Por Carla Leonardi
Hibridando elementos del terror, del fantástico sobrenatural y de la
ciencia ficción, la novela narra el abismo que paulatinamente se va instalando
entre Miri y Leah. Esto lo refleja muy bien la estructura de la novela, cuyos
capítulos llevan por títulos una progresión de las distintas capas de las
profundidades del océano que van desde la zona de luz hasta la zona hadal.
Publicada en 2022, se trata de una novela que es hija de su tiempo y que, a través
de los géneros anteriormente mencionados, nos permite pensar, entre otras
cuestiones, el impacto que el mercado y la ciencia ejercen sobre los cuerpos y
los lazos sociales. Narrada en la primera persona de las dos protagonistas, la
escritora distribuye estas voces a través del montaje paralelo, configurando
dos líneas narrativas que no se cruzan en ningún punto.
Por un lado tenemos a Miri, que narra cómo se enfrenta con inquietud y
extrañeza al regreso de su esposa Leah, tras seis meses de desaparición en una
fallida expedición submarina. Leah comienza a presentar síntomas que van más
allá del estrés post-traumático: sangrado de nariz y encías, piel que se torna
transparente, necesidad de meterse por largas horas en la bañera con agua a la
que le agrega sal, un mutismo cada vez más pesado que se va apoderando de ella,
dificultad para respirar fuera del agua. Confinadas al departamento, este
encierro acompasado por el ruido de la televisión siempre encendida de los
vecinos de arriba, replica algo de la experiencia que tuvo Leah en el
submarino.
La narración se acompaña con referencias intertextuales a clásicos
cinematográficos del terror como La mosca (Cronenberg, 1986), Parásitos asesinos (Cronenberg, 1975) y Tiburón (Spielberg, 1975), dando cuenta mediante la metamorfosis de
Leah en criatura marina de la alteridad de lo femenino y, al mismo tiempo, manteniendo
la ambigüedad respecto de si lo que experimenta Miri como extranjería de Leah
está aconteciendo realmente, o si se trata de algo que es producto de su
imaginación. Sobrevuela además cierta referencia al mito de la Ondina y a la
cabeza de Medusa en la parálisis que experimenta Miri frente a lo extraño. El
objeto perdido que retorna del pasado lo hace bajo el modo de lo siniestro, de
aquello que es familiar, pero que al mismo es extraño. Miri está en posición de
espera de reencontrar a una Leah de antaño, que es imposible de recuperar.
Ella realiza llamadas telefónicas al Centro de Investigaciones para el
que trabajaba Leah buscando ayuda y asimismo comprender lo que le sucede a su
esposa. El Centro tiene algo de anónimo y del laberinto de la burocracia
kafkiana, donde resulta difícil dar con la voz de una persona y con alguna
respuesta concreta.
![]() |
Julia Armfield |
Otra línea que se puede tomar es la del duelo. Ante una desaparición, la
ausencia del cuerpo impide constatar la pérdida y el proceso de simbolizarla se
estanca. En ausencia de una marca simbólica que dé cuenta de la muerte, lo que
regresa es entonces del orden de la aparición espectral de la criatura marina
inquietante. En este sentido, dejar ir al monstruo marino en el mar, regresarlo
a su hábitat, puede leerse como cierta asunción de la pérdida como irreparable,
punto conclusivo del duelo. En otro sentido, aquí podría leerse cierta
rendición de Miri frente a la otredad de la criatura, que no le genera encanto
ni fascinación. Su solución es un dejar caer, que evoca aquel desenganche
brusco hacia la libertad del agua con el cual el padre instó a Leah a sus 7
años a nadar por primera vez.
En cuanto a Leah, es una bióloga a bordo de una misión submarina, que se
enfrenta -junto a sus dos compañeros de tripulación- a un desperfecto en el
sistema eléctrico, que los conduce a un descenso inexorable hacia las
profundidades inhóspitas y desconocidas del océano. Su voz es la del relato de
este descenso sin freno posible hacia el gélido infierno de la oscuridad total.
El océano ejerce sobre Leah la fuerza de un imán que la atrae, que despierta un
desaforado y voraz deseo por saber qué hay ahí abajo, por encontrar algo que se
pueda nombrar y que la chupa como una suerte de agujero negro.
El uso que hace Armfield del mar no toma al agua como imagen del
bautismo iniciático o como espacio de sosiego. Es clara entonces la influencia
en la novela de Moby Dick de Melville (explicitada en el epígrafe del
comienzo), y también del cuento Un descenso al Maelström de Edgar
Allan Poe; que son revisitados por la autora creando personajes femeninos. Así,
el mar en tanto negrura ilimitada, insondable e incognoscible y sus extrañas
criaturas son empleadas por Armfield para metaforizar la alteridad radical de
lo femenino cuando funciona desamarrado, solitario y sin ley. Al apelar al
registro del terror y de lo sobrenatural, es capaz además de transmitirnos el
horror que se suele experimentar frente a la libertad de una mujer.
Pero leer a Armfield, no es solo ocasión para reflexionar sobre lo
femenino, sino también para dejarnos
tomar por su osada propuesta de abordar el desamor de pareja desde los géneros
considerados menores. Esto la autora lo realiza sin nunca perder de vista la belleza
poética, como se puede apreciar aquí: “La tarde tenía un color extraño,
inconsistente, como cuando el cielo se oscurece antes de una tormenta pero el
pasto sigue iluminado y una no sabe de dónde viene la luz.” Son estas
fulgurantes perlas de poesía, las que permiten que la novela no resulte
totalmente sobrecogedora y que en cambio, nos termine conquistando.