Por Amalia Sato
(Pre-Scriptum:
La autora de esta arrebatadora crónica es una prestigiosa, incesante activista
cultural; profesora de letras, que tanto te edita la revista Tokonoma como
traduce literatura japonesa y brasileña, amén de escribir prólogos y
ensayos, difundir el teatro de papel kamishibai y, entre otras incontables
labores, ser la autora de Cuentos
japoneses para niños, edición bilingüe que versiona mitos y leyendas primorosamente
ilustrados por su hijo Nicolas Prior. Damiselas
en apuros tiene la muy buena fortuna de contar, cada tanto, con su generoso
y siempre significativo aporte.
Hace
pocos años, Amalia Sato contrajo un nuevo apego que ella misma diagnosticó como
“pasión italiana”. Y asumió ese flechazo a corazón abierto, con la dedicación y
profundidad que le son característicos. Así fue que programó un viaje a
Sicilia, la piú bella isola d'Italia y más allá, región exuberante por la
naturaleza volcánica, sus colores y sabores; por la larguísima historia de
colonizaciones, por la presencia del arte bajo diversas formas, por sus
lazos que persisten con la mitología griega.
Placeres de los sentidos y del espíritu, vivencias fantásticas que nuestra cronista -francamente epistolar, esta vez- aprecia sobremanera y transmite con contagiosa emoción, intercalando con naturalidad citas y referencias precisas, asociaciones literarias, musicales, cinematográficas... In somma, una crónica inmersiva, gozosa, vehemente, rebosante de amor por la tierra de Arquímides y Pirandello, Virdimura y Goliarda Sapienza, Battiato y Scarlatti, Santa Lucía y Franca Viola, Teócrito y Filemone, Sciacca y Tomasso Laureti, además de tantas otras personalidades y, desde luego, de artistas, escritores y pensadores que A.S. menciona en su texto. M.S)
Para Ana Pagano,
siempre Aniushka
Para Marco
Para Laura
Para Nico
Querida Moira:
Bienvenida, cara
Amalia, pero no despiertes del todo de ese sueño maravilloso, imagino que con
tanta belleza toda junta habrás estado próxima al síndrome de Stendhal. Lamento
lo de tu brazo, con tantas capas de culturas diversas que dejaron su huella en
esa isla, acaso chocaste con alguna.
Y me habías escrito antes de partir: Qué hermosa Sicilia, cuánta felicidad. Justo
acabo de leer un libro de relatos de Lampedusa, donde figura ese cuento
maravilloso de la sirena Ligea, y me dieron ganas de rever Il Gattopardo,
película que adoro. Te confieso que anoté –no pude evitarlo - como un
mantra en mi cuaderno de notas haciendo pendant
con tus citas de rigor, la frase de Goethe de su Viaje en Italia: L´Italia
senza la Sicilia non lascia nello spirito immagine alcuna. È in Sicilia che si
trova la chiave di tutto.
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Centro de Palermo. Entrada Ph: Amalia Sato |
Era el viaje planeado en 2019, y en esos dos
años cuando todo se derrumbaba, me impresionó el flashmob de las azafatas de
Alitalia en quiebra, en el que se despojaban de sus uniformes para terminar
abrazadas en lágrimas. Tres años después estoy en una peatonal céntrica,
dedicada al fascinante espectáculo de ver pasar a los habitantes de Palermo en
estas primeras horas, rendida con la amiga de tanto avión. Hubo una
manifestación y vemos a unos señores con sus banderas enrolladas que caminan comentando
a viva voz las circunstancias. La vivacidad y la elegancia de los paseantes más
el buen café, cannoli y arancine, son un excelente comienzo.
Esta es la ciudad que Simonetta Agnello Hornby añora
en su libro de memorias. “Estaba a nuestros
pies, lamida por un mar que en la lejanía tenía un solo color: azul oscuro y
centelleante; en cambio, a lo largo de la costa y la bahía, el color del agua
cambia del verde claro al azul, al
turquesa. Lánguida y encastrada en la Conca d´oro, Palermo, ya sin amenazas,
parecía ahora protegida por la fila de guerreros grises, controlados por el
Monte Pellegrino. A izquierda el golfo de Mondello, con la pequeña, plácida
playa arenosa. Palermo en cambio no estaba en calma. Reconocía las calles, los
edificios, las cúpulas de los oratorios. Desde lo alto, la planta de la ciudad
parecía nítida, legible: una ciudad fácil de conocer y recorrer. Felix la
llamaban. Palermo feliz. Y sin embargo custodiaba muchos secretos. […]”. De
Via XX Settembre, S. A.H.
En el centro de Palermo, herrajes herrumbrados,
portones de madera secos, mansiones clausuradas, el mundo del príncipe Tomasi di
Lampedusa, con su intimidante decadencia y sus tesoros ocultos, alguien cuenta
de una araña de techo polvorienta y gris por años y años que relumbró con sus
caireles cuando pudieron hace poco limpiarla pieza por pieza, y los balcones
“panzones” ahora oxidados que contuvieron las faldas de las damas en la época
de gloria. ¿Cómo no recordar el documental de Ugo Gregoretti Sicilia del Gattopardo, de 1960, y al
barón Samonà cuando habla del volo di
rondine, la dilapidación de fortunas en bailes, saraos y obsequios, y que
con ironía dice que su lujo es poder ver el pasado con “calma olímpica? ¿Dónde
quedaría el bar donde el príncipe Tomasi tenía su mesa fija y escribía, todos
los días y fumando sin pausa, su obra maestra - rechazada y publicada un año
después de su muerte, luego premiada, luego film de Visconti, todo en un
vértigo póstumo? “Su vanidad es más
grande que su miseria”. “Un palacio
del que se conocen todas las habitaciones no es digno de ser habitado”.
Dos nombres vinculados de modo apasionado con
Japón hacen también escala en mi Sicilia. Dacia Maraini, la hija de mi admirado
Fosco Maraini - cuyo libro Patterns of
Continuity con sus fotos que asociaban ideogramas con escenas y paisajes
fue mi primer Empire des signes-, Dacia digo, escribió La
nave per Kioto.Diario giapponesi di mia madre. “A fines de 1938 con poco más un año me embarqué con mis padres,
antifascistas convencidos, bellos y excéntricos. Mi padre, etnólogo siempre en
viaje, y mi madre, Topazia Alliata, mujer de fuerte carácter y gran talento
artístico que ha elegido dedicar su vida a sus tres hijas, de las cuales dos
nacieron en Japón”. “Una experiencia
extrema, radical, cruel que por años fui incapaz de narrar”, señala Dacia
pues la familia fue prisionera en un campo de concentración. El regreso a
Italia fue en Bagheria, ciudad tan cercana a Palermo. Me encantaría ver Haiku on a Plum Tree, la película que su
sobrina Mujah Maraini Melehi, hija de su hermana Toni, filmó en Japón buscando
más claves familiares.
Descubro otra conexión inesperada. Otra vez
Europa y Japón en un intercambio simultáneo en espejo, durante el Japonismo y
la acelerada occidentalización. El florecer del estilo Liberty palermitano
mucho le debe a Vincenzo Ragusa, escultor que vivió por siete años como
profesor en el Japón de Meiji, y a su esposa japonesa O Tama, pintora, que lo
acompañó en su regreso a Sicilia. Crearon una Escuela de Artes. Una historia
fascinante. Y ella que vuelve viuda a Japón, después de años, para morir en el
seno de su familia, pero casi sin hablar ya japonés.
No eran una invención de Alessando Sironi, el
director de El comisario Montalbano. Esas
calles desiertas, sin gente, sin sombras, a plena luz. Su fascinación por la
Sicilia barroca de Ragusa, Modica, Scicli y Noto, su invención de Vigata en las
playas de Donnalucata. Sironi, orgulloso de que los locales no lo consideraran
un quaquaraquà, un charlatán, a él
que había también caído bajo el hechizo de una Sicilia recordada por Camilleri.
Recorrer Erice, ciudad normanda y medieval sin oír una voz, una risa, un
ladrido, ni televisión ni nada. O Caltagirone, donde solo vimos a cuatro viejos
con sus boinas sentados delante de un café. Sí, temporada baja pero cuánto
recogimiento. Pueblos históricos preservados y desiertos.
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Icaro de Igor. Valle dei Templi Ph: Amalia Sato |
Hasta fines del siglo XIX estuvieron ocultos
bajo tierra, los famosos mosaicos de Villa del Casale, según el guía diseñados
con intenciones didácticas, sobre la flora y fauna, el curso de la vida, los
placeres de la mesa, los animales de África traídos para las arenas circenses,
las jóvenes atletas danzarinas con sus bikinis vanguardistas y tantos etc. Si así
los pensaron, la lección más encantadora me resulta la del poeta Arión de
Lesbos, a quien se ve montado sobre un delfín sonando su lira. La tripulación
del barco que lo llevaba de regreso a Corintio, quería robarle todo lo que
había recaudado en su tour por Sicilia y darle muerte, pero Apolo le avisó del
peligro en un sueño, y cuando lo atraparon y le ofrecieron formular su último
deseo, Arión pidió cantar con su lira, y su voz muy aguda atrajo a los delfines
y así huyó montado sobre el lomo de uno de ellos. Todo lo cual prueba que el
último deseo bien lejos de ser un cierre mortuorio puede ser inaugural. Y
nosotros, viajeros, mirando todo desde lo alto, caminando por una estructura de
corredores, observando los pisos como no los habían concebido en su tiempo.
Mundo “drone”, digamos. Y también aquí en la Villa redescubierta en Piazza Armerina,
una escultura de Igor.
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Ph: Amalia Sato |
Salvatore salva tutti / salva l´anima dei prosciutti...
Sfogliatella, Coda d´
aragosta, caponata.
Cabezas de turco, piñas, marranzano, coffa, pupi, coppola, frutta martorana.
Permanencia impecable de las construcciones
normandas con sus cofres de joyas de dorados mosaicos, mirada en alto.
Barroco en Messina, Noto, Catania, el esplendor
de las curvas disuelve los restos de ciudades desaparecidas por terremotos, un
tono naranja frutal que envuelve, mirada en giro.
Robles, hayas, olivos, castaños. Alcaparras, pistacho.
Olivo y palmeras para el Nuevo Testamento. Higueras y granados para el Viejo. El
60 % de la fruta de Italia es de Sicilia, la leña de haya, roble y olivo se
vende al frío Norte de Italia.
Una tonta caída sobre mi mano izquierda y me fracturo, te ahorro los detalles como se impone en todo hecho traumático. Solo te cuento que el viaje queda marcado por este accidente. Los últimos días portando al que Felisa llamará con cariño mi brazo blanco. Llamada (inútil) al servicio de asistencia al viajero contratado, que responde que no tiene ningún prestador en el lugar del accidente, “que la señora se procure un servicio y luego contemplaremos el reintegro…” Por suerte aparecen ángeles custodios, llegaré al servicio de emergencia del Hospital de la zona, manos amorosas me ponen el barbijo de rigor, y me despiden pues debo ir sola en la ambulancia, protocolo covid. Hay salud pública en Italia. Y soy atendida con amabilidad y admirable profesionalismo. El mundo de esa guardia de hospital será mi escena. Cuando mi traumatólogo en Buenos Aires vea el informe que me entregaron dirá: “Lo fotocopia y lo pone en un cuadrito”. Gracias y solo gracias hasta mi regreso. Esperaré hasta que el “ortopédico” venga especialmente por mí a la mañana bien temprano. Mirko, Ezio y Pino, el equipo que reordenará mi brazo. Hasta entonces comparto con los locales la extensa sala de espera: hay una señora con su madre muy anciana acostada en una cama con ruedas, una jovencita con dolores punzantes y su mamá, una señora albanesa con vómitos y dolor por sus cálculos renales, otros pacientes más alejados que esperan dormitando, una botella de agua mineral con vasos descartables a disposición. Pido la clave para llamar y avisar de mi situación: es Iliad, pero no conecto, no tengo señal, me ayudan a enchufar mi celular con ese armatoste que es el adaptador universal, y “Mannaggia” me dice la señora preocupada por su hija que me asiste cuando le cuento de mi caída. Todos con sus caras cansadas y hablando en susurro. Finalmente gracias a la señora albanesa que me ofrece su celular podré hacer mi llamada cuando sean las 7. De pronto, a la madrugada, del otro lado de una puerta doble de metal, un llanto de mujer nos paraliza, llora como solo sucede en las tragedias enormes, un dolor desesperado que se va modulando en balbuceos, falta de aire, preguntas, y destaco que no se oye ninguna voz, se perciben otros presentes pero en silencio, acompañando sin interrumpir, permitiendo que se expanda por un largo rato lo irrefrenable. Nuestro silencio en la sala es total, somos estatuas que miran al suelo.
Estoy en Ragusa. Estoy donde Gesualdo Buffalino
sufrió un horrible accidente en la ruta, entre Vittoria y Comiso, del que
parecía que se recuperaría pero no. Atesoro ahora mi ejemplar de Diceria dell´untore. Me permito traducir
su título de otro modo, ¿qué tal “Cháchara del propagador de pestes”, o “Habladurías
del sembrador de pestes”, muy largos tal vez? “La metáfora es el alimento de mi prosa, y no me justificaré ni voy a
presumir de esto. Es un procedimiento típicamente barroco, si bien en mi caso
diría de un ‘barroco borrominiano’ en el cual el ornato es una función, sin la
cual la arquitectura se desmoronaría”. “Con
Sicilia, mi relación es de una cualidad esquizofrénica. Y sin embargo, cuanto
más me esfuerzo por mudar mi piel indígena y promoverme como un ‘totus europeus’,
más tiendo a recogerme y reacomodarme en mi tierra y mi cultura. Recuerdo que
un día, en Colonia, en el 64, durante un viaje en coche con un amigo, me
invadió una angustia tan profunda ante un cielo que hablaba una lengua lejana
que me escapé al Sur corriendo, sintiendo en cada señal de la ruta que me iba
alcanzando un sofoco de felicidad.” “Lector,
¿no te ha sucedido, estando de pie sobre la escalera mecánica de una
Rinascente, ver cómo los escalones que te separan de la plataforma se achatan
inexorablemente, y desaparecen con sus caparazones uno tras otro? Así los días
de aquel verano. Triste estación, y me quedo corto. Con ese sol sin atardecer;
un globo de fulgor total, cuyo clavo buscaba a mis pupilas del mismo modo que
un pedazo de sílex a un talón desnudo.”
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Monreale Ph: Amalia Sato |
Me pierdo (por cansancio y prudencia) la visita
a la Oreja de Dionisio, esa cueva artificial o latomía de siniestra memoria,
pero tengo una charla en la cafetería del Parque Arqueológico con alguien que
me comparte su experiencia de otra fractura grave de la que se repuso, tras
mucho sufrimiento. Comunión. Las palabras son tan poderosas.
En la excursión al Etna, me resguardo en el
restó de la base, de donde parten los funiculares, me pido un cappuccino y me
abismo en la visión de la lava negra con algunos manchones de nieve. Hace frío;
en la mesa de al lado hay una pareja de alemanes con un guía, y de pronto
nombran a Polifemo. Claro, si de allí arrojaba furioso las rocas para hundir el
barco de Odiseo. Esa era su residencia, también el lugar de las fraguas de
Hefesto, activadas por Cíclopes y Gigantes, o la prisión de los vientos
encerrados por Eolo. Pero esas rocas no alcanzaron a la nave y quedaron
incrustadas en el mar como I Faraglioni. Seguro que Odiseo emborrachó a
Polifemo con el licoroso y dulce vino passito, el de esas uvas deshidratadas
con alto tenor alcohólico. “Polifemo
arrancó la cumbre de una gran montaña y la arrojó delante de nuestra nave de
azulada proa”. Cuando vuelven los compañeros del bus, me cuentan
conmocionados que una turista noruega murió en la subida al volcán.
Bajamos por la sinuosa ruta que circunda las
pendientes del Etna y me digo que tal vez cerca esté la casa de Franco Battiato
en Milo, en Praino. Hay niebla, olivos, estoy en mi lugar preferido, el último
asiento, con toda la ventanilla para mí. Y con ese fondo que corre solitario,
sin gente en los campos, casas sobre la ruta con persianas cerradas, también
viene el nombre de Manlio Sgalambro, filósofo y colaborador (otra vez el
epíteto) “tardío” de Battiato. Un peorista, como se definía, que advertía: “Sé contemporáneo del fin del mundo”. Tal
vez porque seguía el lema “Quando
invecchi, devi fare soltanto cose piacevoli”, fue letrista de Battiato, con
quien inició un sodalicio artístico en 1995. Como auténtico dionisismo de
nuestros tiempos Sgalambro reivindicaba la música ligera contemporánea,
asegurando que “las discotecas y los
conciertos son pequeños nirvanas, donde los jóvenes son inducidos al éxtasis,
como nuevos platónicos, inmersos en sus cavernas artificiales”. En su
performance “Teoria della Sicilia” con
riguroso traje negro, camisa blanca y anteojos de sol sentenciaba: “La voluntad de desaparecer es la esencia
esotérica de la Sicilia”, “Una isla
puede siempre desaparecer”, “Una isla
espera siempre impaciente abismarse”, “La
Sicilia existe solo como fenómeno estético. Solo en el momento feliz del arte
esta isla es verdadera”.
Siempre recuerdo que en la Storia della letteratura italiana, libro histórico de la Dante
Alighieri de Argentina, su autora la profesora Adriana Facioni Todini, con
claridad inicial señala que los poetas provenzales que por razones político
religiosas emigraron (la guerra contra los cátaros), y se establecieron en gran
número en la corte de Federico II, “en cierto sentido, fueron los que
impulsaron al rey a fundar la Scuola Siciliana que elaboró el primer volgare italiano” y que “por
acontecimientos históricos esta primera lengua no se convirtió en la lengua
nacional, siendo que su puesto fue ocupado por la lengua toscana”. Y uno entre
aquellos trovadores, Jacopo da Lentini, inventó nada menos que el soneto. “Amore
é un Desiderio che é nutrito nel cuore, ma che ha origine attraverso gli occhi”.
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Centro de Palermo Ph: Amalia Sato |
¿Fui capaz de “escuchar”, como esa anciana de la novela de Durian Sukegawa que estuve
trabajando, que declaraba un experto oído para seguir en el proceso de cocción la
voz de los porotos, y también del viento, la Luna y todo lo que nos rodea? Me
digo que sí, que escuché y disfruté y amé la lengua italiana en su literalidad,
fui la extranjera que creyó en cada palabra. Un rosario de frases de cortesía
habituales me pertenecen por sus circunstancias. Eso, lo más simple. De una
encantadora camarera, de un médico, de quien me ayuda a desembarcar, de un
jovencito en el kiosko de panini, de la señora en la guardia del hospital, de
quien avisa a los caminantes del aeropuerto mientras me lleva hasta la terminal
internacional en un carrito de equipaje solo para mí. Qui la mancia si da col cuore. Signora, dovere. Mi dispiace tanto,
signora. Signora, le piace Catania? Mannaggia! Attenzione.
“Habrá que aceptar […],
somos deseantes por legado, solo si, allí, en el instante del deseo, el ánimo
no se distrae y el alma acecha. Volver a oír y […] (Carlos Antonio Lossada, en Antígona aparece).
La última noche en Palermo caminamos por una
plaza propia de una pintura metafísica, delante del Teatro Politeama, un vacío
recortado del mundo ordinario, lo suficientemente amplio para sentir una
expansión del cuerpo, lo justamente medido para no sentirlo intimidante. Qué sensación
de libertad recorrer ese escenario limpio de
chiricchiano. Anticipado para siempre en La città ideale - esa pintura de autor anónimo con una plaza en
perspectiva, que está en Urbino. Esa urbanización en escala perfecta que
aprecio tanto en todas las ciudades italianas. Recorrerla y sentirse en el
centro de la polis, caminando atraídos por la música hacia un bar donde un
grupo toca con las puertas abiertas.
Buenos Aires, abril 2023.