A
los tiranos y los sátrapas, a los aduladores y los ignorantes, a aquellos que
creen que la inmortalidad está en la petrificada efigie que no merecen, a todos
ellos les fascina ser insultados con una estatua de bronce.
El
desahogo colectivo, la catarsis social, furia incontenible de las protestas en
varios países por la muerte de un ciudadano americano en manos de la policía,
es un estallido que vacía la frustración de los meses de cuarentena, detonado
por el racismo, una de las enfermedades sociales más difíciles de erradicar.
Las esculturas de los generales y próceres confederados, que hicieron fortunas
con la siembra de algodón, explotando el trabajo esclavo de miles de negros,
que decretaron su derecho a ser dueños de vidas humanas y comerciar con ellas,
aún se recordaban con monumentos y estatuas en parques y plazas, que han
vandalizando y derribado en las protestas.
El
arte contiene a la memoria, el bronce y el mármol pueden ser lápidas para los
nombres que cargan, colocadas en las plazas las estatuas retienen el oprobio y
la deshonra. Las estatuas de Lenin, Stalin, y las de Francisco Franco, entre
cientos de nombres, el fracaso de un sistema se consagra con los líderes mudos
hechos pedazos. La historia de cada país está saturada de monumentos y estatuas,
inmerecidas, ridículas, injustas, muchas mal realizadas, grotescas, que
ensucian el espacio como un recordatorio de nuestra cobardía.
Regalo
que denuncia al que lo recibe, en México nos gusta halagar, tenemos estatuas de
los expresidentes, exgobernadores, exministros, son un homenaje sufragado por
el erario, fingido espontáneo, autoritarismo sin pudor. La diferencia entre una
pintura y una estatua, es que la última es obra pública, es para que perdure
durante siglos, y una pintura no tiene esa exposición pública, aunque esté en
un recinto oficial.
El
vandalismo es deplorable, sin embargo, hay decenas de estatuas y monumentos que
deberían ser derribados o transformados, vanidades, arrogancias y tiranías que
merecen ser destrozadas a pedradas. Es insultante que se use el espacio público
para posar la efigie de un expresidente o exfuncionario, si van a comisionar
una obra que sea dedicada a una persona de verdadero valor intelectual y moral.
Las
estatuas de políticos son tan limitadas estéticamente, porque el personaje
carece de méritos que se vean reflejados en la obra. El personaje de pie, de
traje, por lo menos las obras antiguas tenían a un personaje a caballo, y el
escultor sabía que el arte estaba en hacer el caballo y pedestal.
Esas
plazas, parques, avenidas, que soportan la imagen de la vergüenza, deberíamos
aprovechar la coyuntura y acabar con todas esas obras, fundirlas y con el
bronce hacer una guillotina, colocarla en una plaza y que ese sea el
recordatorio de la justicia, del destino que muchos merecieron en la Revolución
Francesa, lección inolvidable para la vanidad de los que aspiran,
inmerecidamente, a escribir su nombre en los libros de Historia.
Artículo originalmente publicado en www.avelinalesper.com. Para acceder a
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