El gallo azul

Por Cecilia Sorrentino

Es el bar de tapas más elegante de Jerez de la Frontera. Tiene forma de U, igual que la esquina en la que está ubicado: el vértice estrecho en que se cruzan dos diagonales.

La barra de madera reproduce el trazado del bar y lo divide en dos. De un lado -cercados por la barra- trajinan los mozos, siempre a punto de llevarse por delante. De este otro, los parroquianos. Conversan,  de pie o trepados a sillas altas, mientras van dando cuenta de cañas, vinos, bocadillos y raciones que apoyan junto a uno de sus codos, en el borde de la barra. Ese borde, apenas veinte o veinticinco centímetros, es el único espacio que deja libre el exhibidor vidriado en el que se ofrece en pequeños platos, una gran variedad de tapas frías: boquerones en aceite de oliva, anchoas con aliño de salsa verde, gambas, alcachofas…

Una va pidiendo sus bocadillos, y deja correr el tiempo.

Al fondo del local, no más de dos metros detrás de la barra, hay un muro de ladrillos que oculta la cocina. Ese muro tiene una pequeña ventana apaisada, un pasaplatos, vaya a saber por qué, demasiado bajo. Por allí van saliendo los platillos que los mozos reciben doblándose en ángulo recto y que reclaman a gritos si demoran más de la cuenta.

En El Gallo Azul la actividad es vertiginosa. Los mozos recogen las tapas calientes que salen de la cocina, sirven las tapas frías directamente del exhibidor de la barra, las reponen, descorchan botellas y llenan una y otra vez las pequeñas copas. Con cada jerez o cada caña sale también un cuenco de olivas del tamaño del cucharón de madera con el que las recogen de un tonel. Llevan la cuenta de cada pedido en un anotador y, al final, arrancan la hoja y se la arrojan al cajero, que sumará el total. Van y vienen incomodándose por la falta de espacio. Gritan el pedido todos a la vez; y lo hace cada uno, aún cuando sea él mismo quien deba prepararlo. De modo que aquello es un enredo. Una deliciosa confusión.

¡Lo de siempre para José! ¡Dos de gambas y una de pimientos rellenos para la mesa cinco! ¡Los chocos fritos para hoy, joder! ¡Un oloroso para la rubia más guapa y un fino para su hermana! (La rubia es mi hija y su hermana yo, hace 15 años). Doble ración de Jabugo para la cinco… y una de boquerones. ¿Qué le pongo, amigo?, ¿se ha decidío usté por fin? ¡Paco! ¿Te han pagao a tí los de la cinco? ¡Cómo que no! ¡La madre que los parió, se han ido!

Una podría pasarse horas probando tapas y disfrutando de los comentarios, las bromas, la conversación.

Nosotras hubiéramos seguido allí completamente olvidadas del tiempo que pasa. Sin embargo, a la hora de cerrar, en El Gallo Azul son implacables:

-¡Venga señoras, que vamos a cerrar! A ver, ¿a qué hora se levanta usté mañana?
-¿Yo? A las nueve.
-Pues yo a las seis así que ya vé: cuando usté despierta, yo llevo ya tres horas.

Los pocos que aún quedan allí comienzan una nueva conversación acerca de la desgracia de levantarse temprano. Nuestro mozo, el que amanece a las seis, masculla que la culpa de todo la tiene su padre: el muy cabrón, ya que me iba a traer al mundo, me hubiera traío rico.

Entonces, conciente de su trágico destino de andaluz, nos recomienda:

-Pueden ustedes seguirla en cualquier sitio de los que aún deben quedar abiertos: la gasolinera, el hospital. Lo más seguro: alguna funeraria.