Plataformas o cómo ganar altura a toda costa

Por Moira Soto

Módicos chapines del XVII
Chaussures à semelles compensées llaman amablemente los franceses a todo calzado -sandalias, botas, zapatillas, mocasines…- que tenga una suela de grosor exagerado, apta para darles a las usuarias la ilusión de ser más altas. (Sí, existe la doble suela escondida para varones retacones, pero no son ellos tema de esta notuela). Ilusión que se satisface aun a costa de probables esguinces y de una discutible estética cuando la medida de lo que en castellano llamamos simplemente plataforma es tan desproporcionada que suele recibir el mote de ortopédica…

Sabemos que la altura es valorada, sobrevalorada desde siempre por todo lo que se presume que representa: elegancia (las top models, además de flacas, son a menudo de estatura interminable), poder, impacto visual y -dicen las estadísticas- mayor confianza en una misma; también más aptitud para ciertos deportes; “buena presencia” según los requisitos de ciertos empleos…

Rainbow. Sandalia de Ferragamo,
creada para Judy Garland
Las plataformas actuales, que ya llevan casi un siglo incorporadas a la moda luego de su lanzamiento en el Hollywood del star system, se dividen entre las que forman un solo bloque y pueden alcanzar tranquilamente hasta 20 centímetros, y las que traen los tacos aguja separados, recortados del resto de la suela elevada. Las primeras no han logrado alcanzar categoría de fetiche erótico (aunque nunca se sabe) mientras que sí lo consiguieron las segundas, que preservan el tacón stiletto y están asociadas en general a las strippers y, en el universo tinéllico, a figuritas mediáticas de curvas adquiridas mediante cirugía que cumplen exacerbadamente rancias pautas de femineidad sexy. Este tipo de calzado ha sido explotado por cotizados diseñadores en modelos derivados de aquellos con plataformas surgidos hacia fines de los ’30 del siglo 20, firmados por Salvatore Ferragamo y Roger Vivier, quienes, debido a la escasez de cuero y caucho en Europa, idearon suelas de corcho y madera que regalaban unos centímetros a sus portadoras.

Carmen Miranda, alta en escena
La tendencia pasó de Francia a los Estados Unidos donde, hacia fines de esa década, había desembarcado una morocha petisa pisando la treintena, de ojos vivarachos y amplia boca carnosa (natural) que pasaba por brasileña aunque había nacido en el norte de Portugal, bajo el signo de Acuario. A Carmen Miranda, que de ella se trata, las plataformas le vinieron de perlas para conseguir todavía más altura de la que le prestaban los espectaculares sombreros que ella misma confeccionaba. Mito tropical para el público norteamericano, The Brazilian Bomb Shell, según el eslogan publicitario, Miranda derrochó una alegría frenética durante la Segunda Guerra y la posguerra en escenarios teatrales y en la pantalla cinematográfica, sin que se le notara que iba siendo consumida por el estrés, la desdicha matrimonial y las drogas. Tensiones insostenibles que acabaron con su vida a los 46, de un infarto en Beverly Hills, agosto de 1955.

Pero antes, en su apogeo, hizo algunos shows en Buenos Aires donde -cuenta la leyenda- era visitada en su camarín por una joven actriz que la admiraba: Eva Duarte. Ni alta ni lo que se dice bonita, pronunciando mal algunas palabras en inglés, Carmen flechó al público de varios países -incluido el Brasil- a fuerza de desparpajo y simpatía. Tanto que Darryl F. Zanuck, magnate de la Fox, decidió incorporar a esta exótica criatura a sus filas. Arrancó en 1940 con Down Argentine Way, haciendo sus cimbreantes numeritos de canto y baile, entre los cuales el irresistible Mama eu quero. (Este film no se estrenó en la Argentina porque se lo consideró una caricatura tropical que desvirtuaba el ser nacional…). Pero donde se zarpó el delirio frutal fue precisamente haciendo The Lady in the Tutti Fruti Hat, en The Gang’s all Here, bajo la cómplice dirección de Busby Berkeley, entre enormes bananas de utilería.

Recipiente con forma de coturno,
Antigua Grecia
Hasta cierto punto, Carmen Miranda hizo la suya en Broadway y Hollywood, aun fraguando un estereotipo -“nuestra caricatura y nuestra radiografía”, diría Caetano Veloso- y desparramando una euforia cada vez más impostada. Pero hay que reconocerle que diseñó e impuso un vestuario integral que fue más allá del kitsch, de una osadía loca, cuasi surrealista que en el siglo 21 inspira a muchas drag queens. Y paradójicamente, los trajes y accesorios de CM han influido en las colecciones de la diseñadora brasileña Jacqueline de Biase. En Río, donde la recibían multitudes en los ’40, se editó hace unos años el álbum A Magia tropical de Carmen Miranda, donde -faltaba más- figura su famoso himno Chica, Chica, Boom Chic.

No hace falta aclarar que ni Ferragamo ni Carmen Miranda inventaron las plataformas para ganar altura: con diversos formatos podría decirse que ese calzado elevador existe desde que los seres humanos empezaron a proteger los pies con algo que se podría llamar calzado. La cita clásica remite automáticamente a los coturnos que en la Antigua Grecia portaban los actores (no había actrices…) en los grandes anfiteatros para representar tragedias y comedias. Altos coturnos, cuya invención se atribuye a Esquilo, que los visibilizaban a la distancia a la vez que otorgaban otra dimensión a los personajes, mientras que las máscaras amplificaban las voces.

Otro modelito de chapines venecianos
Recorriendo muy por encimita épocas y civilizaciones, se pueden mencionar plataformas de muy distinta forma y tamaño, con aplicaciones variadas, en Occidente y Oriente. Los chapines, por caso, fueron populares en Europa en los siglos 15, 16 y 17,  particularmente en Venecia, tanto por damas de la nobleza y la burguesía como por cortesanas. Increíblemente, durante el Renacimiento los chapines se fabricaban en medidas que podían llegar al medio metro: de ahí la burla de Hamlet cuando le dice a una integrante del grupo de cómicos que la encuentra “más cerca del cielo, a la altura de un chapín”. Fabrizio Caroso, a su vez, en el manual de danza Nobilità di Dame (1600) dejó en claro que, con suficiente entrenamiento, una mujer en chapines podía desplazarse “con gracia, sensualidad y belleza”. Cabe señalar que la usuaria de este elemento del vestuario, que a veces se superponía a zapatos livianos, solía necesitar al menos de una asistente que la ayudara a encamararse a esos niveles que hablaban de estatus social…

En la Argentina, a fines de la década de los ’60 aparecieron zapatos con llamativas plataformas creados por Dalila Puzzovio y la moda se impuso en los 70. Años en que también comenzaron a ser adoptadas por estrellas del pop, las gruesas suelas cubiertas por pantalones pata de elefante. Viviane Westwood retrotrajo las plataformas en los ’90 con su colección Mini-Crini, y la juvenil moda gótica se apropió de las botas negras con doble o triple suela. Para no ser menos, algunas zapatillas incorporaron centimetraje a su base de goma. Poco importa el equilibrio precario si se trata de correr a un taxi o un bondi, de subir o bajar varios pisos si se corta la luz. Todo sea por conquistar esa altura compensatoria, transitoria, ilusoria