2.000 piezas / Infinito singular es una videoinstalación creada por Maricel
Álvarez que podemos visitar hasta mediados de diciembre en la Fundación Osde.
La obra presenta un ensayo sobre el rostro,
interviniendo en una pequeña sala el ejercicio cotidiano de enfrentarnos a un
otrx: “Esta obra se articula a partir de la hipótesis de que el rostro se da
y se esconde, se hereda y se crea, se cumple y se construye, se desdobla en
máscaras que lo tipifican, lo normativizan, lo ficcionalizan…”.
La artista ofrece su rostro proyectado sobre la
pared y genera una extraña intimidad en la que lxs visitantes nos vemos
sumergidxs desde que ingresamos. De hecho, parecemos ser nosotrxs lxs otrxs,
ya que su rostro está ahí desde antes, en loop infinito, fantasma en una
habitación de tiempo suspendido. Ella es a través del velo de la
proyección, interpelando nuestra presencia con sus profundos ojos negros.
“Nuestro rostro está expuesto para los otros, es
para los otros, como el rostro de los otros es para nosotros”, cita la actriz,
al trabajar sobre los estudios de Emmanuel Lévinas, disparador
filosófico/poético en esta pieza: “Según
la concepción levinasiana, el rostro es una epifanía, una visitación
y, antes que nada, se expresa y
significa. Y esa significación
rebasa de entrada las formas plásticas que la recubren como una máscara de su
presencia en la percepción. Lo que subyace es “la extrema exposición, lo
indefenso, la vulnerabilidad misma”, enmarca Álvarez.
Para reconcentrar aún más el ejercicio de
detención ante este encuentro, un rompecabezas atomiza la imagen de su cara,
mientras nos ofrece la posibilidad de jugar con ella, tocarla, construirla/
destruirla. Una variable diferente al ejercicio de actriz que cede el rostro al
antojo del espectador/a, como antes lo cedió a ficciones y personajes. Aunque
ya no esté allí y solo sea la huella que dejó la cámara luego de capturarlo y
guardarlo en ese cuidadoso espacio envuelto en sonido.
Lo sutil y lo etéreo, sello de esta creadora
incansable que sabe hacer del arte conceptual un espacio de búsqueda profundo y
personal, aparece en esta obra que se propone pensar al rostro como “único, intraducible, inabarcable. Como el infinito singular del otro, de todo
otro”.