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Gravedad eterna. Collage de Juliana Rosato para Damiselas en apuros |
La cuarentena ha dado resultados
sublimes para algunos. Shakespeare escribió Macbeth y sus bellísimos
sonetos durante sucesivas cuarentenas, Newton descubrió las leyes de la
gravedad, Frida Kahlo empezó a pintar después de un accidente en tranvía que la
dejó en cama durante meses, y el misterioso Banksy armó una obra de arte con
graffitis en su propio baño.
Pero no todos somos tan excelsos.
Yo tengo que confesar que envidio a todos aquellos que usan la cuarentena para
devorarse la biblioteca, agotar el catálogo de Netflix o dejar la casa
impecable.
Hay cierta exigencia de
productividad ligada al tiempo en casa. El razonamiento sería así: ya que no
voy a salir, tengo que aprovechar el tiempo y aprender carpintería, hacer los
cursos gratuitos que pusieron online las universidades más prestigiosas del
mundo, retomar hobbies que había largado hace años, mantenerme en forma,
cocinar rico, sano y barato, escribir una novela o encarar todas esas
actividades que tenía postergadas o, como se dice ahora, procrastinadas.
¿Qué nos queda entonces a los que
no nos podemos concentrar? Los que no pudimos encarar los arreglos de la casa
ya sea por falta de tiempo o de ganas, los que miramos los libros acumulados en
la mesa de luz como una posible epopeya más desafiante que escalar el Everest,
los que arremetemos hacia la heladera y nos pegamos al sofá.
Sin embargo, las inquietudes
también afloran aunque no levanten demasiado vuelo. En estos días me sorprendí
buceando en las profundidades de internet para explorar artículos sobre cómo
crear una trampa para mosquitas en la cocina,
o cómo hacer para que el guiso rinda más.
Entre tantos temas hubo uno que me
cautivó: “Por qué se acumula la pelusa en las casas”. Una pregunta con una
respuesta desoladora: la pelusa es un destino inexorable. El secreto de la “supervivencia”
de las pelusas está en los movimientos que suceden en la vivienda. Cuanto más
nos movemos, más pelusas. Es una masa de pelos, polvo, piel muerta, telarañas y
fibras que se acumula en los rincones
por arte de la atracción electrostática.
Cuando termine la cuarentena no
habré escrito los sonetos de Shakespeare, no habré pintado autorretratos como
Frida Kahlo, no habré encarado la novela que tengo inconclusa desde hace tantos
años, pero al menos podré contemplar las pelusas acumuladas debajo de la cama y
asumirlas con la resignación del que sabe que enfrenta un destino imposible de
torcer, en este caso gracias a la atracción electrostática, expresión que ya
mismo estoy incorporando a mi diccionario de la cuarentena.