Por Moira Soto
La escritora que casi no ha escrito en décadas; la actriz que apenas hace algún que otro cameo; la licenciada en ciencias sociales que -entre sus contados (breves) libros- publicó allá por 1981 Breve manual de urbanidad (Social Studies), una especie de ensayo referido únicamente a sus impertinentes opiniones: en la ocasión, a Personas, Cosas, Lugares, Ideas. Es verdad que también ha ejercido alguna vez de crítica de cine, que ha hecho columnas periodísticas y que ha estado como entrevistada irresistiblemente graciosa en muchos programas de televisión. Pero pocas celebrities intelectuales pueden permanecer tanto tiempo sobre lejanos laureles y tan escasa producción literaria. Fran Lebowitz sí que ha podido, que sigue pudiendo mantener su condición de ícono neoyorquino haciendo casi nada: en su última aparición flamboyante en la serie documental de 7 episodios Supongamos que Nueva York es una ciudad, estrenada en enero pasado, solo camina por algunas calles de la ciudad de sus amores (y algunos odios), se sienta en el club privado The players, 16 Gramercy Park, y responde a las preguntas de su rendido admirador Martin Scorsese. Que es por cierto el director de esta exitosa serie, vista y festejada por muchísima gente que jamás leyó una página de sus -contados, quedó dicho- libros. Anteriormente, pasó más inadvertido un film documental de 2010 que Scorsese dirigió para HBO con la ácida opinadora esta vez sentada en el bar Waverly Inn, ya pueden imaginarse de qué ciudad…
A Lebowitz la han llamado “la Larry David antes de Larry David”, “heredera de Dorothy Parker” y así sucesivamente. Ella ni se mosquea frente a tales comparaciones y sigue cultivando en su vestuario y en sus comentarios contra la corriente, el no tan simple arte del dandismo: blazer y camisas de impecable corte, los eternos Levi’s 501, echarpes lisas de colores neutros, el pelo crespo con el mismo corte de hace 50 años. Y por supuesto, esa independencia de espíritu, esa manera de ser incorrecta con un toque de cinismo, ese arrogante regodeo en aparentes frivolidades. Imperturbable, hable con Spike Lee, Alec Baldwin, Olivia Wilde o el propio Scorsese, en Supongamos…, Fran sigue despotricando contra los deportes y ciertas comedias musicales (El fantasma de la Ópera, Evita) y defendiendo insolente el placer de fumar.
Nacida en 1951, Fran resultó una chica poco convencional desde el vamos: trabajó como mandadera, limpió departamentos por hora, condujo un taxi. Naturalmente, ella asegura que ninguna de esas tareas las llevó a cabo de manera eficiente (un concepto que odia). Hasta que descubrió que el rebusque de quejarse con punzante sentido del humor le rendía buenos dividendos y la volvía famosa, cosa que le encanta (“Autografiar libros es la actividad máxima de la vida”, le confió en los ’80 a New York Times). Según la definió su contemporáneo, el periodista Peter Axthelm, “sus textos están dedicados a ofender a todo el mundo, porque para ella no existe nada sagrado: ni el arte ni la ciencia ni la comida de los niños”. Efectivamente, nuestra Fran no tolera ni siquiera las plantas de interior: “No me gusta estar en un piso 38 y sentirme como en la jungla, así como tampoco me gustaría estar en la jungla y ver una silla Breuer”.
Inhallables localmente -ni siquiera figuran en Mercado Libre- sus libros Vida metropolitana y Breve manual de urbanidad fueron editados por Tusquets, España, en 1978 y 1981 respectivamente. Del segundo volumen les ofrecemos a continuación algunas gemas de sus distintos capítulos.
Personas
Un pensamiento original es como el pecado original: algo que ocurrió antes de que tú nacieras a personas que posiblemente no has conocido.
Lo contrario de hablar no es escuchar. Lo contrario de hablar es esperar.
Consejos a los padres
Tu responsabilidad como padre no es tan grande como te imaginas. No tienes por qué proveer al mundo de un nuevo vencedor de las enfermedades o de una estrella de cine. Si tu vástago crece sin más y deviene alguien que no emplea la palabra “cobrable” como sustantivo, puedes considerarlo un éxito no homologado.
La expresión “niño actor” es redundante. No hay razones para animarle más todavía.
Has el máximo esfuerzo por evitar nombres de pila ostentosamente bíblicos. Nada delatará tanto tu pecadora mano.
No mandes a tu niño a una escuela moderna de esas que le permiten escribir en las paredes, a menos que aspires a que de mayor sea autor de best-sellers.
Nunca permitas que tu hijo te llame por tu nombre de pila: no te conoce lo suficiente.
Debes evitar que tu vástago tenga opiniones políticas: no tiene por qué saber más que tú.
Dejar que tu niño elija los muebles del dormitorio es como permitirle a tu perro elegir veterinario.
Pregúntale a tu hijo sobre lo que quiere para cenar únicamente si invita él.
Consejos para quinceañeros
Si eres un adolescente agraciado con una atractiva apariencia física, documenta esta situación con suficientes fotografías: es la única forma de que te crean en el futuro.
Mantente firme en tu rechazo a permanecer consciente durante la clase de álgebra. Estoy en condiciones de asegurarte que el álgebra no existe en la vida real.
Cosas
Todas las cosas de este mundo pueden dividirse en dos categorías fundamentales: cosas naturales y cosas artificiales. O naturaleza y arte. Ahora bien, la naturaleza -no me queda otra posibilidad que reconocerlo- tiene sus entusiastas, pero en términos generales no me busquen entre ellos. Para decirlo con franqueza, no me cuento entre aquellos que quieren volver al campo: me cuento entre aquellos que quieren volver al hotel. Tal estado de espíritu se debe al hecho de que la naturaleza y yo tenemos poco en común: no vamos a los mismos restaurantes, no nos hacen reír los mismos chistes, no vemos a las mismas personas. (…) Por último, factor crucial, está la comprobación de que las cosas naturales son salvajes, desaseadas y casi siempre llenas de bichos.
Ejemplos de naturaleza y arte: la leche y la manteca; el trigo y los lingüini con salsa de almejas, un riachuelo campestre retozón y París; el olor del campo tras una lluvia intensa y los lingüini con salsa de almejas…
Instrucciones para animales domésticos
Si eres un perro y tu dueño quiere que lleves un suéter, debes sugerirle a él que lleve rabo.
Si te ha puesto el nombre de un humano artista famoso, huye de tu casa.
Un perro que se cree el mejor amigo del hombre es un perro que nunca conoció a un abogado especialista en deducción de impuestos.
Humo
Fumar, si no es
mi vida, es al menos mi hobby. Me encanta fumar. Fumar es divertido. Fumar es
personal. Fumar, en lo que a mí concierne, significa madurez espiritual. Soy
perfectamente consciente de los riesgos que entraña. Fumar no es un pasatiempo
saludable, es verdad. Fumar, desde luego, no es nadar en el océano, realizar
arduos ejercicios gimnásticos o correr los cien metros lisos. Pero fumar es una
ocupación serena, un deporte lleno de dignidad: nada más lejos del
sensacionalismo relacionado con un esquiador de slalom, un futbolista
profesional o un corredor de coches. Igualmente, fumar resulta arriesgado. Muy
arriesgado. Muchos fumadores acaban por contraer una enfermedad fatal y mueren.
Pero, ¿hacen alarde de ello? (…) Yo también (como los que creen que el fumar es
ofensivo) considero muchas cosas -muchísimas, la verdad sea dicha- ofensivas.
No me gustan ciertas lociones, los adultos que patinan, los niños que hablan
francés, las personas excesivamente bronceadas. Pero no por eso decreto leyes
ni enarbolo pancartas. En privado, esquivo a esa gente; en público, creo que
pueden disponer libremente del espacio.FL en su casa. Foto del gran Peter Hujar, 1974
Del Abecedario de resoluciones para Año Nuevo
Aunque soy asombrosamente bilingüe, ya no procuraré ganarme a los camareros pidiendo la carta de vinos con un acento francés estudiadamente insinuante.
Dotada de un fino instinto para la política internacional, renunciaré a hacer gala de ese don antes mis visitas.
El hábito de comer en restaurantes caros y luego escribir sobre ellos con desmedido entusiasmo, resulta indecoroso. Prometo buscar un trabajo de verdad.
Solo porque sea dueña de un restaurante no voy a incluir en el menú un plato que se llame Ternera a la Lebowitz.
Un Winston entre los dedos, responderé siempre, cuando se me pida consejo sobre muebles antiguos, con lógica y dignidad.