La
pregunta me sobrevuela desde hace añares, sobre todo cuando veo ciertas testas
rapadas… ¿Qué forma tendrá mi cabeza pelada? Con pelo se puede deducir, pero la
melenita puede ser manto engañoso, no nos dejemos embaucar. Para ejemplo, Santa
Britney, madre de todas las crisis, en estampitas pop desde 2007. A quien me
encomiendo previo a encarar al supermarket cercano más surtido para hacerme de
lustrosa maquinita cortacabello. También podría encomendarme a la Juana de Arco
de genial film mudo (1928) de Dreyer, actuada por la milagrosa Falconetti, que
es rapada a tijeretazos antes de ser conducida a la hoguera acusada de bruja
por la misma Iglesia que luego la canonizó... Pero aunque agnóstica, quiero ser
respetuosa y además sé que las distancias son insalvables. Bueno, el electrodoméstico que me compro es
casi, casi, casi una máquina de afeitar, a pesar de sus presuntas 13 posiciones
-una ficción del modo de empleo, vamos-, sus afiladas cuchillas de acero
inoxidable, su cablerío aquí y allá.
“Huyendo
del fuego, caíste en las brasas”, entona en voz grave un coro de amigos y
familiares, previendo una cuasi tragedia griega de índole capilar, aunque
pronto se consuelen en virtual abrazo colectivo. “Haya sosiego, que le crece
rápido el pelo”, “Mientras siga el confinamiento nadie va a notar el
estropicio”, y siguen las declamaciones vía WhatsApp. Si estuviera en las
cartas, no dudo que se apersonarían para taclearme, evitar que me inaugure en
el raso corte artesanal. Lejos de lograr su cometido, por el contrario,
alimentan mi empeño, como el cable tomacorriente alimenta mi flamante aparatito
Philips. Del que me he hecho no sin recibir la mirada torcida del vendedor que,
tapabocas mediante, lanza un sofocado: “¿¡Para vos!?” Para mí. “¿¿¡¡Para vos!!??
Ajá... Que no la voy a tener fácil, me dice el muy papanatas; si no lo mando a
freír espárragos es para no tentar la suerte, ¡mantengamos la sancta distancia
social!
Así
es que una nochecita de abril, desprovista de segundo espejo para ver la nuca,
sin siquiera pispiar un tutorial en YouTube, le doy al “ON”. Y, jolines,
tendría que haber imaginado que lo que sucedió, venía de suyo… Me he enviciado,
damiselas y caballeretes, adicta me declaro: fan. En palabras de la Patrona
profana, I’m a Slave 4 You.
La
imperfecta ingeniería tiene lo suyo, y mi cabeza exhibe hoy numerosos
accidentes geográficos en pequeña escala: montes y valles, lagos y lagunas.
Hasta acantilados, en honor a la honestidad. Compendiando natura, así está la
cosa, y saciada finalmente la curiosidad: ni balón de vóley ni pelota de rugby,
la forma es razonablemente armónica, no se puede pedir más. Encantada estoy con
el hallazgo, y con poder sumar mis recién estrenadas habilidades con las
tijeras, que sirven para “emprolijar”. Y yo que pensaba que mi Everest había
sido serruchar unos estantes… Se cierra la persiana del baño, aka mi
peluquería, mi local. Hasta el próximo corte, la semana que viene, porque el
pelaje efectivamente crece que da calambre y hoy -mes y medio más tarde- parece
un escobillón. Baby One More Time,
o en plan electropop más subidito de tono: Gimme,
Gimme More, Gimme…
Mientras
evalúo posibles hobbies futuros (¿hacer veladores como el meditabundo David
Lynch en su búnker de L.A.?, ¿ordenar medias y calzones a lo Marie Kondo?,
¿aprender a tejer como Penélope haciéndole el aguante al turista Ulises?), considero el saldo de la operación:
no hay renglones que resten. Todo positivo. La línea que más suma, les digo no
sin regodeo, es el rintintín del coro griego, que hoy se come los codos
esperando que abran las peluquerías. Se quejan de las canas, de los flequillos
que dejan pantallas a media asta, de incómodas melenas kilométricas que
necesitan rebajar asap. Se les va una friolera en champús y acondicionadores,
mientras rulos salvajes se hacen la selva o lisos se enredan en nudos
imposibles. Aquí la lunática les saluda, ligera de equipaje piloso, sin debacle
mental, aligerando el tedio de los días con este do it yourself capilar. Por cierto: velitas aromáticas a la
guardiana por musicalizar la ocasión.