Por Lucía Arambasic
Creo que hay dos vicios comunes en los que corren el riesgo de incurrir los autores noveles. Abusar de la visualidad como sentido preminente en el que se apoya el relato, y dejarse llevar por las ansias de mostrar cierto virtuosismo literario, un aire a “¡Mirá, mamá, sin manos!”, que puede llegar a diezmar las obras al momento de dar sus primeros pasos. No es este el caso de Josefina Arcioni y su llegada a las ferias editoriales de la mano de Hexágono Editoras. Aunque, por supuesto, quien esté o haya estado libre de pecado que arroje la primera piedra.
Una Ciudad Otra (2021), libro que compendia diez cuentos de Arcioni, se sostiene sobre la potencia de la mesura y la lucidez de la precisión. Un viaje en tranvía puede alterar por completo la naturaleza del que se deja llevar (Sánchez); un ejercicio en una clase de teatro revela más de lo que parece a simple vista (Rosa Blanco Amarillo); la pérdida de la infancia llega sin pompa y circunstancia (Ilusión); la ciudad que recorremos todos los días lleva en su corazón la trampa de una distopía acechante (Frontera). Son muchos más, son todos, los cuentos dignos de mención, pero el resto tendrá que espiarlos el lector por su cuenta.
Sin adjetivos vaciados, sin construcciones enrevesadas y con un abanico de experiencias sensoriales que van desde el cotidiano calor de cuerpos agolpándose en un subte hasta el acre sabor de un cóctel de pastillas suicidas, el libro se va componiendo por la precisión de cada pincelada. La atmósfera austera hace de cada metáfora e imagen una perla en la arena áspera, la radiografía de lo cotidiano se tensa en cada vuelco hacia lo inquietante, y la sencillez de las tramas se resquebraja en un vuelo hacia la indagación acerca del sentido de la vida, la muerte y el amor. Esa tríada clásica que tantos intentan descifrar, pero que no tantos tienen la humildad de presentar como una pregunta incesantemente abierta.
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Josefina Arcioni |