Narcisa Hirsch, del lado de los náufragos

Por Esther Andradi

Narcisa Hirsch, 1960
Nació en Berlín en 1928. La guerra sorprendió a su madre y a ella misma durante una visita a la Argentina donde vivía su abuela materna de ascendencia alemana-criolla. Narcisa Hirsch tenía entonces nueve años de edad. La madre, separada del padre de Narcisa, decide entonces quedarse en Argentina. Su padre, el pintor expresionista berlinés Heinrich Heuser, se quedó en Alemania, a pesar de ser medio judío.

Este contrapunto de su origen acompaña el movimiento de su trayectoria: entre la metrópoli y la estepa, el arte y la ciencia, lo mundano y lo místico. Muy pronto comenzó con la pintura y el dibujo, hasta que Jorge Romero Brest, crítico vanguardista argentino de los‘60 que trabajaba para el Instituto Di Tella, “decretó” la muerte de la pintura de pincel y caballete. Fue entonces que Narcisa Hirsch descubrió en el cine su forma de expresión. Y al mismo tiempo que realizaba intervenciones urbanas con graffittis y performances, creaba instalaciones, inventaba objetos.

El cine de Narcisa Hirsch experimenta en imagen y sonido para desplegar sus preguntas sobre la vida, la muerte, el amor, el enigma del universo. Hasta el momento lleva realizadas más de treinta películas en súper 8, en 16 mm y video, en las que figuran largometrajes, cortos, y documentales. En el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2018 presentó la primera parte de su nueva película realizada con dos amigos videoastas: Kosmos. De vez en cuando escribe también libros, sola o acompañada, donde aborda sus otras pasiones: la poesía y la filosofía.

En enero cumplió 92, y no se detiene.

¿Qué influencia tuvo tu padre pintor en tu fascinación por la imagen?

- Mi padre, Heinrich Heuser, pintor berlinés, influyó como suele pasar con los padres, con su taller con olor a óleo, sus cuadros y yo posando. Pero ese idilio duró poco, porque mi padre y mi madre se separaron, yo tenía 5 años y nosotras, madre e hija, nos fuimos a Suiza primero y a Austria después. Yo no lo ví más hasta que me casé y lo fui a “conocer” a Berlín. A pesar de que mi padre era medio judío, él se quedó en Alemania, y mi madre, que no era judía, se fue, en parte porque no soportaba el nazismo, y en parte porque tenía a la madre argentina en Buenos Aires. Me fui con ella y ya no volví. Me quedé acá, en la Argentina, sino ahora estaría contigo en Berlín.

Manzanas
Trabajaste con la imagen desde muy temprano, experimentando con prácticas diferentes...

- Siempre trabajé con las imágenes, la pintura y el dibujo mayormente. Hasta que en los ´60 apareció en el Instituto Di Tella, del cual yo no participé, un gurú: Jorge Romero Brest, que declaró la muerte de la pintura. Él era prácticamente el crítico de arte contemporáneo más influyente: así que salí a la calle y empecé con lo que entonces se llamaba happenings. Siempre me gustó la calle, allí armamos un trío con dos amigos, Marie Louise Alemann y Walther Mejía; elegíamos lo que queríamos hacer sin restricciones. Así fue como repartimos manzanas en dos oportunidades, en distintos lugares, caminamos con manos gigantes por la ciudad, y empapelamos con afiches vacíos color naranja las paredes, en letras muy chiquitas decía abajo: Color por Narcisa Hirsch...

Hasta que llegó el cine a tu vida.

La Marabunta
- El cine vino después de los happenings, propios de la vanguardia. El más importante que hicimos fue La Marabunta, en el año 1967: un esqueleto femenino gigante, relleno de palomas vivas, pintadas de color fluorescente, y cotorras vivas en la calavera; el esqueleto estaba cubierto de comidas variadas para ingerir en el Cine Coliseo durante el estreno de Blow Up de Antonioni. Esa Marabunta está en este momento dando vuelta por California con una mega exposición de la Getty Foundation de artistas latinoamericanos, de la cual forma parte Radical Women. Las mujeres estamos de moda. Un cineasta que hacía cine político explícito, Raymundo Gleyzer, filmó La Marabunta y nosotros editamos luego con él: ese fue mi inicio en el cine. También Marie Louise Alemann empezó a hacer cine en esas fechas; ya íbamos cada una por su lado.

Los ‘60 representaron una explosión en las artes y en la cultura en general ¿Dirías que sos hija de esa época?

- Sí, por supuesto. No fui una radical woman en el sentido habitual de la expresión; no estuve en la política ni en el feminismo. Pero creo que el arte, cuando es auténtico arte, es necesariamente político. El cine experimental era eso: un arte que no se adaptaba a las convenciones vigentes, ni siquiera a la moda de la rebeldía. En Buenos Aires éramos muy pocos al margen y no teníamos como ahora curadores o público que se interesaran por lo nuestro. Yo filmaba sola, con una pequeña cámara, con costos casi nulos y haciendo todo muy caseramente, dónde y cuándo quería. Fue una buena época. Filmé mi entorno, mi taller, la Patagonia que estaba cerca de donde yo pasaba el verano.

Crédito Constanza Niscóvolos
La Patagonia está muy presente en tus películas, ¿qué papel tienen en tu vida estos paisajes de bosques, vientos, estepa, tan diferentes a los de Buenos Aires?

- Tengo mucha afinidad con la estepa. Me gustaría permanecer como los estilitas de la Edad Media sobre una columna de treinta metros varios años para estar más cerca de Dios. El desierto es un lugar místico. Hay una película de Buñuel sobre ese tema, Simón del desierto.

La creación es un hecho solitario, pero se identifica el mundo del cine como un trabajo de equipo.

- Yo trabajaba muy solitariamente en Super 8 sobre todo. Solo cuando empleaba 16 milímetros editaba en un laboratorio con alguien que me hacía edición con sonido.

¿Cómo era hacer cine, sentirte pionera cuando era prácticamente una actividad masculina? Y encima realizabas cine experimental ¿Quiénes eran tus referentes entonces?

- Las primeras películas experimentales las vi en New York donde había un personaje muy potente, Jonas Mekas, que era el que promovía ese cine. Tanto en la Costa Este como Oeste, había un movimiento fuerte del cine alternativo que formaba parte de los movimientos telúrico-políticos de la época. Los que podíamos viajar veíamos esas películas y seguíamos a Jonas Mekas a través del Village Voice, donde él escribía. New York fue definitivamente el lugar desde donde se expandía el cine experimental: The expanded cinema, Underground movies. También en Europa hubo cineastas experimentales, pero quizás porque aun el fin de la guerra estaba muy cerca o porque tenían otras prioridades, nunca llegaron a la intensidad que se sentía en Estados Unidos. Al final de los ‘70, principio de los ‘80, el Instituto Goethe de Buenos Aires -a través de Marie Louise Alemann que trabajaba allí- se interesó por nuestro grupo y tuvimos muchas funciones en ese lugar. Fue el único reconocimiento que tuvimos. Para mí, ser pionera, no era ni una bendición ni una condena. Se daba naturalmente. Tampoco tuve problemas con los hombres en ese nivel. Y además no tenía dudas que yo debía estar del lado de los náufragos.

¿Qué sería lo más importante, en tu opinión, del hecho creativo?

Crédito Constanza Niscóvolos
- No puedo contestar esa pregunta, no tengo teorías acerca del arte y mucho menos acerca de la creatividad. Para mí hay una inspiración y una urgencia, pero de dónde viene y a dónde va, no tengo idea. Para mí el misterio del arte permanece intacto.

En esta época te estás dedicando más a escribir. Háblame de ese cambio. ¿Es la escritura la imagen con otros signos?

- No creo que escribir sea la imagen con otros signos. Es otro lenguaje para decir otras cosas. He escrito dos libros con otras dos personas sobre temas filosóficos, algo que no domino pero que me interesa y me convoca. Cuando el texto tiene sensualidad, siento el mismo entusiasmo que cuando filmo mis imágenes. El erotismo del universo siempre está ahí. También sigo haciendo películas, mayormente con una mezcla de video y cine; estoy contenta con las nuevas técnicas y las uso en la medida que puedo.

Además de filosofía, has escrito haikus, nada menos. 

- Escribí un libro que se llama Aigokeros que aunque tiene haikus, en realidad es un libro de ensayos. Compuse algunos inspirados en la naturaleza, en Bariloche, y los hice traducir al japonés. Nunca pude comprobar si están bien traducidos...

¿Cómo es ir por la vida llamándote Narcisa?

- Narcisa es un nombre de la familia, de mi familia criolla, no me resulta una rareza. Yo no creo que Narciso, el del mito, se haya enamorado de sí mismo y que por acercarse demasiado a su reflejo se haya ahogado en el estanque. Más bien pienso que Narciso, dios bello y curioso, quiso conocerse a sí mismo y, al arrimarse demasiado, las aguas del conocimiento lo tragaron.


Anota Narcisa Hirsch en su página web, donde está disponible su filmografía completa: “El cine experimental es considerado muchas veces enigmático, porque junto con la poesía, su lenguaje requiere de una participación abierta, se diría casi ingenua por parte del espectador, quien generalmente teme que las imágenes se vuelvan amenazantes por ser demasiado inesperadas”.