlo, con la excusa de que no quería regalarle
el mismo, le pregunté a la vendedora qué libro había comprado mi amiga, la del
pelo castaño y ojos rasgados. Me dijo que El
corazón disparado, de Adelia Prado, así que compré otro que creo que a X le
hubiera encantado, La boca de la
tormenta, de Eugenia Almeida, y salí.
En la librería que está a la vuelta encontré el
libro que seguramente me dará la clave de su mensaje; el título ya me hizo
estremecer, un corazón disparado es una promesa de pasión. ¿Me estará
preparando para que el amor no tome por sorpresa mi corazón?
No, no puedo apurarme a sacar conclusiones,
seguiré investigando, simplemente voy caminando, agradeciendo tener amigos que
desde el más allá, sutilmente, me recomiendan libros.