Apuntes de la vida real II

Por Sonia Novello

Velorio en zoom


...Y hasta a un velorio virtual asistí en esta cuarentena. Una especie de velorio, digamos. Se murió Tucho e hicimos un  zoom con los compañeros y compañeras de la oficina para despedirlo, recordar anécdotas, historias, todo lo que le gustaba.

A Tucho le gustaba mucho comer, sin convenciones horarias. Podía desayunar café con leche con empanadas, y antes del almuerzo mandarse un par de  medialunas, o manotear el resto de  la crujiente cremona que quedaba en la mesa de la cocina. (En esto último nos parecíamos).

Él era un tipo de trazo grueso.

Su aspecto rudo,  corpulento y algo desgarbado en su andar hacían que nunca pasara inadvertida su presencia. De rostro ancho y piel gruesa que  le contenía los desmedidos cachetes; tenía abundante pelo que alguna vez supo llevar hasta sus hombros en una salvaje melena. Y lo infaltable, el par de botones de su camisa explotados a la altura del ombligo. 

Era lo que se dice “un tipo de carácter”. Orgulloso y celoso de su oficio, pese a que podía ser el último en aparecer en las reuniones laborales donde, si no se dormía, daba su opinión firme y su seguro conocimiento en todo lo que se le requería.

Le apasionaba  pescar. Y como todo pescador tenía en su anecdotario sus pescados de boca inmensa y  sus interminables narraciones, también relacionadas con otros temas.

Le gustaban los pájaros; llegó a tener diez jaulas con jilgueros. Admirador de Stephen King y de la literatura de ciencia ficción en general y del género policial, releía una y otra vez los libros si lo habían entusiasmado. 

Él era así. Todo mucho. Tucho. 


Bueno pero yo quería además hablar del encuentro vía zoom. Fue hermoso juntarnos en una pantallita llena de ventanitas habitadas por cada uno de nosotros y conmovernos al mismo tiempo. Ni el confinamiento, ni la virtualidad nos impidieron sentirnos más cerca que nunca, emocionarnos al recordarlo, reír y lagrimear, compartir creencias y dioses.

Hasta hubo un poema de Juan L. Ortiz leído entre lágrimas por una compañera que dice así:

Fui al río, y lo sentía

cerca de mí, enfrente de mí.

Las ramas tenían voces

que no llegaban hasta mí.

La corriente decía

cosas que no entendía.

Me angustiaba casi.

Quería comprenderlo,

sentir qué decía el cielo vago y pálido en él

con sus primeras sílabas alargadas,

pero no podía.

Regresaba

-¿Era yo el que regresaba?-

en la angustia vaga

de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.

De pronto sentí el río en mí,

corría en mí

con sus orillas trémulas de señas,

con sus hondos reflejos apenas estrellados.

Corría el río en mí con sus ramajes.

Era yo un río en el anochecer,

y suspiraban en mí los árboles,

y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.

Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

Esa noche fuimos río y estuvimos con Tucho.

Esto sin pandemia no se consigue.

 *****

Leyéndole el pensamiento a Mari


- Mucho zapatito, mucho zapatito… y me falta trapo de piso, desengrasante, yo así no puedo limpiar bien. Después ella me señala: “Maaari… ¿vos limpiaste acaaaaá…?”.  Se hace la boluda la Señora: ella sabe muy bien que limpié pero no me lo dice de frente. Y claro que yo limpié a mi manera, pero la verdad que odio limpiar los vidrios. A mí me encanta doblar la ropa. Si tengo tiempo, hasta las bombachas le doblo; le ordeno los placares. Y me gusta mirarle la ropa, acomodarle bien todo, las remeras, esos pulóveres que yo sé que en un tiempo me va a terminar dando…  Porque ella me regala muchas cosas, y yo le agarro todo porque también le paso algo a una hermana que tengo que es alta como ella y todo le queda bien.  Tiene mucha cantidad la Señora; a mí me da lo viejo, lo que ya no usa. Igualmente, después de unos días, me pregunta si me lo probé, si lo voy a usar... Y después de más tiempo, me dice, así como si nada: “Nunca te vi la remerita esa que te di con el voladito acá. ¿La usas?  O: “No te ví más esa campera azul que yo te regalé, ¿la tenés todavía?”. Se acuerda de cada cosita, de cada cosa que me da. Porque también me da cosas, como una aspiradora que no anda o un banco pintado a mano todo descascarado. Pero yo arreglo todo, eh, lo dejo nuevo, como dice ahora, soy una recicladora urbana. Reciclo todo, no tiro nada. Me lo llevo en el tren como sea.

Como yo soy así un poco seria, bah, que no le demuestro mucho, vamos a decir, ella me comenta que soy “seca”. Un día hasta me dijo que no sabía si yo valoraba lo que ella me daba, toda esa ropa, porque yo no me mostraba agradecida. Si se está sacando de encima algo que le sobra, ¿eso se agradece también?

Porque yo le agradezco cuando me da conversación, a veces me pregunta cómo estoy. A veces, porque siempre anda a las corridas. La veo salir; al rato entrar, cambiarse los zapatos, la cartera, y salir de nuevo. Pero hay veces que se queda un rato largo, me hace mate y parece que realmente quiere saber cómo estoy. Porque yo me doy cuenta cuando me pregunta con ganas de que le conteste o si es de pasada nomás, sin esperar la respuesta. Yo le contesto cuando me pregunta mirándome a los ojos, ahí sí, le cuento algo de mi vida. Porque mi marido no trabaja, no cobra la pensión, todavía no le salió. Y yo tengo muchos problemas, extraño a mis sobrinos que vivían en el fondo de mi casa y un día, él, mi marido, se peleó con mi hermana y los echó y yo no los ví nunca más. A mí eso me duele todavía. Eran como mis hijos, pero él es así, tiene carácter y las cosas tienen que ser como él dice. Pero ¡es bastante bueno, eh! Me hace las compras, el mate cuando llego, me lava el patio. Es bueno con los perros, me arregla las cosas de la casa: la aspiradora esa me la arregló él. Una vez la Señora me dio una estufa que no andaba y él me la hizo andar. Después le saco foto con el celular de las cosas arregladas y se las mando a la Señora así se pone contenta, le gusta que yo le saque foto a las cosas que me da y tengo en casa. Pero yo también me aburro de esas cosas y las termino vendiendo en la feria y así me hago unos pesos porque mi marido no trabaja. La pensión no le sale, y se la tienen que dar porque él es rengo, no puede trabajar así, aunque cuando puede hace changas, le arregla cosas a los vecinos, pero no tiene suerte porque a veces las cosas que arregla no quedan bien y la gente se enoja y ya no le dan más trabajos. 

Yo salgo muy temprano todas las mañanas para ir a lo de la Señora, y él me acompaña hasta la estación del tren, porque a esa hora está oscuro todavía, una hora cuarenta y cinco tengo de tren. Y mi marido se vuelve a la casa, aunque una vez una vecina me dijo que mi marido no volvía para mi casa, que se iba para otro lado. Me lo dijo de resentida, yo creo. No sé por qué no lo quieren a mi marido en el barrio.

En casa, el encargado de hacer el guiso es él. Él agarra una base de los bidones de agua de cinco litros y los corta. Y ahí va guardando la base del guiso con poroto y carne, en la heladera, y dura toda la semana, le va a agregando zapallo, otras verduras y, a veces, fideos o arroz.

Casi siempre somos los mismos los que viajamos en el tren a la misma hora, algunos se saludan ya. Yo no porque no soy de hablar así con quien no conozco, pero hay quienes se hicieron como amigos, vamos a decir, van charlando, y hay uno que lleva hasta el mate. Yo espero que pase el del café y me tomo uno, ya se me hizo la costumbre; dos o tres mates en casa antes de salir y arriba del tren el café, a eso de los 40 minutos de que me subí, pasa el del café. En el bolso me llevo un paquete de galletitas de agua, que como cuando llego, y le convido a la perra de la Señora, ya la acostumbré así. Algunos van durmiendo, con un sueño pesado, me pregunto a mí misma cómo es que no siguen de largo y se pasan, ¿no? Hay uno que va leyendo la Biblia, va moviendo los labios. Hay una piba jovencita con un bebé que siempre está dormido, nunca lo vi con los ojos abiertos, es regordete, lindo, pero siempre dormido, ni un llanto ni una mamadera, nada. Me imagino que tiene unos ojos grandes negros, muy raro este bebé, no sé, llegué a pensar si no estaría muerto. 

Y un día a esa chica no la vi más, y empecé a mirar a otras personas. Hay una parejita que sube más adelante que yo así que van siempre parados, abrazados los dos, ella recostada en el hombro del muchacho que rodea con los brazos a la chica a la altura del cuello y apoya el mentón en el hombro de la chica y así acomodado va mirando el celular tooodo el viaje. También hay una que teje, de parada... A algunas personas digo yo que las veo envejecer porque hace años las vengo viendo, y un día me doy cuenta de que tienen canas; a la que estaba embarazada la veo con el hijo, y así, porque son muchos años que viajo para lo de la Señora. Cuando andan retrasados los trenes, me quiero matar: no me gusta llegar a cualquier hora, pero ella no me dice nada... ¡Más le vale!