Faith Rinngold, ¡por fin honor a sus altos méritos!

Por Guadalupe Treibel

Faith Ringgold. Die, de la serie American People. 1967

En una sala del parisino Museo Picasso, una conmocionante escena de guerra civil golpea sin avisar, con tanta fuerza que la reacción es física; prácticamente me obliga a dar un paso hacia atrás. El lienzo de grandes dimensiones, de 2 metros de altura y 4 de largo, presenta una brutal trifulca entre blancos y negros; hombres y mujeres que corren de un lado al otro, la mirada desorbitada. Todo es caos, y sangre, y terror, y en el centro de la escena un muchachito rubio sostiene en brazos a una niña negra petrificada, ambos presos del pánico. El cuadro se llama Die: “Morir”, sin más, y es obra de Faith Ringgold, artista estadounidense que pintó este fratricidio a fines de los 60s, poco después del “largo y caluroso verano del ’67”, como pasó a la Historia aquel estallido de protestas de la comunidad negra en distintas ciudades del país, especialmente violentas en Detroit (que inspiró la película de Kathryn Bigelow de 2017), New Jersey y New York; una explosión de rabia tras padecer durante añares el racismo recalcitrante y la brutalidad policial.

Faith Rinngold

Una de las claves para entender por qué el museo dedicado al pintor malagueño presenta hoy la primera retrospectiva dedicada a esta mujer de casi 93 años, virtual desconocida en suelo galo, precisamente está en Die, que les ha prestado el MoMA: pintado en clave pop como parte de su serie American People, este motín urbano -dirá Ringgold- está inspirado en el Guernica de Picasso que, como bien es sabido, alude al dramático bombardeo del homónimo pueblo vasco, en 1937, durante la Guerra Civil Española. A su modo, dialogan las obras en la institución parisina, donde una cincuentena de piezas de la autora la presentan por primera vez a un público cautivado, entre el que -por suerte- me incluyo, que devoramos un trabajo denso y plural: pinturas, dibujos, esculturas blandas, performances, edredones, ilustraciones, relatos infantiles, etcétera.

“A través de sus reinterpretaciones de la historia del arte moderno, ella entabla una verdadera conversación plástica y crítica con la escena artística parisina de principios del siglo XX”, ofrece la curadora e historiadora Cécile Debray, directora del museo, sobre esta mujer nacida Faith Willi Jones en Harlem en 1930, que desde el comienzo de su carrera artística en la década de 1950 ha utilizado su talento para relatar -con elocuente sobriedad- el racismo inherente de su tierra. Bisnieta de esclavos, su compromiso social se trasluce desde sus orígenes cuando, estudiosa de las teorías del color, usaba deliberadamente paletas apagadas para retratar con su estilo tan personal caras y más caras de su comunidad; o bien, en los afiches tipográficos que confeccionara para respaldar a los Panteras Negras, o para la campaña que, en los 70s, pedía la liberación de la activista Angela Davis en los meses que fue una presa política.

Autorretrato, 1965

“Que el nombre de Faith Ringgold no sea conocido es uno de esos disparates históricos que la actual revisión del canon intenta subsanar a marcha forzada”, se lee en el diario El País a cuento de esta muestra monográfica, que es sucesora de la consagratoria exposición que montase el año pasado el New Museum de New York. Por esos días, el New Yorker escribía que “primero fue su obstinada fidelidad a la figuración en tiempos que favorecían la abstracción, y luego su alejamiento del pop y la ironía posmodernista, frente al humor, fuente de su creatividad”. En este referenciado artículo, se señala además que el victimismo brilla por su ausencia en su trabajo, sin importar cuán terribles sean las circunstancias a las que haga alusión. Lo que sí brota a borbotones es la vitalidad incontenible de Faith, que creció en el contexto de la Gran Depresión y la segregación racial, aunque ella le quita cierto hierro.

Rehuyendo de los clichés, aclara que no creció “ni pobre ni oprimida”, que jamás le faltó nada: ni un plato de comida ni los crayones y pinturas que su papá le regalaba ¡Ni música!, con Duke Ellington viviendo a la vuelta de la esquina y Miles Davis sonando en el equipo de su casa. Eran, después de todo, los años del “Harlem Renaissance”, efervescente movimiento intelectual y cultural afro del que su amorosa familia de clase media fue parte y que más tarde influenciaría su obra. Su viejo era ministro y un espléndido cuenta-cuentos; su mamá -cómplice y mejor amiga-, una elegante diseñadora y costurera que, en el ‘61, la acompañó a su primer viaje a Europa, donde visitó museos y más museos, encandilada por Matisse, Van Gogh, Picasso y otros maestros modernistas…

America Free Angela, 1971

En aquella travesía también la acompañaron dos niñas pequeñas, hijas que tuvo con un pianista de jazz heroinómano del que se había divorciado en el ’54, ganándose el pan desde entonces como maestra en escuelas públicas gracias a su título en Bellas Artes y Educación del City College of New York. Al tiempo contrajo segundas nupcias con Burdette “Birdie” Ringgold, un tipazo que siempre la alentó, obrero de la industria automotriz cuyo apellido adoptaría como suyo propio desde entonces. 

Vale decir que el viaje del ’61 ocupa un lugar importante en la biografía de Faith Ringgold: le serviría de musa para algunos de los deslumbrantes edredones que confeccionaría mayormente en los años 80s y 90s con ayuda de Willi Posey Jones, su madre. Son obras que honran su herencia materna, piezas de patchwork intervenidas que recuerdan a las mujeres de su mismo origen que, en ronda, cosían mantas mientras compartían sus historias. Se basan además en las pinturas en tela tibetanas y nepalesas, tras descubrir FR el arte thangka, e imaginan relatos de un yo de fantasía, suerte de alter ego libérrimo que vuela y se aventura en la Europa de principios del siglo XX. También vuelca momentos felices de su propia infancia; escenas imaginarias de despertar sexual; parodias de canonizados del arte; denuncias de violación de esclavas; o revisa y corrige estereotipos como la Tía Jemima, para la que crea un relato distinto. 

The Sunflowers Quilting Bee at Arles, 1991

Palabra, imagen y costura conviven en estas obras bellísimas, donde tradiciones africanas y asiáticas sirven para reafirmar la propia identidad de Faith y refundar la historia del arte, además de servirle muchas veces de puntapié para escribir libros ilustrados infantiles, muy ponderados por la crítica. Un ejemplo es The Sunflowers Quilting Bee at Arles, de 1991, donde un grupo de legendarias damas confecciona un edredón de girasoles en Arlés; entre ellas, Madame Walker, Ida Wells, Sojourner Truth, Fannie Lou Hammer, Harriet Tubman, Ella Baker. En segundo plano, Vincent Van Gogh las mira admirado, sosteniendo un ramo de flores.

La miopía históricamente motivada por el prejuicio hacia el arte textil hizo que, por décadas, galeristas pasaran por alto estas monumentales, descollantes obras; no así personalidades con sensibilidad y buen ojo, como Oprah Winfrey, que adquirió uno de estos edredones como obsequio a Maya Angelou a fines de los 80s. Hillary Clinton, dicho sea de paso, también es declarada fan del trabajo de Ringgold, que se mantiene activa en su NY natal a meses de cumplir los 93, tras unos últimos años difíciles, por la pandemia y por la muerte de su marido Birdie. Al menos queda el consuelo de su demorada coronación como una de las voces más interesantes del arte afro, auténticamente comprometida. Después de todo, también ha militado a través de diferentes organizaciones por los derechos civiles, los derechos de las mujeres, la inequidad en las artes…