En
estos días de duelo mundial -expresado en incontables marchas de multitudes- por
el cruel y premeditado asesinato de George Floyd, se produjo una bienvenida
toma de conciencia respecto de la bochornosa historia de la esclavización de
los negros en los Estados Unidos, y del racismo que se perpetuó por más de un
siglo, luego de la Guerra de Secesión (1861-1865). Una segregación que recién
empezó a aliviarse, aunque no a desaparecer del todo, durante la presidencia de
Kennedy. Entre las manifestaciones de mea culpa, figura la decisión de HBO de
levantar temporariamente de su plataforma el exitosísimo film Lo que el viento se llevó por su
enfoque que enaltece el conservadurismo sureño y suaviza la durísima vida de
los esclavos en el siglo 19. La noticia la dio Variety luego de la nota que
escribiera John Ridley, guionista de la película Diez años de esclavitud. La idea es que Lo que el viento... vuelva a catálogo con un prólogo que
contextualice la época en que fue escrita la novela y rodado este film, con un
comentario crítico sobre la forma edulcorada de representar a negros y negras
secuestrados y sometidos en un país supuestamente democrático, sin que ninguna
iglesia protestara formalmente.
Hay
opiniones encontradas sobre la decisión de HBO (en todo su derecho de excluir
por el momento una producción racista) y las noticias sobre el tema solo se
remiten al tratamiento de los personajes negros en esta ficción. Sin embargo,
hay otro aspecto repudiable en la realización de Víctor Fleming que no se
menciona: la erotización de la violación de Scarlett por parte de Rhett, luego
de llevarla contra la voluntad de ella escaleras arriba.
Hace
15 años, los integrantes del American Film Institute eligieron, como primera
frase favorita del cine, el desplante de Rhett Butler hacia Scarlett O'Hara en
el final de Lo que el viento se llevó.
No se informó sobre la proporción de mujeres y varones que participaron de la
votación, entre los/as 1500 directores.as, actores y actrices, críticos.as y
empleados.as, pero lo que parece evidente es que a los electores (y acaso las
electoras) les pareció simpática y chistosa la réplica “Francamente, querida,
me importa un bledo”, en la traducción suave, o “un carajo”, en la dura
(“Frankly, my dear, I don’t give a damn”, en el original, expresión justo a
mitad de camino entre el bledo y el carajo). Se la zampa el capitán Butler a la
impetuosa Scarlett después de que ella se arrastra tratando de convencerlo de
que lo ama. En su momento, la celebrada frase fue muy debatida por los
censores, que propusieron otras variantes (“No me importa en lo más mínimo”,
“Mi indiferencia es total”), pero finalmente el productor David O. Selznik,
artífice de esta superproducción favorita del público durante décadas, pagó 5
mil dólares por el cuestionado damn.
Desde
luego hubo otras objeciones de la censura, que no estaba de acuerdo con que se
mostrara el dolor de Melanie en el parto, que una prostituta fuese sensata y de
buen corazón, o que Scarlett luciera feliz y satisfecha después de una noche de
sexo (forzado, aunque esta situación no se subrayará) con Rhett. Noche de sexo
que comienza con gestos de violador por parte del resentido marido que ha sido
expulsado del dormitorio (ella no quiere tener más hijos): Rhett levanta a
Scarlett, que se resiste y la sube por la gran escalera de la mansión
avisándole que esa noche se va hacer lo que él disponga. En otras palabras, se
va a cumplir la ley del más fuerte. Como ha sucedido en tantas otras
oportunidades en el cine, en esta secuencia de Lo que el viento... la violación aparece erotizada, cuestión que
fue reiteradamente discutida en los Estados Unidos por teóricas feministas como
Christina Hoff Sommers y Marilyn Friedman, por la notable crítica Molly
Haskell. A pesar de la elipsis (de la escalera pasamos al despertar ronroneante
de Scarlett en el film, mientras que en la novela se dice que a la mañana
siguiente, la protagonista se sintió humillada, herida, usada...), la conducta
repudiable de Rhett se pone en evidencia cuando pide perdón escudándose en la
borrachera. Después le echa un balde de hielo a la ilusionada Scarlett (una
bitch casi todo el tiempo, no lo vamos a negar) diciendo que se marcha y se
lleva a la hijita de ambos a Londres.
Pero
la criatura pide volver con su mamá y Scarlett los recibe alborozada. Rhett
pone distancia, ella recupera su agresividad y le anuncia que aquella noche
quedó embarazada y que no quiere un hijo de un canalla. “Anímate, quizá tengas
un accidente”, le escupe él. Scarlett hace ademán de pegarle y Rhett, al
rechazarla, la hace rodar por la escalera. Ella pierde el embarazo, él reconoce
su culpa ante la criada (negra) Mammy, y la pareja está al borde de la
reconciliación cuando la nena se cae del caballo y muere.
Así son las cosas en este film, quizás el más
visto de la historia del cine, a menudo considerado cumbre del romanticismo.
Basado en el best-seller de la sureña Margaret Mitchell, una periodista que a
los 26, inmovilizada por un pie roto, empezó a escribir esta novela -donde se
idealiza la esclavitud y se exalta al Ku Klux Khan-que tardó diez años en
terminar. El tocazo de 1036 páginas se publicó en 1936 y fue un éxito
instantáneo. Al año siguiente, recibió 100 mil dólares por los derechos para
filmarla. Hubo idas y venidas con un grupo de actrices desesperadas por hacer a
Scarlett, hasta que se impuso la hermosísima y temperamental inglesa Vivien
Leigh. También hubo historias con los directores porque, en verdad, Lo que el viento se llevó es una
película con el sello del productor Selznik. Una entretenidísima película de
tres horas y cuarenta minutos, reaccionaria, que idealiza la esclavitud de los
negros y la caballerosidad de los varones sureños que van a la guerra contra el
Norte. Una película con cielos tan rojos como la tierra de Tara, la propiedad
de esa chica consentida, animosa, egoísta, determinada, tramposa, arrogante
llamada Scarlett O’Hara. “No tienes corazón, pero es parte de tu encanto”, le
dice Rhett Butler: miren quién habla... Dos personajes que no pueden vivir ni
juntos ni separados, incapaces de ceder en el momento propicio. A Rhett, de
creer en sus palabras, al cierre le importa un carajo qué será de Scarlett sin
él. Pero ella, indestructible, al quedarse sola, tiene la última palabra:
proclama que se va a poner a pensar en cómo recuperar a Rhett, pero lo hará
mañana, que -como bien sabemos- será otro día.