Mujeres que invitan a viajar

Por Silvina Quintans

Dedico esta columna sobre mujeres viajeras a 
Marina Menegazzo y María José Coni, 
dos viajeras jóvenes, inteligentes y curiosas 
que fueron víctimas en Ecuador 
de la violencia machista.


Algún día, después de estos tiempos de aislamiento, volveremos a viajar. Volveremos a ver ciudades lustrosas, montañas de mil cumbres y mares rabiosos. Descubriremos otros sabores, otras luces, otros idiomas y otras maneras de nombrar las cosas. Mientras tanto, encerrados en nuestras guaridas, planearemos otros viajes para cuando pase el temblor,  y leeremos historias de mujeres audaces y viajeras.

Hace un par de semanas, para el Día de la Mujer, cuando aún no habíamos incorporado a nuestro vocabulario la palabra cuarentena, desempolvé un par de libros sobre mujeres viajeras para comentar en la radio. Libros que invitan a volar en estos días de encierro:

Mujeres en Viaje con selección y prólogo de Mónica Szurmuk (Alfaguara, 2000)


Mujeres viajeras, editada por Luisa Borovsky (Adriana Hidalgo, 2020).

También recomiendo viajar por las pantallas con la excelente serie Pioneras, mujeres que hicieron historia (link, aquí), protagonizada por Muriel Santana, con dirección escénica de Rubén Szuchmacher y dirección general de Federico Randazzo, que tiene un capítulo especial dedicado a las viajeras Juana Manso y Ada Elflein.


El mundo de los viajes y de las aventuras estuvo en la antigüedad vedado a las mujeres. Basta recordar a la pobre Penélope que tejía, destejía y rechazaba pretendientes en su casa, mientras Ulises recorría el mundo y escapaba del encanto de las sirenas.

La primera viajera que inauguró el género de relatos de viajes se llamó Egeria, una mujer religiosa de clase alta nacida en la provincia romana de Gallaecia (actual Galicia) que hizo un largo viaje entre 381 y 384 por los lugares santos. De ese periplo surgió su libro Itinerarium ad Loca Sancta (Itinerario a los lugares Santos) donde narra sus aventuras e impresiones.

Pero vamos a concentrarnos en algunas viajeras argentinas que comenzaron hace más de un siglo a recorrer los caminos. Las argentinas que relataron sus viajes al exterior entre el siglo XIX y principios del siglo XX eran, en la mayoría de los casos,  de clase media o alta. Mujeres educadas, con un agudo poder de observación, que muchas veces viajaban para acompañar a sus maridos en sus trabajos. Mujeres curiosas que luego escribían artículos de viajes o memorias con una mirada crítica y personal.

Políglotas y cultas, sus relatos hurgaban allí donde los hombres –concentrados en una supuesta “objetividad”- jamás llegaban. Las mujeres contaban la experiencia personal y se interesaban en la vida cotidiana y doméstica de los lugares, tenían acceso a los harenes, a los hogares y a la intimidad de otras culturas.

Eduarda Mansilla (1838-1892)

Eduarda Mansilla en 1864 en sepia
El árbol genealógico de Eduarda incluyó varias celebridades: sobrina de Juan Manuel de Rosas, hija del general Lucio Norberto Mansilla y hermana de Lucio V Mansilla, el mismo que escribió La excursión a los indios ranqueles. Se casó con Manuel Rafael García Aguirre, jurista y diplomático argentino que la llevó en sus misiones por distintos destinos.

Eduarda fue la primera argentina que escribió una novela. El libro se llamó El médico de San Luis, y fue publicado en 1860 bajo el seudónimo de Daniel, porque estaba mal visto que las mujeres firmaran sus textos. Fue también precursora en el género de los cuentos infantiles, y, mientras vivía en París, escribió una novela en francés llamada Pablo ou les vies dans les pampas, que muchos consideran precursora del Martín Fierro y Don Segundo Sombra.

Así celebraba su texto nada menos que  Victor Hugo: “Su libro me ha cautivado. Yo le debo horas cautivantes y buenas. Usted me ha mostrado un mundo desconocido. Escribe una excelente lengua francesa, y resulta de profundo interés ver su pensamiento americano traducirse en nuestro lenguaje europeo. Hay en su novela un drama y un paisaje: el paisaje es grandioso, el drama es conmovedor, Se lo agradezco señora, y rindo a sus pies mis homenajes”.

Eduarda acompañó a su marido en misiones diplomáticas por Europa y Estados Unidos y tuvo un acceso privilegiado a la elite artística e intelectual. Conoció figuras como Abraham Lincoln, a Victor Hugo y a Napoleón III. Muchas de las experiencias que recogió durante sus años en el exterior las relató en Recuerdos de viaje (1882), Estas son algunas de las impresiones que recogió de Estados Unidos, donde llegó en 1860, en plena Guerra de Secesión:

- “El viajero que comprende toda la riqueza y poderío que esta parte del mundo encierra, encuentra mucho que le sorprende pero poco que le seduzca”
- “Los llamamos con candidez nuestros hermanos del Norte y ellos hasta ignoran nuestra existencia política y social”
- “Los americanos son un pueblo práctico y nada sentimental que antepone la utilidad a la belleza”

Eduarda tuvo contacto con mujeres periodistas en Estados Unidos, y esta es la impresión que recogió de su paso por las redacciones:

Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos o indirectos. En el periodismo se las ve ocupando un puesto que nada de anti femenino tiene. Los periódicos de Estados Unidos cuentan con una falange que representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas de los artículos de los domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual a los habitantes de la Unión en el día consagrado a la meditación.

El libro Recuerdos de viaje es la primera crónica del género escrita por una mujer en la Argentina, lo escribió veinte años después de sus experiencias. Cuando ya llevaba 25 años de matrimonio decidió instalarse a escribir en Buenos Aires, separándose de hecho de su esposo e hijos que quedaron en Europa, una decisión muy audaz para la época.

Sarmiento la definió así en un artículo publicado en El Nacional en 1885: “Eduarda ha pugnado como mujer para abrirse las puertas cerradas a la mujer, para entrar como cualquier cronista o reportero en el cielo reservado a los escogidos machos, hasta que al fin ha obtenido un boleto de entrada”.

Charlotte Cameron (¿?- 1946)

Entre 1910 y 1925, la inglesa Charlotte Cameron recorrió más de 400 mil kilómetros financiada por empresas de cruceros, ferrocarriles y líneas navieras. Si bien sus viajes estaban rodeados de confort, exploraba destinos alejados de las rutas tradicionales para el público europeo.  Sus libros eran bestsellers y apuntaban a mujeres de clase acomodada que querían conocer nuevos horizontes.

Pasó por Buenos Aires en el año del Centenario y escribió crónicas muy sabrosas, entre ellas, esta que trata un tema que no perdió vigencia: el piropo.

Historia de 50 dólares
Se dice que hasta hace pocos años las mujeres no podían caminar por las calles de Buenos Aires sin recibir excesiva atención de parte de los hombres. Se le preguntó una vez a un embajador, huésped del presidente, que opinaba de la ciudad. Como su esposa había provocado admiración en demasía en sus intentos de ir de compras por la calle Florida, contestó: “Vuestra ciudad es extremadamente bonita, vuestros edificios públicos mejores que los de las capitales del mundo, pero ¿por qué dejan que sus esposas e hijas sean insultadas e interpeladas por hombres en las calles? No puedo entender semejante ultraje”.
Los funcionarios discutieron el tema y se sancionó una ley por la que si un hombre se dirigía a una mujer en la calle ella podría convocar a un policía y obligarlo a pagar una multa de cincuenta dólares.
Ahora los hombres no hablan pero se le acercan a una y murmuran casi inarticuladamente “ojalá tuviera cincuenta dólares”.


Ada Elflein (1880-1919)

La tercera viajera que elegimos para esta nota es Ada Elflein, precursora del turismo de aventura. Ada transitó las primeras décadas del siglo XX, cuando las mujeres estaban en pleno proceso de reivindicación de derechos porque aún no podían -entre muchas otras cosas- votar, tener la patria potestad de sus hijos o administrar sus propios bienes. Imaginemos a una mujer que en aquella época decidió no casarse, no tener hijos y vivió de su trabajo como docente, periodista y escritora. Una mujer que a los  24 años empezó a trabajar en la redacción del diario La Prensa, en un cuartito separado del resto de sus compañeros. Fue la primera argentina columnista de un diario y la primera en integrar la Academia Nacional de Periodismo. 

Entre 1913 y 1919 organizó viajes por todo el país con grupos de “niñas, maestras y señoras”, a veces por su cuenta, y otras asesoradas por Francisco P. Moreno. En tiempos en los que lo habitual era instalarse y vacacionar en las Sierras o en Mar del Plata, Ada fue una precursora del turismo aventura. Estimulaba a las mujeres a recorrer el país sin esperar que sus maridos las invitaran, escaló montañas, durmió en refugios, carpas, casas de familia y almacenes, recorrió huellas en carros, a lomo de mula y a pie. Todos los viajes los realizó acompañada por su compañera Mary Kenny, maestra sanjuanina que convivía con ella y que presuntamente fue su pareja.

Para Ada los viajes no eran una frivolidad, eran una invitación a la libertad y a la autonomía de las mujeres en momentos en los que todavía quedaban muchos derechos por conquistar. En uno de sus escritos propone:

Si alcanzamos buen éxito, podrán estimularse otros grupos que deseen llevar a cabo parecidos paseos, saludables e instructivos, por los sitios históricos o simplemente pintorescos del territorio argentino. A mi juicio, esta es una forma eficientísima de educación física y moral: la mujer extiende sus propios horizontes, adquiere conocimientos geográficos valiosos, comprende y se vincula más al alma nacional y desarrolla energías que son fuerzas vitales, latentes en todas las mujeres condenadas por ambientes de ficción o por necesidades profesionales, a vivir ovilladas durante meses o años, en las ciudades, en las aulas o en oficinas”.

Dice también: “me guiaba en este viaje -como en los anteriores- el interés de animar a nuestras mujeres a deponer sus temores y lanzarse a viajar, no diré solas, pero de a dos o tres, o cuatro, independientes y movedizas, olvidadas de prejuicios y falsos escrúpulos, valientes, briosas y alegres”.

Ada murió a los 38 años pero nos dejó las alas desplegadas, la inquietud del viaje y la invitación a la aventura.