Por María Neder
Fue la última de diez hijos de un matrimonio de la nobleza alemana. Sus padres dispusieron que la niña debía ser dedicada al servicio de Dios, como diezmo. ¿Diezmo u ofrenda?, me pregunto. Luego leo: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al que da con alegría”.
Traducciones bíblicas aparte, queda claro que los padres la entregaron de acuerdo con su fe y las prácticas de prestigio en la alta sociedad medieval. En los siglos XI y XII, pleno Sacro Imperio Romano Germánico, esa mentalidad medieval consagraba al menor de los hijos a la actividad religiosa como un tributo que, según el investigador Joseph Morsel (1), especialista en historia política y social de la Alemania medieval, se denominaba oblación. Esto consistía en la donación de uno de los hijos del noble, al que se lo llamaba nutritus, destinado a convertirse en monje.
La “oblación” fue una de las herramientas que la aristocracia eclesiástica utilizó con el objetivo de quedarse con el poder (2).
Entonces, estamos ante esta niña -Hildegarde- que, al cumplir ocho años, inició su vida monacal tal vez con cierta sumisión agradecida al mandato de sus padres. Más que obedecerlos -naturalmente, no tenía opción-, comenzó a obedecerse a sí misma, creció escuchándose y así se desplazó por el mundo, atendiendo a su impulso creativo, un estado de conexión interior poco común todavía en este siglo de reinos vociferantes e invasores.
Hildegarde nació en Bermersheim en 1098. Sus padres Hildebert von Bermersheim y Mechtild la recluyeron entonces en el monasterio de San Disibodo bajo la tutela de la monja superiora Jutta de Sponheim que, además de escucharla, la instruyó en el estudio del latín, los salmos, las sagradas escrituras, los cantos gregorianos, la teología. Hildegarde pudo contarle sus visiones: aseguró ver cosas fuera de lo normal desde los tres años. Jutta supo tranquilizarla y acompañarla. Se dice que la maestra también vivía episodios similares. Estos primeros años son el germen de sus conocimientos, pues accede a ellos en forma de visiones.
Me atrevo a interpretar que Hildegarde accede a la comprensión en su más amplio espectro: comprensión de sí misma, de sus capacidades, de su relación con el mundo, con Dios y los misterios, en fin: también accede al entendimiento de los significados y relaciones detrás de cada sonido, cada palabra, cada personaje clerical o monárquico. Es admisible que esto cause gran extrañeza en el siglo XXI, por eso propongo validar la documentación de datos en el libro El legado de Hipatia, de Margaret Alic: “Afirmar que uno tenía visiones era cosa frecuente en el siglo XII y siguió siendo un recurso literario durante siglos”.
La reputación de la santidad de la superiora Jutta y su alumna se extendió por la región a tal punto que otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convirtió, por propio peso, en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg (San Disibodo). Tras la muerte de su maestra en 1136, Hildegarde, aún siendo enfermiza y delicada, se puso al frente del grupo monacal femenino, comenzando una tarea con gran libertad y sabiduría. En 1141, esta nueva abadesa le confió al monje Volmar que Dios se le había aparecido para mandarle escribir sus visiones. Este la animó a hacerlo con la sola intención de examinar si su procedencia podía ser divina. Juzgó que lo era y, de esta manera, la situación delicada de darle autoridad eclesiástica a una mujer se trasladó al abad de San Disibodo. Volmar confiaba en ella pero sabía lo arriesgado de autorizarla a escribir y ejercer una misión profética que la jerarquía eclesiástica destinaba rotundamente a los hombres.
Sin embargo, algunos monjes le hicieron ver la conveniencia de contar con una visionaria en el monasterio, sospechando -con acierto- que podía favorecer el incremento de monjas y donativos. Así es que, al fin, el abad accedió y, cuando Hildegarde redactó sus primeros textos con la ayuda de Volmar, se los mostró al arzobispo de Maguncia, Bernardo de Claraval, la persona exacta para la defensa de su causa, el monje con mayor influencia en la cristiandad occidental. Con los escritos en posesión del episcopado, Hildegarde manifiesta inteligencia y habilidad con una jugada magistral. Contar con su apoyo, suponía alta probabilidad de contar con la anuencia del pontificado. En esa carta dirigida al monje, relató sus visiones y le informó del mandato divino de hacerlas públicas. Resaltaba además lo enferma que se ponía al incumplir lo que le ordenaba el Señor y que otro monje ya había dado por buenas sus visiones. Bernardo, el arzobispo, se mostró prudente en la respuesta sin pronunciarse sobre si debía divulgar o no lo revelado.
A partir de ese momento ella comienza a relatar a las autoridades eclesiásticas las visiones que había tenido desde muy pequeña:
“Fueron presentados mis escritos al papa Eugenio, que se encontraba en Traer. Con agrado hizo que fueran leídos delante de una gran asamblea y también los leyó para sí mismo. Con gran fe en la gracia de Dios me envió su bendición con cartas y me ordenó que escribiera con cuidado lo que viera u oyera en la visión”.
Iniciado el intercambio epistolar con el pontífice, también mantendrá correspondencia con otros papas, religiosos y nobles.
Entre 1141 y 1153 escribirá su primer libro: Scivias (“Conoce los caminos del Señor”), considerado el más importante. Se revela como escritora, teóloga medieval y visionaria. Expone aquí muchos dogmas de la fe con exquisitas ilustraciones, coloridas, anticipatorias de los dibujos de Leonardo da Vinci. Con esta obra logró el apoyo canónico para su actividad literaria y, como consecuencia, el contacto permanente con personalidades políticas y eclesiásticas.
Las experiencias místicas de Hildegarde se prolongaron durante su vida. Es a través de esas visiones divinas que en 1150 decide marcharse del monasterio de San Disibodo. Lo concretó aún con la gran resistencia (por parte del abad Kuno y los monjes) debido a las exacciones económicas que ingresaban al monasterio procedente de la nobleza por la popularidad de H. y el patrimonio de las monjas. En un monasterio dominado por hombres, ella, la abadesa de sus pares mujeres, encabezó la salida para fundar el primer monasterio exclusivamente femenino: Rupertsberg (San Ruperto) con 18 o 20 monjas, a orillas del Rhin, en la localidad de Bingen.
Esta separación le costó muchas críticas. Hubo quienes mencionaron su “ambición”, hubo quienes dudaron de la legitimidad de tales dotes de visión por parte de una mujer que suponían inculta. También hubo familiares de algunas monjas que no vieron con buenos ojos que parte de sus bienes fuesen destinados a engrosar un cenobio dirigido por una abadesa dispuesta a ejercer su autoridad sin restricciones de varón alguno. Richardis, la monja a quien Hildegarda tenía mayor estima, fue una de las que la abandonaron para presidir otro monasterio, el de Bassum. Su madre era la marquesa que había apoyado el traslado a San Ruperto, pero su hermano (arzobispo de Bremen) la apartó de la abadesa independiente. Richardis fue la única monja de la que hay constancias de que compartiese las visiones de H. y era la elegida para sucederla. Pero se alejó de ella, muriendo al año siguiente. En la desesperación, Hildegarde llegó a considerar la muerte como un castigo a las ansias de su discípula por convertirse en abadesa de un monasterio importante.
Otro asunto controvertido de la vida monacal en San Ruperto fue la vestimenta de las monjas en los días de fiesta. “Cantaban los salmos con los cabellos sueltos bajo coronas de oro decoradas con cruces a ambos lados y la figura de un cordero delante y detrás. Lucían vaporosos velos de seda de un blanco resplandeciente y llevaban en los dedos anillos de oro. Para Hildegarda los textos paulinos del Nuevo Testamento que hacían referencia a la sobriedad de los ropajes femeninos iban dirigidos a las mujeres casadas, no a las vírgenes cuyo cuerpo no había sido corrompido. Creía que estas últimas merecían llevar ornamentos simbólicos tan vistosos como los sacerdotes y obispos”, anota Laura Morrón en Los Mundos de Brana.
Volviendo a las obras de Hildegarda, dictó un total de doce libros. Acerca del primero, ya mencionado, es notorio observar el tratamiento de la creación del mundo y del ser humano, así como del pasado, presente y futuro. Luego, entre 1151-1158 llevó a cabo su obra de medicina bajo un único título: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas), que en el siglo XIII fue dividido en dos textos: Physica (Historia Natural) o Liber simplicis medicinae (Libro de la Medicina Sencilla); y Causae et Curae (Problemas y Remedios) o Liber compositae medicinaeL (Libro de Medicina Compleja). Entre 1158 y 1163 redactó la Liber Vitae Meritorum (Libro de los Méritos de la Vida) y entre 1163 y 1173-74, el Liber Divinorum Operum (Libro de las Obras Divinas) considerados, junto con el Scivias, sus obras teológicas de mayor importancia.
Me detengo en dos libros Cause et cure y Physica, necesarios para demostrar que fue la primera persona que abordó la cuestión sexual femenina. Hoy es considerada una vanguardista visionaria de la liberación de la mujer. Mediante investigaciones médicas y científicas, afirmó que las mujeres sienten placer al igual que el hombre. Expuso conocimientos sobre ciencias naturales y medicina. En el primero de estos libros trató el orgasmo sin tapujos:
"La mujer se une al varón, el calor del cerebro de ésta, que tiene en sí el placer, le hace saborear a aquél el placer en la unión y eyacular su semen. Y cuando el semen ha caído en su lugar este fortísimo calor del cerebro lo atrae y lo retiene consigo, e inmediatamente se contrae la riñonada de la mujer, y se cierran todos los miembros que durante la menstruación están listos para abrirse, del mismo modo que un hombre fuerte sostiene una cosa dentro de la mano".
La abadesa desempolvó el Génesis (primer libro del Antiguo Testamento) para darle dignidad a la mujer. Imaginemos cómo tuvo que preparar el terreno para semejante declaración: una bomba incendiaria en época de quema de brujas.
Comenzó por lo más sencillo, el relato del “pecado”, y concluyó que Eva no tenía la culpa de que Adán mordiese la manzana, pues todo había sido maléficamente premeditado por el demonio que, preso de los celos, quería torturar a Eva, dado que solo ella -la mujer- tiene el único poder que el demonio no posee: dar vida. La autora cierra el asunto rearmando la imagen del “diablo”: sopló en el fruto envenenándolo de tentación y, como ser humano, Adán no pudo abstenerse.
Cuando me imagino a Hildegarde, pienso en un ser humano que supo "captar" el universo y el mundo que la rodeaba. Replantear el significado de las palabras del libro mayor -la Biblia-, plagado de varias traducciones, remiendos y correcciones según los acuerdos papales desde los primeros concilios... fue indudablemente un acto supremo en tanto revolucionario. Así puedo entender su “iluminación”. Luego escucho sus composiciones musicales y me encuentro con sonidos que evidentemente provienen de una escucha interior. Ella no pretendía ser una música que hubiese adquirido la profesión después de largos estudios. Sus creaciones nos dan mucho más que simples secuencias de notas o melodías angelicales. Por eso mismo, tenemos la suerte de conocer estas composiciones gracias a los manuscritos medievales que nos la transmitieron y que hoy -pleno siglo XXI- son interpretados en Europa, en Estados Unidos, en Brasil...
"Escucha en la música el canto que viene del ardiente ardor de la modestia virginal de un tallo que florece en el abrazo de las palabras, el canto que sale de la punta de las luces vivientes que viven arriba en la ciudad, el canto de la profecía de palabras profundas, canto de extensión del apostolado de palabras maravillosas, canto del derramamiento de sangre de los que se ofrecen fielmente". (Visión 13 de Scivias)
Se conservan más de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia Armoniae Celestium Revelationum, (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas), la mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado Ordo Virtutum.
Difícil de abarcar la figura de Hildegarde von Bingen en esta entrega.
Me demoro con esta mujer -declarada santa en toda su magnitud, luego de silenciarla durante poco menos que ocho siglos-. La abadesa fue un fenómeno irrepetible, de las pocas mujeres que no terminaron en la hoguera sino que se finalmente se reinstala en el mundo desde finales del siglo pasado, algunos ejemplos:
- Umberto Eco menciona a Hildegarda de Bingen en varias ocasiones (como santa) a través de diferentes personajes de El nombre de la rosa (1981).
- En el año 2000 Claire Pelletier le dedicó la canción Hildegarde de Bingen en su álbum Galileo.
- En 2001, el grupo sueco de electro-folk Garmana lanzó un álbum llamado Hildegard Von Bingen.
- Camille Dalmais compuso su canción Tout dit (álbum de Ilo Veyou) como tributo.
- Katherine Pancol menciona a Hildegarde en su novela La Valse Slow des tortues, publicada por Albin Michel en 2008.
- En 2009 se estrenó la película franco-alemana Vision-Aus dem Leben der Hildegard von Bingen, de la directora Margarethe von Trotta.
- En 2013, Devendra Banhart cantó Für Hildegard von Bingen en su álbum Mala.
En Francia, el culto a Santa Hildegarda de Bingen se extendió a toda la cristiandad en mayo de 2012. El 7 de octubre de 2012 Hildegard de Bingen fue proclamada Doctora de la Iglesia. Para rendirle homenaje, en febrero de 2015, la SARL Les Jardins d'Hildegarde se convirtió en la SAS Les Jardins de Sainte Hildegarde. Difunden, al mismo tiempo, productos alimenticios de los que la abadesa-mujer-revolucionaria destacó los méritos para la salud, complementos en base de plantas cuyas recetas dio en Physica I y II y en Cause et cure (Causas y remedios). También difunden sus escritos y obras musicales.
La publicidad puede leerse en el link https://www.lesjardinsdesaintehildegarde.com/
He aquí algunos deliciosos fragmentos que sintetizan la historia de la boutique y su trabajo actual: "La actividad Les Jardins d´Hildegarde se inició en 1992 cuando se tradujeron al francés algunos libros de la obra de Santa Hildegarde de Bingen y un grupo de cristianos decidió darlos a conocer. La investigación, la intuición, la creatividad y la tenacidad de los fundadores permitieron establecer un saber hacer para realizar y poner a disposición las materias primas y los preparados básicos indicados por Saint Hildegard. (...) Trabajamos en estrecha colaboración con el naturópata alemán Wighard Strehlow (Doctor en Biología) que ha dedicado su vida, con el Dr. Hertzka, a profundizar en cómo aliviar y sanar según los escritos de Santa Hildegarda. Para identificar y autenticar los productos y recetas que aconseja, utilizamos tanto su experiencia como los datos de la ciencia más avanzada. (...) Ahora instalado en el corazón del Périgord Noir, un país de tradición agrícola y excelente gastronomía, nuestra ambición es compartir con ustedes los mejores productos locales de acuerdo con el consejo de nuestra Santa para la "dietética de vanguardia " y responder siempre a esta verdad decretada por ella: Cuando el alma y el cuerpo trabajan en perfecta armonía, reciben la recompensa suprema de la salud y la alegría". Al finalizar la lectura del link figura la frase:
"¡Esto sigue siendo cierto en Périgord!"
Acordarán conmigo que Hildegarde existió ciertamente y aún está en este mundo.
(1) Joseph Morsel (Francia, 1961) Historiador, Profesor en la
Universidad Panthéon-Sorbonne, especialista en historia política y social de la
Edad Media en Alemania y en la Francia de finales de la Edad Media.
(2) Hasta el siglo XI estaba en manos de la aristocracia laica. A partir de este siglo, la Iglesia busca liberarse del poder laico e imperial a través de las “reformas gregorianas”.