Fábulas de mujeres sueltas: Bruja del bosque

Por Belén Parrilla

Que las hay, las hay. ¡Gran frase! Pero no cometas errores… Te conviene creer en mí…

Existo desde siempre. Soy la innombrable mendiga de abrigo y billete. El decrépito espejo de tu futuro de piel sin brillo. Practico la exuberancia del declive: rostro ajado, uñas filosas y larga melena de canas. Se me antoja no privarte de la osadía espectacular de mi vejez.

Ya no sirvo para nada de lo que hay que servir. Así que ahora solo me dedico a hacer lo que tengo ganas.

Mi casa es pequeña y está medio escondida. Son ustedes quienes tocan a mi puerta cuando se pierden en la oscuridad de la noche. Vivo sola, aunque cada tanto me junto con las mías.

Soy todas las que fui en mil vidas: la heredera del conocimiento oculto en el fondo de los cuencos, la de fealdad imperdonable, la que siendo bella pretendió no casarse, la que estudiaba a escondidas, la que armó la revuelta cuando quisieron expropiar su tierra, la que es sola y sin hijos y por algo será, la que contestó y hubo que coserle la boca… Soy la negada, yuyera y comadrona que defendió su lugar en los partos cuando quisieron dejarla fuera de la pulseada de la medicina. Soy miembro de una secreta masonería del cuerpo, que parte al medio la máquina de reproducción. Nacer, prevenir o interrumpir… llevamos siglos de clandestinidad intentando salvar las papas de noche. Las hierbas están para condimentar el plato fuerte de tu hipocresía.

Pero no todas son historias tristes… Entre las mías, las del grupo, también estamos las gatas negras reencarnadas, que supimos voltear lo que quisiéramos en pleno acto revolucionario. Porque sí, porque en el bosque pasan cosas y revolcarnos sobre las hojas nos encanta. ¿Endiabladas? y bueno... él siempre supo cómo hacernos yirar en círculos y siete vidas no alcanzan para contarte lo que es vivir un aquelarre.

En mi clan, hay que decirlo, hay quienes se comen a los niños que dejan a su cuidado. Hay que entender, se pudren de la carga de quedarse encerradas. No lo olvides: somos las viejas sobrevivientes, ya no servimos pero tenemos una experiencia que asusta. Así que escuchá, tenés que estar atenta, porque están los calderos de gualicho y los de hechizo, ya lo estableció el reparto de la historia. Las del Oeste son más malas, advirtió el Mago de Oz. Él, como todos ellos, siempre más al Este que nosotras.

Sobrevuelo con mi escoba y me asomo a tu ventana. Espío tus juegos con mirada ladina del otro lado del espejo. Quiero contaminar tu fragilidad inocente, contarte del genocidio que se les pasó a los historiadores más mentados, mientras habito hasta el final este invierno de cuerpo.  Susurro a tus oídos la más bellas palabras: venite al grupo, somos las del Oeste, las pecadoras, las que odiamos las Catedrales y escapamos de las hogueras. Las culpables de todos los juicios. Vamos a ver quién prende fuego primero.

No tengas miedo, yo nunca entro sin invitación. Y te aconsejo que no pierdas tiempo en descubrir cuáles son mis intenciones. Mejor, prestá atención a las tuyas. Y recordá que las manzanas son ricas, que lo único que envenena es no poder morder.