Por Guadalupe Treibel
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Ph: Guadalupe Treibel |
Si desear a la mujer del próximo está penado con llamas dantescas, cuesta imaginar qué castigo le tendrán preparado en la otra vida a Humphrey Bogart, que no solo le arrastra el ala a su cuñada sino que diseña y ejecuta estupendamente el asesinato de su esposa en Conflict, film noir del ‘45 dirigido por Curtis Bernhardt, que en Francia titularon La mort n’était pas au rendez-vous. La muerte sí fue a la cita, lo sabemos todos los amantes del género negro que nos hemos congregado este sábado de abril en la casi llena Sala Henri Langlois, así bautizada en honor al venerado archivero y fundador de la Cinemateca Francesa. La primera fila está a tope, y por elección; acaso con la fantasía de estar en el interior de la película de marras.
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Edward Robinson y Humphrey Bogart, en Bullets or Ballots |
Así se convertirá en una irresistible rutina
pasar los anocheceres de mis vacaciones parisinas con Bette Davis, Errol Flynn,
Joan Blondell, James Cagney y otros protagonistas de este ciclo que rinde
tributo al centenario de la Warner Bros, o
“la fábrica de estrellas”, como nos recuerda la institución a sus feligreses,
que dialogamos entre respetuosos susurros mientras esperamos que las luces se
apaguen…
No sé de otra ciudad que quiera tanto al cine,
que proteja en general a la cultura. Y digo ciudad, sí, porque nomás salir y atravesar
el parque Bercy y luego cruzar el río Sena, acabo caminando por la rue Thomas
Mann, autor de Muerte en Venecia,
que Visconti adaptó en pantalla grande. Metros más adelante doblo por la calle Marguerite
Duras, cineasta además de enorme novelista, y por un instante, siento que la escenografía
está montada para mí. De hecho, al día siguiente rumbeo hacia cierta necrópolis,
¿y en qué lugar termino recalculando, mapa en mano? En el callejón Chantal Akerman.
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Ph: Guadalupe Treibel |
Lo que me olvido de contarle a mi amiga, o
acaso mi subconsciente lo omite, es que el día anterior fui a conocer la
Fundación Cartier -obra del arquitecto Jean Nouvel, el mismo del Museo du quai
Branly y del Instituto del Mundo Árabe-, y salí con el corazón en el puño: en
sus jardines había una cabaña chiquitísima, de ensueño, que resultó ser una
instalación de Agnes Vardá en memoria a su gata Zgougou, que en paz descansa,
seguramente reconfortada por la amorosidad de este cortometraje que le
encuentra el costado luminoso a la muerte. Si salgo lagrimeando es porque me
recuerda que mi gata más pequeña me espera enferma en Buenos Aires, ya hay
fecha de operación programada.
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La cabane du chat Ph: Guadalupe Treibel |
Hay panes, sí, una selección bien apetitosa, con
toda suerte de semillas y especias, pero los ruidos en la panza me dirigen sin
rodeos al sector dulce de la vitrina, que despliega sus variedades como si se
tratara de una muestra de artes visuales. Encima acá envuelven los productos en
unas cajitas monísimas, como si fueran joyas; que sí lo son, vamos, no todos
los días se encuentra una con semejantes pain au chocolat, fraisier, tarteletas
de frambuesa, de vainilla, de limón, chouquettes… Al final la mudita -que
vendría a ser yo, dada mi incapacidad de hablar el idioma- eligió un eclair de
chocolate con señas muy precisas, acompañado por un café riquísimo, que devora
en la modesta plaza de enfrente. Gracias, Chez Meunier, por hacerme sentir mejor
que en casa en estos días lejos de casa.