Soñar, viajar, vivir bien despiertas otras vidas

Por Moira Soto

Nellie Bly

Hoy en día que una viajera solita y sola ya no sorprende a nadie, al contrario -salvo en ciertos países donde las mujeres permanecen sojuzgadas-, vale rescatar e investigar, hacer justicia con aquellas intrépidas, obstinadas, resistentes damas que en siglos anteriores sortearon todo tipo de barreras para salirse de los límites hogareños, sociales largamente impuestos; y que en sus recorridos superaron incontables dificultades, peligros, molestias… Viajeras vanguardistas que se abrieron camino en el ancho mundo que, a cada una en su medida, dejó de serles ajeno cuando se fueron adueñando con sus ojos, su corazón, su mente de espacios que se suponían fuera de su alcance, demostrando ellas, de paso, la relatividad de la presunta fragilidad femenina.

Mujeres de Occidente y también -las menos- de Oriente, algunas muy jóvenes y otras en plena madurez, travestidas si les resultaba práctico (aunque sumamente riesgoso, de ser descubiertas). Mujeres que todavía carecían de derechos como ciudadanas, bajo la tutela de padres y maridos, que no podían votar ni seguir estudios superiores... Desde exploradoras intuitivas a piratas de armas llevar y disparar; desde científicas que avanzaron experimentando hasta desenvueltas corresponsales… De guerra ya en pleno siglo 20, como la merecidamente famosa Martha Gellhorn que en 1927 proclamó: “Decidí que era un hermoso proyecto ir a todas partes, verlo todo, encontrar todo tipo de personas y luego escribirlo”. Dicho y hecho, gracias a sus andanzas por el planeta Tierra y a ser testigo de grandes acontecimientos mundiales -la única mujer en el desembarco de Normandía, por ejemplo-, Gellhorn dejó por escrito sus impresiones que se convirtieron en libros, entre los cuales, una emocionante autobiografía.

Annie Londonderry

Todas ellas, las mujeres viajeras hasta la primera mitad del siglo 20 apostaron a romper el molde en el que habían sido criadas. Ese molde sostenido por distintas civilizaciones patriarcales con figuras masculinas protagonistas de grandes aventuras, héroes que hacen viajes iniciáticos, cumplen ritos de pasaje a la edad adulta. Ulises a la cabeza -obvio es decirlo- yendo de isla en isla mientras su fiel esposa Penélope teje y desteje, como lo han remarcado, entre otras feministas, Simone de Beauvoir y, más cerca en el tiempo, Mary Beard.

La damisela Silvina Quintans, muy estimada habituée de estas páginas virtuales, abogada que viró a periodista, se ha especializado en escribir sobre viajeras de todas las épocas en los principales diarios locales. Asimismo, ha trabajado como guionista televisiva para programas culturales y es coautora del libro Ser madre después de los 40 (Ediciones B). Con cuarenta países visitados en su haber, no es de extrañar que haya llevado esa vocación de trotamundos a sus columnas que tituló  Mujeres viajeras y La valija viajera, que desarrolla regularmente en el programa de Fernando Bravo, por radio Continental. En esa audición, SQ trata diariamente, de 13 a 17, los más variados temas -con seriedad, con humor, con investigación previa- habitualmente con un enfoque de género orgánicamente incorporado.

Portada del libro Viajeras, de
Silvina Quintans

Una antología de once emprendedoras indetenibles

Si había una persona ideal en todo sentido, en el ámbito local, para firmar un libro sobre vida y aventuras de una decena (con yapa) representativa de mujeres viajeras entre siglo 18 y la primera mitad del 20, que incluyera a dos argentinas sumamente meritorias pero poco conocidas, esa persona era, es Silvina Quintans con todo su bagaje cultural, vivencial, la calidad constante de su escritura. Felizmente, la edición de El Ateneo de Viajeras -cuyo subtítulo reza: Historia de aventureras, exploradoras y piratas- ofrece a primera vista, apenas al hojearla, un atractivo diseño de inspiración periodística de Marianela Acuña, que aportó gran diversidad de imágenes, y no únicamente de las viajeras elegidas por la autora: hay profusión de fotos, pinturas, grabados que aluden a personajes de cada época y lugar, paisajes, arquitectura, moda, objetos que dan cuenta de un rico y colorido trasfondo para las extraordinarias aventuras de estas heroínas escasamente reconocidas hasta la segunda mitad del siglo pasado.

En cinco capítulos, Quintans arma parejas -salvo un terceto en el segundo- de sus viajeras ligadas por alguna forma de parentesco. Las que dieron la vuelta al mundo, ¡en las postrimerías del siglo 19, dos muchachas de veintitantos, una en barco, la otra en bicicleta!; Las que se vistieron de hombre, en este caso un par de chicas piratas que coincidieron en algún navío para su atracos, y paralelamente, una botánica que se disfrazó de marinero para participar en una extensa expedición, las tres travestidas en pleno siglo 18; Las que combatieron la viruela, es decir, una aristócrata inglesa del 1700 que introdujo en Europa la variolización (inoculación del virus) y se animó a probar con su propio hijo, y una campesina  española devenida experta enfermera que cuidó a niños reclutados para trasladar el suero a las colonias en la misma centuria; Las que viajaron contra la adversidad: la ecuatoriana que se desplazó durante más de un año (1769-1770) a través de la Amazonia para reencontrarse con su marido inmovilizado por razones burocráticas, y ya en el siglo 19, la famosa Flora Tristán, la paria que viajó para hacer valer sus derechos, la idealista que intentó mejorar el mundo; Las que partieron del sur, dos argentinas que, en los albores del siglo 20 una, y algunos años después la otra, anduvieron, respectivamente, por el interior del país y por América a caballo hasta Canadá.

Flora Tristán

Cada historia de vida, contada con vívidos, exactos detalles y mucha empatía resulta tan admirable, tan sorprendente que cuesta resistir la tentación de dar una versión condensada de la totalidad, para no espoilear y porque Silvina Quintans lo hace muy bien, tomándose el espacio necesario en un texto que adjunta recuadros que suman interés y completan la puesta en escena geográfica, el contexto social e histórico.

Vaya como sucinta muestra un botón que bien podría ser uno de los del abrigo a cuadros con que partió la osada Nellie Bly -ya con intensa experiencia periodística- a los 25 del puerto de Nueva York, para dar la vuelta al mundo en dos meses y medio. Lo hizo con la declarada intención de superar los ochenta días del Phileas Fogg verniano, mandándose un viajón de miles y miles de kilómetros en 1889, en setenta y dos jornadas. Con su valijita de mano, un vestido, el citado abrigo y un impermeable en el brazo, lo logró. Y hasta se permitió una escala en Amiens, Francia, para visitar al mismísimo Julio Verne. La hazaña anterior de Nellie para el New York World: hacerse pasar por loca para ingresar a un centro destinado a enfermas mentales en la isla de Blackwell, donde mil seiscientas mujeres recibían tremendos maltratos. Con su denuncia publicada, Nellie consiguió que mejorase la situación de las internadas. Pero, por si no quedó claro más arriba, Silvina Quintans te lo cuenta mucho mejor. Y este es apenitas el comienzo de Viajeras