Amada en el amado transformada

Por Moira Soto

El Dibuk.
Crédito Carlos Furman

¿De dónde saca Victoria Almeida esa fuerza casi sobrenatural para encarnar a la Leah poseída por su amado muerto y luego exorcizada en la obra El Dibuk?, se preguntaba la cronista arriba firmante en una nota referida a esta obra que recupera en tono elegíaco rasgos del folklore judío, firmada por Shlomoh An-Ki (1863-1920). Un superclásico del teatro en idish que ofrece una condensación dramática de la abarcadora y minuciosa investigación realizada por el citado autor durante los años 1915 y 1916. Todavía adolescente, Shloynme-Zavl Pappoport (su nombre en los papeles) trató de despegar de la tradición familiar pero igualmente fue perseguido por el zarismo a causa de su condición de judío. Se relacionó con la clase obrera, abrazó las ideas socialistas, vivió un tiempo en París. Cuando regresó a Rusia, sin soltar sus convicciones políticas, volvió a las fuentes e hizo ese estudio sobre la cultura popular judía que cimentaría la escritura de El Dibuk, título que alude a un alma en pena en busca de un cuerpo viviente hospitalario.

En dicha pieza, tremenda pena de amor es la que padecen Janán y Leah, separados por la fatalidad, por el quebranto de una promesa hecha por el padre de ella. Con un marco de pueblitos judíos de Europa del este que evoca el universo de El violinista en el tejado, El Dibuk cuenta un romance signado por la tragedia, con gran altura lírica, jugándose por la vía mágica, por los poderes del amor por encima de la muerte. No por azar, Janán es un cabalista, aprendiz de hechicero que muere al descubrir un secreto que lo supera y que Shlomoh An-Ski –el judío que se reconcilió con su cultura sin dejar por eso de estar en la Revolución de Octubre– prefiere respetar. El Dibuk fue presentada en el porteño teatro Mitre, en los años '30 del siglo pasado, hablada en el idish original.

La versión de 2010, estrenada en el San Martín, estuvo encabezada de manera inolvidable por Victoria Almeida y Mariano Mazzei. Entrevistada, la en ese entonces muy joven actriz relataba cómo llegó a ese rol tan arduo de abordar, de volverlo creíble: “Me llaman para audicionar. El productor Gustavo Schraider me había visto en El trompo metálico. Preparo algo largo porque se trataba de un papel muy protagónico: tres monólogos de dos carillas, una canción en hebreo. Hice una prueba y el director me eligió. Todavía no conocía el texto completo. Cuando lo leí, me interesó mucho”. Tampoco V.A. había accedido previamente a la cultura judía, a la tradición de Europa del Este: “Nada, no había tenido oportunidad. De modo que fue un doble regalo: poder meterme en ese mundo. Desde que supe que iba a hacer la obra y hasta el comienzo de los ensayos, tuve tres meses en los que me dediqué a investigar, a escuchar músicas. Averigüé mucho sobre tradiciones, ritos, fiestas judías, el lugar de la mujer. Me preparé por ese lado”.

La intérprete de Leah reconoce que la mujer ocupaba un rol secundario en distintos ámbitos: “Sí, poco espacio en lo religioso, un tema de hombres. Las mujeres se casaban según un acuerdo entre varones, criaban a los hijos. Está el prejuicio en torno de la menstruación: por ejemplo, no pueden tocar los rollos de la Torah en esos días. Por otro lado, es una cultura muy rica y antigua, una filosofía muy vinculada con el perdón, el agradecimiento. Una actitud muy solidaria con los más necesitados de la colectividad”.

El Dibuk.
Crédito Carlos Furman

El Dibuk es, entonces, una suerte de compendio de ciertas tradiciones y creencias. Pone al público no conocedor en contacto con esa cultura de manera poética, lo deja con ganas de saber más. Por otra parte, hay puntos de contactos con la religión católica: el monoteísmo, el Antiguo Testamento, otros vasos comunicantes. A este respecto, decía Almeida: “Para mí fue entrar en un universo que apenas conocía por referencias de películas, libros. Sin embargo, El Dibuk es una historia de amor universal, donde lo religioso es el marco. En una primera lectura, me quedé con esta impresión: qué inmenso es este amor de dos personas predestinadas que se miran y se reconocen y se enamoran. Además del deseo, de la atracción física, sexual, la obra habla de dos almas que se quieren, que necesitan absolutamente estar juntas, no importa si en esta vida o en la otra. Es una obra muy difícil, eso fue lo que más me atrajo: había mucho que comprender para poder decirlo”.

En el numeroso elenco, además Victoria y de Mazzei -como el amado que ya está en otra parte al comenzar la obra-,  se destacaron Omar Fantini, un misterioso Mensajero; Juan Carlos Puppo, el pícaro padre de la muchacha; los conmovedores rabinos de Carlos Kaspar y Marcos Woinski; la protectora nodriza que hacía Mónica Santibáñez. Y siguen los nombres...

“Fuimos amasándolo entre todos”, aclaraba Almeida. “Mariano Mazzei es un actor que a mí me ilumina. Cuando te mira, lo hace de verdad. Si esto sucede, solo tenés que ponerte enfrente y devolver la mirada. Suspiré contenta cuando supe que él iba a ser Janán. Mónica Santibáñez es una actriz muy sólida, muy generosa, gran compañera, atenta a todo el elenco. Su nodriza es como la voz del barrio, la sensatez, se la ve venir, la tiene clara. En cambio, mi Leah es una adolescente que tiene poco recorrido, su saber proviene de la intuición, como si le bajaran data. Fue un placer trabajar con todo el elenco”.

“Creo que ella es una chica bastante especial: tiene una percepción muy amplia, profunda, despierta. La obra alude a que tiene sueños donde se le aparece gente muerta. También se insinúa que ve muertos en la vida cotidiana. A Leah se le murió la mamá cuando era muy chica. Su alma está muy predispuesta a que venga un dibuk, el espíritu de un muerto, y entre en su cuerpo, en su mente. Empecé a buscarla por ese lado, tratando de encontrar ese color. Y luego traté de bajarla, hacerla cada vez más natural, quitándole solemnidad. En lo que hace a la posesión, el exorcismo, pasé por todo, todo. Aunque nunca miré El exorcista. Además, el dibuk que se introduce en el cuerpo de Leah es su propio amado. Y es el único momento en que pueden estar juntos, muy íntimamente además. Porque hay un componente sexual en esta posesión”.

¿Una sola carne, como les anunció Dios a Adán y Eva en el Génesis? “Como sea, ellos se unen. Para mí hay cuatro quiebres en Leah: al comienzo, enamorada del chico; transformada en otra cuando él muere; vuelve a cambiar al ser poseída por el espíritu; y una vez que sale de ella, se modifica de nuevo: deja de ser virgen, ya le pasó la vida... El Dibuk es un texto maravilloso donde todas las piezas encajan a la perfección. Pero si vamos a mi personaje, debo decir que tiene todo lo que querría hacer cualquier intérprete, mucho para explotar. Cuando la leí, pensé: este autor se enamoró de una actriz y se propuso escribirle un personaje para que se diera todos los gustos en una sola obra”.