Por Guadalupe Treibel
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Faith Ringgold. Die, de la serie American People. 1967 |
En una sala del parisino Museo Picasso, una conmocionante escena de guerra civil golpea sin avisar, con tanta fuerza que la reacción es física; prácticamente me obliga a dar un paso hacia atrás. El lienzo de grandes dimensiones, de 2 metros de altura y 4 de largo, presenta una brutal trifulca entre blancos y negros; hombres y mujeres que corren de un lado al otro, la mirada desorbitada. Todo es caos, y sangre, y terror, y en el centro de la escena un muchachito rubio sostiene en brazos a una niña negra petrificada, ambos presos del pánico. El cuadro se llama Die: “Morir”, sin más, y es obra de Faith Ringgold, artista estadounidense que pintó este fratricidio a fines de los 60s, poco después del “largo y caluroso verano del ’67”, como pasó a la Historia aquel estallido de protestas de la comunidad negra en distintas ciudades del país, especialmente violentas en Detroit (que inspiró la película de Kathryn Bigelow de 2017), New Jersey y New York; una explosión de rabia tras padecer durante añares el racismo recalcitrante y la brutalidad policial.
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Faith Rinngold |
“A través de sus reinterpretaciones de la
historia del arte moderno, ella entabla una verdadera conversación plástica y
crítica con la escena artística parisina de principios del siglo XX”, ofrece la
curadora e historiadora Cécile Debray, directora del museo, sobre esta mujer
nacida Faith Willi Jones en Harlem en 1930, que desde el comienzo de su carrera
artística en la década de 1950 ha utilizado su talento para relatar -con
elocuente sobriedad- el racismo inherente de su tierra. Bisnieta de esclavos,
su compromiso social se trasluce desde sus orígenes cuando, estudiosa de las
teorías del color, usaba deliberadamente paletas apagadas para retratar con su
estilo tan personal caras y más caras de su comunidad; o bien, en los afiches
tipográficos que confeccionara para respaldar a los Panteras Negras, o para la
campaña que, en los 70s, pedía la liberación de la activista Angela Davis en
los meses que fue una presa política.
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Autorretrato, 1965 |
Rehuyendo de los clichés, aclara que no creció
“ni pobre ni oprimida”, que jamás le faltó nada: ni un plato de comida ni los
crayones y pinturas que su papá le regalaba ¡Ni música!, con Duke Ellington viviendo
a la vuelta de la esquina y Miles Davis sonando en el equipo de su casa. Eran,
después de todo, los años del “Harlem Renaissance”, efervescente movimiento
intelectual y cultural afro del que su amorosa familia de clase media fue parte
y que más tarde influenciaría su obra. Su viejo era ministro y un espléndido
cuenta-cuentos; su mamá -cómplice y mejor amiga-, una elegante diseñadora y
costurera que, en el ‘61, la acompañó a su primer viaje a Europa, donde visitó
museos y más museos, encandilada por Matisse, Van Gogh, Picasso y otros
maestros modernistas…
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America Free Angela, 1971 |
Vale decir que el viaje del ’61 ocupa un lugar importante en la biografía de Faith Ringgold: le serviría de musa para algunos de los deslumbrantes edredones que confeccionaría mayormente en los años 80s y 90s con ayuda de Willi Posey Jones, su madre. Son obras que honran su herencia materna, piezas de patchwork intervenidas que recuerdan a las mujeres de su mismo origen que, en ronda, cosían mantas mientras compartían sus historias. Se basan además en las pinturas en tela tibetanas y nepalesas, tras descubrir FR el arte thangka, e imaginan relatos de un yo de fantasía, suerte de alter ego libérrimo que vuela y se aventura en la Europa de principios del siglo XX. También vuelca momentos felices de su propia infancia; escenas imaginarias de despertar sexual; parodias de canonizados del arte; denuncias de violación de esclavas; o revisa y corrige estereotipos como la Tía Jemima, para la que crea un relato distinto.
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The Sunflowers Quilting Bee at Arles, 1991 |
La miopía históricamente motivada por el
prejuicio hacia el arte textil hizo que, por décadas, galeristas pasaran por
alto estas monumentales, descollantes obras; no así personalidades con
sensibilidad y buen ojo, como Oprah Winfrey, que adquirió uno de estos
edredones como obsequio a Maya Angelou a fines de los 80s. Hillary Clinton, dicho
sea de paso, también es declarada fan del trabajo de Ringgold, que se mantiene
activa en su NY natal a meses de cumplir los 93, tras unos últimos años
difíciles, por la pandemia y por la muerte de su marido Birdie. Al menos queda
el consuelo de su demorada coronación como una de las voces más interesantes
del arte afro, auténticamente comprometida. Después de todo, también ha militado
a través de diferentes organizaciones por los derechos civiles, los derechos de
las mujeres, la inequidad en las artes…