Que las hay, las hay. ¡Gran frase! Pero no cometas
errores… Te conviene creer en mí…
Existo
desde siempre. Soy la innombrable mendiga de abrigo y billete. El decrépito
espejo de tu futuro de piel sin brillo. Practico la exuberancia del declive:
rostro ajado, uñas filosas y larga melena de canas. Se me antoja no privarte de
la osadía espectacular de mi vejez.
Ya
no sirvo para nada de lo que hay que servir. Así que ahora solo me dedico a
hacer lo que tengo ganas.
Mi
casa es pequeña y está medio escondida. Son ustedes quienes tocan a mi puerta
cuando se pierden en la oscuridad de la noche. Vivo sola, aunque cada tanto me
junto con las mías.
Soy
todas las que fui en mil vidas: la heredera del conocimiento oculto en el fondo
de los cuencos, la de fealdad imperdonable, la que siendo bella pretendió no
casarse, la que estudiaba a escondidas, la que armó la revuelta cuando
quisieron expropiar su tierra, la que es
sola y sin hijos y por algo será, la que contestó y hubo que coserle la
boca… Soy la negada, yuyera y comadrona que defendió su lugar en los partos
cuando quisieron dejarla fuera de la pulseada de la medicina. Soy miembro de
una secreta masonería del cuerpo, que parte al medio la máquina de
reproducción. Nacer, prevenir o interrumpir… llevamos siglos de clandestinidad
intentando salvar las papas de noche. Las hierbas están para condimentar el
plato fuerte de tu hipocresía.
Pero
no todas son historias tristes… Entre las mías, las del grupo, también estamos
las gatas negras reencarnadas, que supimos voltear lo que quisiéramos en pleno
acto revolucionario. Porque sí, porque en el bosque pasan cosas y revolcarnos
sobre las hojas nos encanta. ¿Endiabladas? y bueno... él siempre supo cómo
hacernos yirar en círculos y siete
vidas no alcanzan para contarte lo que es vivir un aquelarre.
En
mi clan, hay que decirlo, hay quienes se comen a los niños que dejan a su
cuidado. Hay que entender, se pudren de la carga de quedarse encerradas. No lo
olvides: somos las viejas sobrevivientes, ya no servimos pero tenemos una
experiencia que asusta. Así que escuchá, tenés que estar atenta, porque están
los calderos de gualicho y los de hechizo, ya lo estableció el reparto de la
historia. Las del Oeste son más malas,
advirtió el Mago de Oz. Él, como todos ellos, siempre más al Este que nosotras.
Sobrevuelo
con mi escoba y me asomo a tu ventana. Espío tus juegos con mirada ladina del
otro lado del espejo. Quiero contaminar tu fragilidad inocente, contarte del
genocidio que se les pasó a los historiadores más mentados, mientras habito
hasta el final este invierno de cuerpo.
Susurro a tus oídos la más bellas palabras: venite al grupo, somos las del Oeste, las pecadoras, las que odiamos
las Catedrales y escapamos de las hogueras. Las culpables de todos los juicios.
Vamos a ver quién prende fuego primero.
No
tengas miedo, yo nunca entro sin invitación. Y te aconsejo que no pierdas
tiempo en descubrir cuáles son mis intenciones. Mejor, prestá atención a las
tuyas. Y recordá que las manzanas son ricas, que lo único que envenena es no
poder morder.