Por Guadalupe Treibel
Se sabía que era una hechicera de la batuta, más ahora hace además magia en producción: lo que a priori parecía impracticable, lo ha logrado la descollante directora de orquesta Alondra de la Parra al reunir a 30 de los mejores músicos del mundo, de 14 nacionalidades, para crear un ensamble efímero que ha llamado La Orquesta Imposible. Un título a la altura de las extraordinarias circunstancias: repartidos los músicos en distintas ciudades del globo, atendieron con sumo entusiasmo al llamado de la mexicana para grabar una composición en forma remota, con calidad de imagen y de sonido top, top, top. “Me estaba volviendo alérgica a mirar videos caseros”, reconoce esta damisela que, desde el vamos, tenía más claro que agua cristalina que su propuesta “debía lucir y sonar profesional”. Sabía también que, en circunstancias normales, libres de Covid-19, nulas eran las chances de juntar a tan excelsos intérpretes, de fama mundial, por sus apretadísimas agendas; entre ellos, el tenor Rolando Villazón, el contrabajista Edicson Ruiz, los violinistas Veronika Eberle, Guy Braunstein y Midori Goto, los violonchelistas Nicolas Altstaedt y Jan Vogler, los oboístas Albrecht Mayer y Cristina Gómez, el percusionista Christoph Sietzen, la trompetista Sarah Willis.
Liberados de compromisos por las consabidas razones, todos mostraron una “disponibilidad de espíritu” que aún conmueve a Alondra, siempre detrás de cada detalle del proyecto: desde el fichaje hasta los arreglos de la pieza, desde conseguir financiamiento hasta posproducir la grabación. Una faena colosal que le llevó cuatro meses, vale mencionar: finalmente, tuvo que montar las partes, registradas en solitario, como si se tratase de piezas de un rompecabezas. Previo, había enviado a Valencia, Nueva York, Montecarlo, París, Berlín, etcétera, las correspondientes partituras, “y en las partituras les escribí todas las anotaciones necesarias. También hablé con ellos antes y les dije: ‘Cuando toques este pasaje, tócalo así’. Y a la hora de grabar, mirando desde mi casa vía Zoom, supervisé e hice marcaciones, uno a uno”.
Y todo por la autoimpuesta meta de reunir dinero para donarlo a dos organizaciones, Save the Children y Fondo Semillas, que asisten a mujeres y niños en su México natal. “Durante esta pandemia, son los que se han visto particularmente afectados en mi país, víctimas de la violencia doméstica y de la pobreza”, ofrece la consagrada artista, y además: “Es necesario involucrarse en los problemas del mundo, y participar en la solución. No solo debemos ocupar un bello rincón de la humanidad, sino también servirla enérgicamente”.
Por cierto, en el clip de 10 minutos, disponible ya en YouTube, el montaje muestra a “los imposibles” interpretando una obra maestra, emblemática del repertorio mexicano: el Danzón N° 2, del compositor Arturo Márquez. Una pieza por la que esta artista de 39 años -que fundó la Orquesta Filarmónica de las Américas con solo 23 y que detenta el título de Embajadora Cultural del Turismo de México- siente particular debilidad. No por nada la llama “mi amiga constante desde el principio de mi carrera”: “Empieza desde la añoranza, el color nostálgico de la soledad, para pasar a la armonía, a la alegría y a la apertura”, algo que resuena -a su entender- con la compleja situación actual, a la espera el planeta completito de que “llegue el momento de volver a abrazarnos”.
Referente en un gremio tradicionalmente asociado a varones, Damiselas conversó con Alondra de la Parra en julio de 2013 -casi recién nacida nuestra revista-, año que la tuvo girando por Sao Paulo, Beijin, Wuhan y Tianjin, París, Rodez y Toulouse, Berlín, Leipzig y Munich; en fin, largo el etcétera geográfico. A continuación, reproducimos la charla en la que la autora de discos como Travieso Carmesí y Mi alma mexicana, primera mujer en hacer una gira con una orquesta extranjera por toda China, primera además en estar a cargo de una orquesta australiana (en 2017 fue designada Directora Musical de la Sinfónica de Queensland), abordaba los misterios de su noble oficio, destacaba las muchas bondades de la música clásica en la formación de chicuelos, entre otras cuestiones. A saber…
Hace unos años, la directora de orquesta española Inma Shara decía que la suya era una profesión con pocas referentes, media docena a lo sumo ¿Son realmente tan pocas en el gremio?
- Aunque no tenga un número en mente, te aseguro que somos muchas más: JoAnn Falletta, la francesa Emmanuelle Haïm, Mei-Ann Chen, la portuguesa Joana Carneiro… Podría nombrarte por lo menos cuarenta. Sí es cierto que sigue siendo un ámbito prominentemente masculino pero, como muchas profesiones que siempre han sido dominadas por hombres, ahora es posible y la gente está con la cabeza abierta para que el trabajo lo haga quien sepa hacerlo, sea hombre o mujer.
¿Alguna vez sentiste que te metías en un club de chicos donde no eras bienvenida?
- Ser líder viene siempre con cierta resistencia de personas con las que trabajas o ciertos conflictos con el grupo. El motivo de esa resistencia -si es porque soy mujer, si es porque no les gusta el modo en que trabajo- lo desconozco. ¿Ha habido resistencias? Pues, claro, como las tendrá cualquier persona que dirija una orquesta, profesión muy dura donde siempre te están juzgando, evaluando… Pero, en definitiva, poco importa si soy o no mujer: lo importante es cómo está expresada la música. Yo escucho al artista y pienso si es bueno, si le está costando trabajo comunicarse, si tales notas están muy fuertes. No pienso: es hombre, es alemán, es alto, es rubio… Así debería ser.
Hace unos cuantos años y con motivo del rechazo de la Filarmónica de Viena a incorporar mujeres, Daniel Barenboim decía que si no hubiese mujeres en las orquestas no serían tan buenas como son ¿Qué pensás al respecto?
- Que tiene mucha razón el maestro Barenboim. Una orquesta es una representación de la humanidad: son seres humanos comunicando. Por supuesto, sería una pena que no hubiera mujeres y sería una pena que no hubiera hombres. La música no sabe de géneros; la música es para todos los seres humanos que resuenan y perciben y reciben esta belleza que es el arte.
Estos últimos meses has dado grandes presentaciones como directora huésped de distintas orquestas. Cada una de ellas debe implicar un desafío distinto. ¿Qué privilegiás a la hora de encarar el trabajo en equipo?
- Es una combinación de paciencia, rigurosidad, de ser capaz de encender ciertas pasiones. Como directora, tienes que inspirar a que los músicos se enamoren de lo que están tocando, a que den lo mejor de sí mismos a como dé lugar, a que tengan respeto absoluto por la partitura y la intención del compositor. El director de orquesta es el custodio de la partitura, el custodio del compositor. También hay una parte de eficiencia: si tenemos tres horas para montar dos obras, es mi responsabilidad que se logre. Juntar a una orquesta es complicado, es caro y tiene que funcionar de manera disciplinada; entonces la parte organizacional es importante. Es una profesión muy bella porque tiene mil ramas. No se trata únicamente de pararse y dirigir un concierto: hay un proceso de ensayo, de estudio. Lo que la gente ve en escena es el plato final que le sirven en la mesa; lo que no ve es al chef yendo al mercado, escogiendo los tomates, haciendo la salsa, dejándola marinar cuatro días, explicándole a su staff cómo freírla…
Hay quienes dicen que el mundo se resume en una pieza musical; entonces, en el momento del vivo, el director de orquesta se siente el amo del universo…
- No, no, yo no coincido con eso. Para mí es al revés: es una posición de servicio. Estamos parados sobre el podio simplemente para que nos pueda ver la orquesta, para poder apuntar a todos, unir la energía, una idea, un tiempo. Estamos ahí para ayudar, para generar un espacio, para que los músicos desarrollen y explayen su mejor capacidad y que suceda de la mejor manera posible. Yo estoy allí al servicio de la audiencia, del público, de la orquesta y del compositor; de la música. Soy un conducto. Y si ocurre algo extraordinario es por la magia de todos los que hacemos algo tan especial como lo es la música, que no se puede ver ni tocar, que no se puede controlar, apenas sentir.
En distintos momentos de tu gira, como en los conciertos que celebraste en abril frente a la Orquesta de París, has “colado” el Danzón N° 2, del compositor mexicano Arturo Márquez ¿Siempre intentás incluir repertorio latinoamericano en tus presentaciones?
- Sí, absolutamente, porque la música latinoamericana merece su lugar en los repertorios estándar de todas estas orquestas. En el caso de París, fue un éxito: a los músicos les encantó tocarla, al público escucharla. Siempre me da mucho gusto incorporar estas músicas en los programas que hago.
Esa búsqueda por difundir lo latinoamericano fue lo que te llevó a fundar en 2003 con solo 23 años la Orquesta Filarmónica de las Américas…
- Correcto. Fue crear un espacio en el que los músicos y las músicas de las Américas tuviesen un lugar para darse a conocer y que fuera una plataforma para que se conozcan las obras y el talento. La experiencia comenzó en el 2003 y siete años estuvimos muy activos, con giras, grabando dos discos, haciendo programas educativos. Desgraciadamente en 2011 tuve que suspender estas tareas por razones de financiamiento y aunque existe la posibilidad de que reviva, por el momento no lo tengo contemplado. Ahorita estoy concentrada en mi trabajo como director huésped, haciendo también proyectos con niños en México para educación musical clásica. Siempre continuaré con mi misión de dan a conocer el repertorio de las América e involucrarme en la educación y el desarrollo de los niños a través de la música.
En tu experta opinión, ¿qué aporte ofrece la música clásica a los jovencitos?
- ¡Hombre!, ¿por dónde empezar? Es increíble… lo que la música puede hacer en la vida de un niño es mucho más de lo que la gente sabe o puede imaginar. Un niño que toca en una orquesta es un niño que ya tiene que la capacidad de abstraer, de reflexionar, de usar buena parte de las matemáticas; entiende de disciplina, de trabajo en equipo, de escuchar a los demás y saber que su voz es importante porque está dentro de un grupo. Tener la misión de sublimar a otro individuo, esa generosidad, es una lección que después esos niños pueden tomar y aplicar a cualquier profesión o actividad de sus vidas, los marca como personas. Aún no nos hemos terminado de dar cuenta de la importancia que la educación musical tiene.
Mucho se ha hablado de la reticencia del notable Sergiú Celibidache a grabar discos, en tanto creía fervientemente que no capturaban la experiencia vital del vivo. Con exitosos discos en tu haber, ¿creés que es posible trasladar el momento del concierto a la grabación?
- Creo que son cosas distintas. La experiencia en vivo es irrepetible y eso es lo hermoso de ser una performing artist, como lo es el actor en el teatro. Yo pienso que la grabación no es un intento de repetición o de inmortalización de ese momento; es otra cosa. Es algo a lo que siempre puedes regresar y volverlo a disfrutar. Pero no es lo mismo que estar con seres humanos frente a ti, creándolo en ese momento, solo para ese momento.