Por Rubén Szuchmacher
Mi amigo el autor, actor y director Lautaro Vilo suele hablar de la “vanguardia vieja” para denominar ese tipo de producciones artísticas que pretenden hacerse pasar por nuevas cuando en realidad son más viejas que Mathusalem, estéticamente hablando. Esta denominación es muy pertinente para describir 7 Deaths of Maria Callas, que con la actuación y dirección de Marina Abramovic, se estrenó el 1 de septiembre en el Nationaltheatre, sede de la Bayerische Staatsoper en la ciudad alemana de Munich.
Uno de los serios problemas que tiene este espectáculo es que está basado en la presunción de la directora de que su sola presencia ya es una declaración de arte contemporáneo. Ella se la pasa acostada en una cama, durmiendo inmóvil en escena durante una hora, mientras se escuchan trilladas arias de óperas del repertorio de Callas, tales como Addio del passato de La Traviata, de Verdi, Vissi d’arte de Tosca, de Puccini, Ave Maria de Otello, de Verdi, Un bel dì vedremo de Madama Butterfly, de Puccini, Habanera de Carmen, de Bizet, Il dolce suono de Lucia di Lammermoor, de Donizetti y Casta Diva de Norma, de Bellini, cantadas por 7 excelentes sopranos dramáticas que portan un vestuario igual para todas -recién al final se develará su significación-. Previamente a cada aria se escucha la monótona voz de la famosa performer, que desde altoparlantes dice algunas palabras que se pretenden poéticas o enigmáticas, para introducir cada aria. Como si esto no alcanzara y la música no fuera suficiente, la propia imagen de la Abramovic aparece en unas proyecciones gigantes protagonizadas por un personaje femenino que cambia en cada aria. Por supuesto siempre interpretado por Marina, hierática, estatuaria, intervenida por procedimientos faciales -que la vuelven inexpresiva- para no dar cuenta de su edad real. Este personaje es acosado, protegido o asesinado por el pobre Willem Dafoe, que por algún inescrutable sortilegio participa de este engendro. Dichas proyecciones se parecen demasiado a los títulos iniciales y finales de las telenovelas mexicanas, con sus cielos nublados, sus tormentas siempre en clave metafórica. Aquí sin embargo están al servicio de la ilustración porque la escena es incapaz de generar nada que merezca llamarse acción.
Cuando las 7 arias ya fueron cantadas, baja el telón y se escucha un hermoso interludio especialmente escrito por Marko Nikodijević, excelente compositor serbio, mientras se realiza un cambio de escena. Al cabo de un tiempo vuelve a aparecer la misma cama que antes se vio perdida en el espacio, con la diva Abramovic que prosigue acostada, la cabeza sobre grandes almohadas, pero ahora la envuelve una escenografía que representa un dormitorio enorme en París, según se sabrá más tarde. Texto banal, música de fondo y finalmente Abramovic que se levanta de la cama siguiendo órdenes emitidas por ella misma a través de los ya mencionados altoparlantes. A la pura tautología escénica se le suma el tedio de que no sucede nada de nada hasta que sale de escena después de pasearse en camisón y chinelas sin la menor gracia. En ese momento entran las siete sopranos con sus trajes idénticos y ahí es cuando uno se da cuenta de que están vestidas de mucamas que levantan la cama, ponen telas negras sobre los espejos y todos los muebles, rocían de desinfectante el ambiente y demás tareas domésticas.
Baja el telón y por un lateral entra la performer vestida de dorado con la voz de Callas (un breve momento de perfección absoluta) de fondo, cantando Casta Diva, aria que es interrumpida arbitrariamente. Fin del espectáculo.
La vanidad de la que alguna vez fuera una artista interesante al poner su cuerpo para polemizar sobre el concepto de obra en el campo de las artes visuales, hoy se le vuelve en contra y pone al descubierto que en todo este espectáculo no hay una sola idea (en verdad, ni la mitad de una idea) que ponga en crisis algún procedimiento o que genere fricción con lo establecido. Ni en las arias elegidas, ni en las palabras que se dicen, ni en las imágenes, ni en los procedimientos escénicos hay nada inquietante sino más bien el regodeo del dinero puesto al servicio de su propia imagen que tampoco ofrece faceta alguna realmente atractiva. Lo más incitante, en todo caso, sería descifrar por qué una institución tan responsable como la Bayerische Staatsoper necesita ofrecer semejante espectáculo que no le aporta nada rescatable a nadie, salvo quizás a la artista que debe haber cobrado muchos euros para demostrar que es cierto aquello de “cría fama y échate a dormir”.
The 7 Deaths of Maria Callas, disponible hasta el 7/10/20 en https://www.arte.tv/en/videos/099197-000-A/the-7-deaths-of-maria-callas/