El abismo entre dos soledades

Por Carla Leonardi


Tras el éxito y buena acogida por parte de la crítica especializada de su opera prima -el libro de cuentos El gran despertar (2021)-, la joven escritora inglesa Julia Armfield sorprende con la originalidad de su novela Nuestras esposas bajo el mar (Editorial Sigilo), donde lejos de recurrir al tópico del descubrimiento del deseo queer, narra la disolución de una pareja de mujeres consolidada, con un muy buen manejo del suspenso y realizando un interesante trabajo al incluir elementos de diversos géneros literarios afines al romántico. 

Hibridando elementos del terror, del fantástico sobrenatural y de la ciencia ficción, la novela narra el abismo que paulatinamente se va instalando entre Miri y Leah. Esto lo refleja muy bien la estructura de la novela, cuyos capítulos llevan por títulos una progresión de las distintas capas de las profundidades del océano que van desde la zona de luz hasta la zona hadal. Publicada en 2022, se trata de una novela que es hija de su tiempo y que, a través de los géneros anteriormente mencionados, nos permite pensar, entre otras cuestiones, el impacto que el mercado y la ciencia ejercen sobre los cuerpos y los lazos sociales. Narrada en la primera persona de las dos protagonistas, la escritora distribuye estas voces a través del montaje paralelo, configurando dos líneas narrativas que no se cruzan en ningún punto.

Por un lado tenemos a Miri, que narra cómo se enfrenta con inquietud y extrañeza al regreso de su esposa Leah, tras seis meses de desaparición en una fallida expedición submarina. Leah comienza a presentar síntomas que van más allá del estrés post-traumático: sangrado de nariz y encías, piel que se torna transparente, necesidad de meterse por largas horas en la bañera con agua a la que le agrega sal, un mutismo cada vez más pesado que se va apoderando de ella, dificultad para respirar fuera del agua. Confinadas al departamento, este encierro acompasado por el ruido de la televisión siempre encendida de los vecinos de arriba, replica algo de la experiencia que tuvo Leah en el submarino.

La narración se acompaña con referencias intertextuales a clásicos cinematográficos del terror como La mosca (Cronenberg, 1986), Parásitos asesinos (Cronenberg, 1975) y Tiburón (Spielberg, 1975), dando cuenta mediante la metamorfosis de Leah en criatura marina de la alteridad de lo femenino y, al mismo tiempo, manteniendo la ambigüedad respecto de si lo que experimenta Miri como extranjería de Leah está aconteciendo realmente, o si se trata de algo que es producto de su imaginación. Sobrevuela además cierta referencia al mito de la Ondina y a la cabeza de Medusa en la parálisis que experimenta Miri frente a lo extraño. El objeto perdido que retorna del pasado lo hace bajo el modo de lo siniestro, de aquello que es familiar, pero que al mismo es extraño. Miri está en posición de espera de reencontrar a una Leah de antaño, que es imposible de recuperar.

Ella realiza llamadas telefónicas al Centro de Investigaciones para el que trabajaba Leah buscando ayuda y asimismo comprender lo que le sucede a su esposa. El Centro tiene algo de anónimo y del laberinto de la burocracia kafkiana, donde resulta difícil dar con la voz de una persona y con alguna respuesta concreta.

Julia Armfield

Las experiencias del presente de Miri se intercalan con sus recuerdos del pasado de la relación entre ambas: cómo se conocieron, momentos del noviazgo y de la convivencia, anécdotas de lo que compartían juntas. Se trata de un amor fusión (“esta cosa fusionada, inextricable”, “nos decían que éramos como mellizas”) que quedó en el pasado; y en el presente somos testigos de su paulatino desenganche, de la distancia abismal que se produce entre ellas. Ya no hay conversación, deseo ni contacto entre los cuerpos, como si la escritora mostrara cómo la época contemporánea nos separa en la soledad, como si ilustrara que no es el amor el que conduce al erotismo. Se trata de la historia de la disolución del amor como invento posible, como puente entre dos especies diferentes; entre Miri, que trascurre sus días arraigada al hogar, entre la perplejidad y la quietud de la espera, y la fluidez acuática de lo femenino que encarna Leah.

Otra línea que se puede tomar es la del duelo. Ante una desaparición, la ausencia del cuerpo impide constatar la pérdida y el proceso de simbolizarla se estanca. En ausencia de una marca simbólica que dé cuenta de la muerte, lo que regresa es entonces del orden de la aparición espectral de la criatura marina inquietante. En este sentido, dejar ir al monstruo marino en el mar, regresarlo a su hábitat, puede leerse como cierta asunción de la pérdida como irreparable, punto conclusivo del duelo. En otro sentido, aquí podría leerse cierta rendición de Miri frente a la otredad de la criatura, que no le genera encanto ni fascinación. Su solución es un dejar caer, que evoca aquel desenganche brusco hacia la libertad del agua con el cual el padre instó a Leah a sus 7 años a nadar por primera vez.

En cuanto a Leah, es una bióloga a bordo de una misión submarina, que se enfrenta -junto a sus dos compañeros de tripulación- a un desperfecto en el sistema eléctrico, que los conduce a un descenso inexorable hacia las profundidades inhóspitas y desconocidas del océano. Su voz es la del relato de este descenso sin freno posible hacia el gélido infierno de la oscuridad total. El océano ejerce sobre Leah la fuerza de un imán que la atrae, que despierta un desaforado y voraz deseo por saber qué hay ahí abajo, por encontrar algo que se pueda nombrar y que la chupa como una suerte de agujero negro.

El uso que hace Armfield del mar no toma al agua como imagen del bautismo iniciático o como espacio de sosiego. Es clara entonces la influencia en la novela de Moby Dick de Melville (explicitada en el epígrafe del comienzo), y también del cuento Un descenso al Maelström de Edgar Allan Poe; que son revisitados por la autora creando personajes femeninos. Así, el mar en tanto negrura ilimitada, insondable e incognoscible y sus extrañas criaturas son empleadas por Armfield para metaforizar la alteridad radical de lo femenino cuando funciona desamarrado, solitario y sin ley. Al apelar al registro del terror y de lo sobrenatural, es capaz además de transmitirnos el horror que se suele experimentar frente a la libertad de una mujer.

Pero leer a Armfield, no es solo ocasión para reflexionar sobre lo femenino, sino también para  dejarnos tomar por su osada propuesta de abordar el desamor de pareja desde los géneros considerados menores. Esto la autora lo realiza sin nunca perder de vista la belleza poética, como se puede apreciar aquí: “La tarde tenía un color extraño, inconsistente, como cuando el cielo se oscurece antes de una tormenta pero el pasto sigue iluminado y una no sabe de dónde viene la luz.” Son estas fulgurantes perlas de poesía, las que permiten que la novela no resulte totalmente sobrecogedora y que en cambio, nos termine conquistando.